Aún faltaban treinta minutos para la cita de Roger con el psicólogo, pero éste ya se hallaba en la sala de espera. En cuanto llegó su turno, ingresó a la oficina del doctor y se acomodó frente a él. Nuevamente, lucía sumamente ansioso, aunque su estado era peor que la primera vez que se reunió con Aníbal. Se restregaba las manos, se sobaba las rodillas y se mordía las uñas debido a su extremo nerviosismo. —Buenos días, Roger —saludó el doctor—. Para ser honesto, pensé que no te volvería a ver por aquí. Resulta que estaba equivocado —comentó, observando el comportamiento de su paciente. —No tengo a nadie más a quién pedir ayuda, y estoy desesperado —manifestó el CEO. —¿Acaso la razón es la misma por la que acudiste a mí al principio? —asumió Aníbal. —En el primer encuentro, me habías dicho que podría estar confundiendo atracción sexual o romántica con sentimientos de admiración y respeto, ¿lo recuerdas? —expuso—. He tratado de verlo de esa manera, procuré convencerme a mí mismo de
Tanto Josh como Taylor permanecieron petrificados, mirando al CEO con los labios ligeramente separados. —¿De qué estás hablando? ¿Esta es una especie de broma? —agregó Josh completamente escéptico. No podía creer que su amigo estuviera enviando a su secretario a su sector. —Sabes perfectamente que no bromeo con estos detalles —señaló Roger—. Haremos un intercambio. Tu secretaria ocupará el puesto de Taylor y el chico trabajará para ti. —¿Hay alguna explicación razonable para justificar esta situación? —cuestionó Josh. —Sí. Estoy cansado de la actitud arrogante de Taylor, y como despedirlo no es una alternativa, prefiero enviarlo a tu área —expresó con sequedad y con la vista en su notebook. A pesar de no estar mirando directamente al joven, lo tenía dentro de su campo de visión y podía notar que él tenía los ojos clavados en su rostro. Taylor no había dicho ninguna palabra, pero su desconcierto era más que evidente. Estaba demasiado perturbado para emitir sonido. Josh incrustó la
Taylor pestañeó repetidamente, mirando a su primo con la mandíbula hasta el suelo. —Eso… es ridículo —comentó, bastante sorprendida. —Te llevó a su departamento, te cuidó, te invitó al parque de diversiones, te besó… —repitió Max, realizando la cuenta con sus dedos—. Todo es muy evidente, definitivamente se siente atraído por ti. Dime, ¿han hablado del beso? —N-No en realidad. El primer beso no lo recuerda, estaba muy ebrio en ese momento. Y, acerca del segundo, dijo que se trató de una confusión… —Está fingiendo —señaló Max. —¡No! Él nunca demostró sentirse agobiado al respecto. Si así fuera, dudo que actuara como si nada hubiera pasado… —Probablemente no supo cómo enfrentar los hechos y prefirió fingir demencia —especuló su primo—. Además, después de haber pasado un día espléndido contigo, apuesto a que asumió que cometió un error y decidió alejarse. Todo indica que está tratando de huir. —Max… él es un hombre, y yo también lo soy. No importa que no luzca tan masculina, aun as
Roger se encaminó al hotel y subió al octavo piso, encontrándose con Bárbara, su nueva secretaria. Ésta se puso de pie y lo saludó con amabilidad, pero el CEO simplemente la ignoró e ingresó a su oficina. Aunque Roger era conocido por hallarse constantemente de mal humor, esa mañana lo estaba aún más que de costumbre. Era consciente de que no vería a Taylor sentado en su escritorio como todos los días, lo cual lo llevó a experimentar una sensación de vacío. «¿En verdad hice lo correcto? Esto no se siente para nada bien» expresó para sus adentros, mientras se recostaba en su asiento y tamborileaba los dedos sobre la mesa. De pronto, empezó a sentirse inquieto. Agitaba la pierna derecha, suspiraba y se sobaba la cara en cada diez segundos. Debía comenzar a trabajar, pero era imposible concentrarse. Su corazón latía con ímpetu y su pecho le pesaba, dificultando su respiración. A decir verdad, alejar a Taylor solo empeoró su estado, como si estuviese pasando por un absurdo período de ab
Josh lo miró con el rostro impasible. La declaración de Roger lo dejó estupefacto por un rato, pero al cabo de unos segundos, se echó a reír sin reparos. —¡Eso estuvo bueno, muy bueno! —dijo, dando palmadas al hombro de su amigo—. Lo expresaste con tanta seriedad que casi logras engañarme, ¡pero fue una buena broma! —asumió, secándose una lágrima de risa. Roger permaneció observándolo sin ninguna expresión, pero su mirada demostraba cierta decepción por la forma en que Josh tomó su confesión. Se estaba riendo en su propia cara de un asunto que lo tenía con los nervios al tope. Al ver que el CEO no se retractaba de lo que acababa de decir, la sonrisa de Josh se borró de sus labios y su semblante se tornó circunspecto. —¿De… verdad? ¿Lo… dijiste en serio? —preguntó con evidente asombro. —¿Tú crees que soy el tipo de persona que bromearía con un tema como este? —riñó Roger—. Mírame, Josh, no me estoy riendo, esto no me causa ninguna gracia —señaló. —Pero… Taylor es… un chico… —¡Ya
Roger entró a su oficina y se desplomó sobre el asiento de su escritorio. No dejaba de pensar en lo que Josh le había dicho acerca de los vídeos. No tenía planeado tomarle la palabra, pero finalmente, la curiosidad terminó tomando la delantera. Por esa razón, encendió su laptop y empezó la búsqueda. Sin embargo, en lugar de iniciar por los vídeos heterosexuales como se lo sugirió su amigo, se animó a ver directamente los vídeos entre hombres. Por supuesto, la sensación que experimentó fue horrible. Entonces, procuró recordar las preguntas que Josh le recomendó hacerse para "analizarse". "¿Qué sientes cuando ves a esos hombres?" Repugnancia. "¿Te enciende o no?" Para nada. "El chico que estás observando, ¿te gusta? ¿Desearías tenerlo?" Ni muerto. "¿Te provoca excitación o asco?" Mucho asco. El CEO continuó contemplando el vídeo con una expresión de horror, mientras se cuestionaba a sí mismo: «Si no me agrada esto, ¿significa que no me he vuelto homosexual?» pensó. Desató un
En la mañana siguiente, Roger se dirigió a I’ll Castello con marcadas ojeras. No había podido dormir apropiadamente y no solo por la repentina aparición de Mónica, sino porque la conversación con su amigo Josh tampoco lo dejaba tranquilo. Pasó las horas posteriores distraído y, por supuesto, sumamente irritante, y la que pagaba las consecuencias era Bárbara, su secretaria. —De nuevo has escrito una basura. No puedo archivar un informe como éste, con tantos horrores ortográficos. También escribiste mal varios nombres importantes. ¿Cuál es tu problema? ¿No terminaste la primaria? —regañó. —L-Lo siento mucho, señor CEO. L-Los nombres son algo complicados ya que son de origen ruso… —justificó, restregándose las manos debido al nerviosismo. —¡Entonces fíjate en sus identificaciones! ¡Todos están registrados en el sistema, burra! —se masajeó la sien—. Hazlo de nuevo. Te advierto que, este día, no te dejaré ir hasta que realices un trabajo decente —rompió el papel en pedazos. —S-Sí, seño
Taylor se estaba encargando de unos documentos en su puesto de trabajo, los cuales eran de alta importancia y no bastaba solo con la firma del Director de operaciones, sino que necesitaba la del CEO. No quería ver a Roger después de la manera en la que se comportó, pero tampoco deseaba pedirle a su jefe Josh que se ocupara de solicitar la firma de su amigo. Esa opción era muy poco ética, así que la descartó. Por tal motivo, se dirigió a la oficina del malhumorado CEO a regañadientes, encontrándose con la puerta ligeramente abierta. En lugar de tocar, la abrió sin pensarlo, topándose con la escena del beso. Permaneció congelado por un instante, hasta que la pareja percibió su presencia. —Ah, lo… lo siento… —tartamudeó, en lo que cierta sensación extraña se instalaba en su pecho. Lo que acababa de ver no le agradó, en absoluto. Roger, por su parte, lo miró con los ojos expandidos, sintiendo como un escalofrío recorrió su cuerpo, partiendo desde los pies hasta su cuello. —Taylor… —p