—Pero ¿qué…? —se quedó estupefacto, mirando el vestido—. ¿Qué significa esto? Recordó a la joven que vio en la casa de su abuelo durante la fiesta de máscaras, quien le había resultado extrañamente familiar. Sus ojos azules le habían traído la imagen de Taylor a la cabeza, pero a pesar de ello, iba a dejarla ir así sin más, hasta que se lastimó el tobillo. Cuando la cargó en brazos para ayudarla, captó su aroma, el cual era el mismo que percibía siempre en Taylor. Su manera de hablar, de comportarse y su aura, todos esos detalles hacían que el chico permaneciera en su mente incluso al platicar con esa chica, y ese fue el motivo por el que terminó llevándola a la cama. Además, aquella muchacha tenía el tobillo adolorido y, curiosamente, Taylor tenía una ligera cojera e intentaba ocultarla. "Estaba mudando de lugar algunos muebles en mi departamento y me golpeé…", fue lo que había dicho en ese entonces, lo que claramente fue un invento. De pronto, recordó que le había entregado a la
—Se lo diré. Le diré mi secreto —se dijo Taylor a sí mismo mientras conducía su coche, encaminándose a I’ll Castello. Se lo repetía una y otra vez, como si tuviese miedo a olvidarlo o a acobardarse. De alguna manera, reiterarlo le daba valor. Al llegar, bajó del auto y entró al elevador para subir al octavo piso. Dio un respetuoso saludo a la nueva secretaria del CEO y tocó la puerta un par de veces antes de ser invitado a pasar. —¡Taylor! —pronunció Josh, quien seguía en el despacho—. ¡Me da gusto verte! —Hola, Josh —le brindó una sonrisa amigable y dirigió los ojos hacia Roger que no quitaba la vista de la notebook. La expresión que traía era la de alguien bastante irritado—. ¿Ocurre algo? —preguntó a Josh. —Pues, empezamos el día con malas noticias —dijo y ambos se aproximaron al escritorio del CEO. —Roger, ¿qué sucede? —cuestionó Taylor, a lo que el CEO levantó la mirada y se puso de pie. —Pequeño Tay —caminó hasta el chico y lo rodeó con los brazos—. Qué bueno que ya llegas
Massimo se llevó a Taylor consigo y lo encerró en su mansión. Contrató a un grupo de hombres que tenían la tarea de vigilar que el chico no escapara y que los reporteros ni nadie del exterior se acercara a la casa. Desconectó todos los teléfonos y se deshizo del celular de Taylor para mantenerlo incomunicado. Básicamente, se había convertido en un prisionero. Roger, por su parte, procuró contactarse con él durante los siguientes cinco días, pero su número lo enviaba directo al buzón. Fue a su departamento a tocar el timbre incontables veces, pero al no obtener respuesta, se acercó a la recepción para preguntar por Taylor, en donde le comentaron que se había marchado con unas maletas, lo cual lo llevó a entrar en desesperación. ¿A dónde habrá ido? ¿Porqué no se lo notificó? ¿No habrá decidido irse del país sin siquiera decírselo, cierto? Al no tener información de su paradero y al estar siendo consumido por la angustia, se dirigió a Traveling con la intención de que alguien, quien se
El auto que era conducido por un chofer se estacionó frente a la mansión de Massimo y Nathaniel bajó del asiento trasero, sosteniéndose con su bastón. Observó a los hombres que rodeaban la casa, pero no los vio como un verdadero problema. Sin embargo, cuando caminó hasta la entrada, el vigilante que anteriormente había expulsado a Roger, le cerró el paso a Nathaniel. —Disculpe, señor, pero no puede pasar —articuló. —¿Qué? —lo miró indignado—. Pero ¿de qué estás hablando? —Tenemos órdenes específicas de… —Fuera de mi camino —el abuelo intentó avanzar, pero fue detenido por el vigilante, quien lo sujetó del brazo. —Señor, váyase —impuso. —Quítame las manos de encima —riñó—. Estoy aquí para ver a mi nieto, ¿porqué me lo estás impidiendo? —El joven Bizzozzero no tiene permitido recibir visitas… —¿Qué tonterías estás diciendo? —recriminó Nathaniel. —Son las órdenes del señor Massimo —señaló el vigilante. —¡Me importa un comino las órdenes! ¿Tienes idea de quién le dio esta mansión
—¿Qué… acabas de decir? —cuestionó Roger, pestañeando reiteradamente. —¡Ah! —Taylor se percató de que no había seguido el orden correcto y no asimiló lo que el CEO le había dicho recientemente. «¡Tonta! ¡Primero tienes que confesarle que eres mujer! ¡Los hombres no se embarazan!», se regañó a sí misma. —¿Estás embarazada? —repitió él, procurando digerirlo. —¡No pienses que soy extraña! —exclamó, en lo que empezó a tartamudear y a enredarse con sus palabras—. N-No estoy mintiendo, b-bueno tal vez creas que estoy loca, p-pero ¡lo que digo es verdad! M-Me refiero a que en realidad no nací como hombre, a-aunque estuve actuando como uno todo el tiempo… p-pero ¡nunca quise engañarte! N-No era mi intención mentirte, ¡simplemente las cosas se dieron de esa manera! —Taylor… —Roger quería que se calmara, pero la joven estaba demasiado aturdida. —¡La verdad es que soy una chica! —agregó con determinación—. ¡B-Bien, ya lo dije! ¡Finalmente lo dije! ¡Y ahora estoy esperando un bebé, y es tuyo
A pesar de hallarse en la sala, Taylor logró escuchar y reconocer la voz de su padre al instante y corrió a la habitación de Roger. ¡No podía permitir que Massimo la viera vestido de mujer por nada en el mundo! Se quitó las extensiones y se cambió de ropa, colocándose la del CEO. Poco o nada le importaba que le quedaran enormes, era mejor que llevar puesta sus prendas femeninas. Mientras tanto, Roger escrutó a Massimo con detenimiento. ¿Cómo supo que Taylor estaba allí? ¿Acaso Nathaniel se lo dijo? A decir verdad, no estaba del todo convencido, ya que fue él quien ayudó a su nieto a salir de la mansión. Entonces, ¿quién pudo haber sido? Debía ser alguien que conociera su dirección. —Massimo —pronunció, ahorrándose las formalidades. Ya no sentía nada de respeto hacia él, así que empezó a tutearlo sin reparos—. No sé quién te habrá dado esa información, pero es errónea. —Taylor y tú se volvieron muy cercanos, ¿no es así? —comentó Massimo—. Mi hijo salió de la casa sin mi autorización
—¿Porqué tanta tensión? —cuestionó Massimo tras regresar y notar que Berenice y Taylor no estaban teniendo una conversación muy agradable. —Solo le estaba dejando algunas cosas claras a su hijo, señor Bizzozzero —alegó la chica, cruzándose de brazos. —¿Ah, sí? —la miró suspicaz—. ¿Tú qué opinas de esta situación, Taylor? —¿De verdad importa mi opinión? Ustedes ya decidieron lo que harán conmigo —riñó. —Creí que Berenice era la chica con la que querías casarte, tú mismo la habías mencionado —expuso su padre. —Eso era antes, ahora todo ha cambiado —refunfuñó. Massimo permaneció observando a su hijo durante unos segundos, para luego colocar la mano en su hombro. —Taylor, hablemos a solas un momento, ¿de acuerdo? —propuso—. Berenice, quédate aquí —impuso, a lo que la joven chasqueó la lengua. Solo caminaron unos cuantos metros de la chica, pero lo suficiente para que ella no alcanzara a oír la plática. —Taylor, sé que ahora debes estar muy enojado por pensar que accedí a ese matri
Todo lo que se ubicaba a su alrededor, empezó a desaparecer. Los árboles, la casa e incluso la figura de su padre se desdibujó, en lo que sus ojos se enfocaron solo en el cuerpo de la chica que yacía en el piso. Taylor se levantó como pudo y caminó hasta ella con lentitud, con los ojos desorbitados y respirando a través de la boca. Estaba tan horrorizado que no escuchaba el sonido del viento ni la voz de Massimo, sino que solo podía oír sus propios latidos, los cuales resonaban fuertemente en su pecho. Al llegar al sitio en donde la joven se encontraba tendida boca abajo, se puso de rodillas y la tomó entre sus brazos. —¿Berenice? —pronunció en un estado de shock—. Háblame, por favor… El líquido rojo se escurría de su espalda, lugar en el que había impactado la bala. Berenice traía los párpados cerrados y no era posible oír ni percibir sus palpitaciones. Taylor no quería creerlo al principio, no quería aceptar que eso realmente estaba pasando, pero el peso del cuerpo que sostenía