Aníbal elevó ambas cejas y lo miró atento a través de sus relucientes anteojos. —¿Cómo dices? —Estoy… empezando a sentirme atraído por un hombre, doctor —resaltó Roger—. Yo… no entiendo porqué… Aníbal se mantuvo observándolo durante unos segundos, analizando la situación de Roger. —¿Es la primera vez que te ocurre? —preguntó el doctor. —Nunca me ha gustado un chico en mi vida, jamás —expuso Roger—. Tuve alguna que otra novia y no he tenido problemas para intimar con mujeres. Es más, me siguen gustando las mujeres, aún me encienden y siento mucho placer cuando tengo sexo con ellas, pero cuando lo veo a él… mi corazón palpita con fuerza —arguyó, con la mano en su pecho. —¿Quién es ese hombre? ¿Tu compañero de trabajo? ¿Un amigo tuyo? —Es mi secretario —alegó. —¿Y qué es lo que te atrae de él? ¿Cuáles son las características que destacan de ese muchacho? —Pues… él es muy eficiente en su trabajo —explicó Roger—. Tiende a ser un poco engreído y algo mimado, incluso a veces me saca
En cuanto Roger salió de la clínica, marcó al número de Taylor. —¿Señor Croce? —contestó. —Cancela todos mis compromisos restantes, no volveré al hotel por hoy —notificó el CEO—. Reorganiza mi agenda y, en cuanto termines el papeleo, puedes irte a casa. —Ah, de acuerdo. Roger optó por no regresar para no tener que encontrarse con Taylor de nuevo. Estaba un poco decepcionado por su reciente reunión con el psicólogo, ya que esperaba que éste le explicara una forma para deshacerse de esos sentimientos que lo atormentaban; sin embargo, no le otorgó ninguna solución concreta. Al terminar el horario laboral, Taylor fue a casa. Una vez allí, se quitó el saco y se desplomó en el sofá. En ese momento, el recuerdo del beso con su jefe sacudió su mente. «Él dijo que fue una confusión, por lo tanto, ¿debería simplemente restarle importancia?», pensó. Luego de haberse tomado una ducha, el joven se recostó sobre la cama y se disponía a pedir comida a domicilio, cuando de pronto, el timbre de
El rostro de Roger palideció y miró a su prima estupefacto, mientras que sentía que su corazón se quebraba inevitablemente. No podía ser cierto, era imposible. Apenas se conocían así que aquello debía ser una mentira. Además, Taylor le había dicho que entre ellos no pasaba nada. Entonces, si Berenice se lo estaba inventando, ¿porqué el joven aún no lo ha desmentido? ¿Qué era lo que esperaba para hacerlo? Fijó su mirada en Taylor, quien escrutaba a Berenice con asombro. —B-Berenice, ¿q-qué estás…? —el chico quería reprochárselo, pero la joven habló por encima de él. —¡No seas tímido! —le pellizcó la mejilla—. Tarde o temprano iban a saberlo. —Wow, no lo puedo creer. ¿En verdad están saliendo? —cuestionó Clarisse, dirigiendo la mirada hacia Taylor esperando a que éste respondiera, pero el joven estaba demasiado confundido para articular palabra—. Enhorabuena, prima. Taylor es un excelente partido. —¡Qué buena noticia! —exclamó Héctor desde su asiento, irradiando alegría—. Que una
Roger caminó lentamente por el jardín de la residencia de su abuelo con las manos en los bolsillos, no deseaba regresar al comedor y formar parte del circo que había armado Berenice. Además, no estaba seguro de poder seguir conteniendo su rabia. Si volvía, definitivamente se desataría el caos. Sin embargo, durante aquella caminata nocturna, no podía dejar de cuestionarse: ¿Porqué le molestaba tanto que su secretario tuviese un romance con su prima? No le importó cuando Josh se involucró con ella, pero con Taylor era diferente. Con él, experimentaba cierto sentimiento de posesión que le carcomía las entrañas. ¿En verdad cabía la posibilidad de que todas esas sensaciones explosivas se debieran a su admiración por ese chico? Aunque quería creer que solo se trataba de respeto como el Dr. Aníbal lo había supuesto, sus celos y su gran deseo por monopolizar a Taylor lo llevaban a pensar que iba más allá de ser una simple fascinación por su personalidad. De todos modos, no tenía caso darle
Era la mañana del sábado cuando Roger hizo una llamada al número de Taylor para que bajara de su departamento. El joven salió del edificio sosteniendo una pequeña agenda junto con un bolígrafo y subió al auto del CEO. —¿Qué es todo eso que traes? —cuestionó Roger con el ceño fruncido. —Ah, es para tomar notas —respondió Taylor. Roger le arrebató la agenda de las manos y la aventó en el asiento trasero del coche. —No lo necesitarás, solo será un estorbo —indicó. —Nada de lo que hago le parece bien —se cruzó de brazos, en lo que a Roger se le trazó una sonrisa en los labios. —Abstente de lloriquear, se supone que hoy será un buen día, así que no lo arruines —expresó. —Habla como si se tratara de una excursión —Taylor fijó la mirada hacia la ventana y recostó la cabeza por el respaldo del asiento. —Vélo como si lo fuera —alegó Roger, quien era el único que sabía que, en realidad, sí era una excursión y no un viaje de "trabajo". Tras varios minutos de trayecto, llegaron al primer
Luego de bajar de la rueda de la fortuna, Taylor y Roger salieron del parque de atracciones para dirigirse a otro, el cual se encontraba a unos treinta minutos. Al llegar, no perdieron el tiempo y subieron a los juegos mecánicos sin vacilar. En esta ocasión, el malestar de Roger no se hizo presente, por lo tanto, fue capaz de gozar de las atracciones sin mareos ni náuseas. Tras probar cada juego, permanecieron caminando por el sendero en medio de las casetas hasta que, a lo lejos, Taylor notó un letrero que llamó su atención. —Señor Croce, entremos allí —apuntó el chico. —¿A ese lugar? ¿Estás seguro? —preguntó, mientras observaba las letras siniestras que formaban el nombre del sitio: "La casa de los sustos". —¿Acaso tiene miedo? —Taylor arqueó una ceja. —¿No tienes miedo tú? —bateó la pregunta. —Debemos entrar y comprobar si realmente asusta o si es un engaño. —¿Debemos? ¿Desde cuándo es nuestra responsabilidad? —Roger mostraba una verdadera aversión por ese juego. —¡Por favo
Roger se hallaba sumergido en el caos de su mente, cuando escuchó un leve quejido por parte de su acompañante. —Auch… —Taylor se detuvo y se sentó en la arena para tomar su pie derecho entre las manos y acercarlo a su rostro. —¿Qué sucede? —preguntó Roger, preocupado. —Las zapatillas deportivas que me he puesto hoy son nuevas, así que me han quitado algunas ampollas —expuso. —¿Porqué usas zapatillas nuevas cuando eres consciente de que pasarás el día de pie? —regañó el CEO. —Jamás iría al parque de diversiones con zapatillas viejas, ¿quién cree que soy? —gruñó Taylor. Roger resopló y movió la cabeza de un costado a otro. Luego, dio la espalda al joven y se colocó en cuclillas. —Anda, sube —impuso. —¿Q-Qué? —Taylor lo escrutó perplejo—. ¿Qué está haciendo, señor Croce? —Sube a mi espalda, te cargaré hasta el auto. —¿Está bromeando? —¿Te parece que lo hago? Ambos permanecieron callados durante un rato, mientras que las olas arrasaban en la costa. —¿Cuánto tiempo más me tendr
El corazón de Roger palpitó alborotadamente mientras sus manos estaban ubicadas en las delicadas mejillas de su secretario y éste rodeaba su cintura con los brazos. Observó detenidamente su tez, partiendo desde sus ojos color cielo hasta llegar a su boca, la cual lo llamaba a gritos.Toda capacidad de autocontrol, la perdió al sentir que el joven lo abrazaba. No deseaba retroceder ni un paso más, así que, en lugar de echarse para atrás, avanzó. Se asomó al rostro de Taylor y unió sus labios a los suyos.No recordaba cómo había sucedido, pero allí estaban, dándose un apasionado beso en medio de la habitación del departamento de Roger, quien ya no pensaba desaprovechar aquella oportunidad de tener al chico entre sus brazos. Por lo tanto, sin perder más tiempo, aferró el cuerpo de Taylor al suyo y lo cargó, a lo que el joven se abrió de piernas para envolver al CEO con ellas.Sin detener el caluroso beso, Roger caminó hasta la cama y se sentó en el borde con el chico encima de él. Introdu