Sophie tragó saliva cuando Dante tomó su mano y la examinó durante unos segundos. – Estas deseando quitarte la alianza, ¿no? –murmuró. –Verás, mi querida hermanastra, yo puedo ser tierno... –¡Deja de llamarme así!. No tienes derecho Cuando Dante se llevó uno de sus dedos a los labios para chuparlo, Sophie tuvo que hacer un esfuerzo para no cerrar los ojos. –¿Qué pasa? –le preguntó entonces, besando la palma de su mano con dolorosa ternura–. ¿Te avergüenza sentirte excitada? –Yo no te deseo –replicó ella, intentando apartarse. –Anoche, en la cocina... –No te deseo –lo interrumpió Sophie–. No sé de qué estás hablando. –Entonces márchate. Deja de jugar con fuego. Debería irse, pensó ella. Debería darse la vuelta y salir corriendo porque nunca había experimentado un deseo tan brutal. Era algo incontrolable que no le permitía pensar con claridad. Estaba jugando con fuego y Sophie descubrió que le gustaba. Dante acarició su mejilla y colocó un mechón de pelo detrás de su oreja, pe
Cuando llego a la ciudad, Sophie había ido al apartamento que ahora era parte de su herencia, se tumbó en la cama, cansada y la consternación por los últimos acontecimientos la hacían sentir muy desconcertada consigo misma. También sentía desconcierto no solo por lo que había pasado, sino por su falta de remordimientos porque, a pesar de sus palabras cuando Dante le preguntó si había merecido la pena, sabía que si tuviese oportunidad volvería a hacerlo. Por la mañana, se duchó y se vistió, jurando borrar el indecente encuentro de su mente y rehacer su vida, antes de ir a visitar a su hermano Olliver quien la esperaba con inquietud. Sophie recordó cuando se iba a casar con Fran, el abogado Robert el mismo del padre de Dante, se había portado como un rottweiler mientras redactaban el acuerdo, recordando a Fran una y otra vez que todo lo que le daba a Sophie salía de la herencia de los suyos, pero por fin su hermano y ella tenían algo de estabilidad económica. Por fin podían reh
En realidad, no sabía qué estaba haciendo allí, pensó mientras paraba un taxi. Se decía a sí misma que iba al baile benéfico para honrar la memoria de su padre, pero en el fondo sabía que no era eso. No sabía si estaba preparada para hablarle del hijo que esperaban y si Dante volvía a tratarla con su habitual desdén, no le contaría nada. Era su secreto y ella decidiría si iba a revelarlo. A pesar de los nervios, mientras se dirigía a La Fiordelise, el hotel donde tendría lugar el baile benéfico, no podía dejar de sonreír. Roma en primavera era una ciudad preciosa y ver las glicinias y lilas cubriendo las viejas ruinas le pareció algo hermoso. Le habría encantado explorar la ciudad, pero no tenía tiempo. En Londres no había podido ir a la peluquería, de modo que tendría que peinarse y maquillarse ella misma. ¡Y ella era fatal para eso! El taxi se detuvo frente al precioso edificio de mármol blanco que sería su hogar por esa noche. –¡Signora Hamilton! –la saludó el portero cuando a
El resto del baile paso, y por fin llegó el momento de marcharse y Sophie se dirigió a su suite. Al parecer, Dante no solo ser tierno cuando quería sino también romántico porque había una botella de champán en un cubo de hielo, una caja de bombones y un precioso ramo de rosas tan rojas como su vestido. Se sentó frente al escritorio y tomó un papel de color crema con el membrete de La Fiordelise, Dante, no sé cómo decirte esto... Dante, hubo un problema con la pastilla... Dante... Su corazón latía acelerado, más de frustración que de miedo, porque sabía que en cuanto se lo contase la situación terminaría. Y entonces Sophie tomó la decisión más egoísta de su vida. Aunque sabía que debía decírselo, y se lo diría, quería hacer el amor con Dante esa noche. De modo que dejó de intentar escribir la nota y se acercó a la puerta y la abrió. No iba a decírselo esa noche, imposible. –.Sophie Dante dio un paso adelante y, cuando estaba entre sus brazos, la incertidumbre y el miedo, el
Después de hablar con su abogado, se levantó para llamar a la puerta de la habitación contigua. –¡Sophie! –la llamó. No hubo respuesta, volvió a llamar antes de empujar la puerta. Por el salón estaban esparcidas su camisa, las bragas de ella. . . La puerta del baño se abrió y Sophie salió del baño poniéndose un albornoz. –Oh, vienes ¿Es hora del siguiente asalto? –le preguntó, irónica. –No he venido para discutir. Quiero que te vistas y hagas la maleta. –No te preocupes, Dante. Me marcho. –¿De verdad crees que te he despertado para echarte de aquí? Tenemos que irnos ahora, juntos. Voy a llevarte a la casa de campo, donde podré controlar mejor la situación y podamos hablar . . . –¿Qué situación?. No, no quiero que compliques mi vida. Parecía tan sereno . . . –Dante, no puedo viajar, tengo mi vida ya encaminada, además no puedo viajar mis náuseas y mareos . . . –No importa, iremos en mi coche. –Tengo que trabajar mañana –protestó ella. –A pesar de lo que dije anoche,
Sophie estaba en silencio los encuentros con Dante se hacían difícil. Dante tenía rato haciéndole preguntas que ella o no contestaba o solo lo necesario respondía. Cansado él tiró la servilleta sobre el plato. Tenía que saber la verdad, pero ella se negaba a responder. –¿Cómo vamos a solucionar todo no eres capaz de ser sincera conmigo? –le espetó, levantándose de la silla. Sophie se llevó los dedos a la frente. El contante hostigamiento de él la agitaba, las dudas la embargaban a veces y tenía que frenar su inquietud por terminar todo; pero tal vez debía contarle la verdad. Al fin y al cabo, Donato había muerto y ella estaba esperando un hijo de Dante. Pero no era capaz. –Muy bien, me voy por unos días, por ahora debo hacer algo –dijo él, airado. –¿Dónde vas? Pero Dante no respondió. La casa de Robert, el abogado de la familia, solo estaba a veinte minutos de allí. Asi que salio para alla . . Llamó al timbre, pero no hubo respuesta y, al ver las descuidadas macetas de orqu
Había pasado tiempo y el embarazo de Sophie avanzaba. Dante no dijo nada más y trato de tener paz, por el embarazo. Al recordar a su madre, se había reforzado su convicción de que la única solución era casarse con la mujer que tenía delante, pero que hacer con la necedad de ella, al negarse. Si insistía en decir que no, entonces tendría que encontrar la forma de convencerla. Había visto cómo lo miraba. –El embarazo te sienta bien –murmuró, relajándose en la silla y viendo el deseo en su rostro que siempre intentaba esconder, pasaban los días y se veía muy sensual y hermosa para él–. –Tu cuerpo está cambiando. Ahora llevas ropa más ancha y tus pechos son más grandes. –¡Dante! –exclamó ella, atónita. Sintió que sus pechos se hinchaban y un cosquilleo de excitación hizo que le temblaran las piernas. –Vamos a tener un hijo juntos –dijo él, encogiéndose de hombros–. No sé por qué te sorprende que sienta curiosidad por los cambios de tu cuerpo. Es natural. Yo soy responsable de esos
SOPHIE había rechazado la proposición de matrimonio desde que Dante la planteo. Toda acción, tenía sus pros y sus contras, ella había hecho lo que debía. ¿Estaba siendo egoísta? ¿No estaba tomando en consideración la realidad, que un niño siempre estaría mejor con un padre y una madre? Formaba parte de las dudas de Sophie . . . No, pensó. ¿Cómo iba a casarse con un hombre en el que no confiaba? Además, aparte de los problemas de confianza, una familia solo funcionaba si había amor entre los dos progenitores, no solo ese deseo que ambos compartían y por el que ella sentía inquietud. Dante no la quería y jamás había fingido que así fuera. El, se sentía responsable de ella y del niño que habían engendrado, estaba admirablemente dispuesto a cumplir con su obligación, la obligación y el amor eran dos cosas muy diferentes. Con el paso del tiempo, el sentido del deber podría resquebrajarse y la amargura llegaría, por encontrase atado a una mujer. En las tres semanas que habían pasado