Domar a la fiera.

Narra Matías.

Caminé de vuelta a los lavabos, tomé la navaja, y la extendí a ella—aféitame— pedí dejando el tema zanjado.

—Es tu manera de evitarme. No sé afeitar y no lo haría de todos modos—me acerqué a ella y le puse la navaja en la mano llevándola a mi cuello.

—¡¿Qué haces?!—me pregunta aterrada.

—Sabes que odio que me lleves la contraria y tú sufres de hacerlo, ahora haz lo que te pido y no quitaré el dinero de tu cuenta, es mi respuesta final.

—Yo no lo quiero, también es mi respuesta final.

—Mira por qué no aprovechas, y me corta aquí—, la apreté de la cintura, pero sin soltar su mano para que siga con la navaja en mi cuello.

—No soy una asesina.

—Mírale el lado bueno, morra, quedarías viuda y podrida en plata, podrás casarte con quien quieras menos con Sebastián— hice un gesto de desagrado y me encanta ver su rostro de incredulidad cuando le hago cosas como estas— o con el verdadero padre de los morrillos—, su rostro se tornó pálido, tiré una flecha y di directo en el b
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