Taylor se mantuvo con los ojos abiertos, incapaz de cerrarlos y corresponder al beso debido al asombro. Sus labios permanecieron inmóviles, pero los tenía ligeramente separados mientras escuchaba a su jefe, por lo tanto, Roger pudo acceder a su boca y deleitarse con su sabor, aunque el joven no respondiera como él deseaba. Como si todo el alcohol que recorría por sus venas se hubiese eliminado de su sistema en cuestión de segundos, el cerebro de Taylor reaccionó y finalmente se percató de lo que estaba pasando. ¡El CEO lo estaba besando! ¿Cómo era posible? ¿Porqué? ¿A qué se refirió cuando mencionó que cada vez era más difícil luchar en contra de lo que sentía? ¿Cómo se suponía que debía interpretarlo? Un sinfín de preguntas se formularon en su mente, todas al mismo tiempo, perturbando su sentido de la percepción. Sin embargo, de una cosa estaba muy seguro. Las razones no importaban mucho en ese momento, tenía que hacer que Roger lo soltara. Colocó las manos en los hombros de su j
El día transcurrió con normalidad en el trabajo. Taylor concentró toda su atención en el papeleo del hotel, pues no deseaba perder su tiempo en cavilaciones. Sabía que era un desperdicio de energía pensar en el beso, no había manera de cambiar lo que ocurrió. Roger, por su parte, procuró evitar a Taylor a toda costa, aunque el joven no se percató de la gran determinación de su jefe por mantenerse alejado. Al terminar el horario laboral, Roger salió de la oficina y se encontró con su secretario, quien ordenaba su escritorio y guardaba sus cosas para poder retirarse. —Ah, señor Croce —pronunció en cuanto vio al CEO—. Solo deme un minuto y lo llevaré a su departamento. En ese momento, Roger recordó que Taylor pasó a recogerlo en la mañana, pequeño detalle que se le había olvidado cuando intentaba suprimir lo que sucedió en la madrugada. —No es necesario —alegó—. Dame las llaves. —Oh, está bien —las quitó de su bolsillo y se las entregó. —Tú puedes ir a casa en taxi, ¿no es así? —in
Como era habitual, Taylor llegó al hotel media hora antes que su jefe, encendió la computadora de mesa y comenzó a organizar la agenda de Roger, para luego dedicarse a sus tareas laborales. Mientras tenía toda su concentración enfocada en su trabajo, el elevador se detuvo y de allí salió la mujer que había quedado encantada con él desde el primer momento en que lo vio. Berenice Croce, la prima del CEO, caminó hasta su escritorio, en lo que Taylor se puso de pie. —Buenos días, señorita —saludó, con una agradable sonrisa. —¡Taylor! —la joven se aproximó y se abalanzó sobre el chico, envolviéndolo con los brazos—. ¡Me da tanto gusto volver a verte! —Eh, señorita… —Taylor la tomó de los hombros y la apartó con delicadeza—. No quiero ser grosero, pero no estoy acostumbrado al contacto físico. —¡Ay, lo siento! Me dejé llevar por mi entusiasmo... —retrocedió unos pasos.—No se preocupe. Pero, dígame, ¿en qué la puedo ayudar? El señor Croce aún no se encuentra. —No vine a ver a Roger, s
Roger lanzó un suspiro y se sobó la cara, apenas empezaba el día y ya se percibía sumamente estresado. De pronto, fijó la vista en Taylor, quien tenía una expresión de enfado. —No me mires así, mocoso —rezongó el CEO—. Nada de esto habría sucedido si le hubieras dejado las cosas claras. —No entiendo a qué se refiere. Berenice y yo solo estábamos conversando, no poníamos en riesgo la integridad del hotel ni nada parecido. —Vaya, ¿ahora la llamas por su nombre? —cuestionó con aversión—. Pensé que eras un hombre selectivo que cuidaba con quién se relacionaba, pero me equivoqué. Resultaste ser alguien de tan fácil acceso, capaz de darle tu número a cualquier persona que te agrade. En verdad me decepcionas —espetó. Taylor lo miró con los ojos expandidos, sin poder dar crédito a lo que acababa de oír. —Está cruzando la raya de lo permisible, señor Croce. Si continúa con esto, me veré obligado a olvidar nuestro acuerdo e irme de aquí —advirtió. —Me parece que eres tú el que está olvidan
Taylor la escrutó anonadado pues el objetivo de Berenice era cada vez más evidente. No deseaba ser solo una amiga, quería adueñarse de su corazón… y de su cuerpo. El joven carraspeó y retiró la mano con delicadeza, cuidando de no ofender a su acompañante. —No… entiendo a qué quiere llegar —fingió demencia. —Está bien, no te preocupes. No tengo prisa en absoluto —replicó—. Me gusta ir despacio. Lo que se logra con esfuerzo y perseverancia, es más exquisito. Taylor tragó saliva y se movió un poco en su asiento debido a que comenzó a sentirse intranquilo. Afortunadamente, una mesera se aproximó a la mesa para entregarles lo que ordenaron. Desde ese momento, se mantuvieron callados, pues se concentraron en cenar con serenidad. Berenice lucía bastante cómoda y satisfecha por ese encuentro, pero Taylor disimulaba su desconcierto. Era la mujer más osada que había conocido y lo había sorprendido en gran manera, ya que ni siquiera se imaginaba que sería capaz de insinuársele tan directame
Taylor exhaló ruidosamente y estiró el cuerpo en su silla. Estaba exhausto y no precisamente por el trabajo, sino por el agobio que le había causado su jefe durante las primeras horas de la mañana. Se puso de pie y entró a la oficina para entregar al CEO unos documentos, pero se encontró con una insólita imagen. Roger tenía la espalda estribada en el respaldo de su asiento y la cabeza echada hacia atrás, las manos entrelazadas sobre su abdomen y los párpados cerrados. En resumen, estaba dormido. Nunca lo había visto durmiendo en el despacho, pero, a decir verdad, Roger acostumbraba cerrar los ojos y permanecer en esa posición al menos durante cinco minutos para recargar sus energías, sin embargo, esta vez se dejó llevar y sucumbió ante el sueño. Taylor no quería despertarlo, no le parecía una buena idea, así que se acercó al escritorio y colocó los documentos encima para que su jefe los hallara en cuanto despertara. Estaba a punto de marcharse, pero en un momento de curiosidad, se q
Aníbal elevó ambas cejas y lo miró atento a través de sus relucientes anteojos. —¿Cómo dices? —Estoy… empezando a sentirme atraído por un hombre, doctor —resaltó Roger—. Yo… no entiendo porqué… Aníbal se mantuvo observándolo durante unos segundos, analizando la situación de Roger. —¿Es la primera vez que te ocurre? —preguntó el doctor. —Nunca me ha gustado un chico en mi vida, jamás —expuso Roger—. Tuve alguna que otra novia y no he tenido problemas para intimar con mujeres. Es más, me siguen gustando las mujeres, aún me encienden y siento mucho placer cuando tengo sexo con ellas, pero cuando lo veo a él… mi corazón palpita con fuerza —arguyó, con la mano en su pecho. —¿Quién es ese hombre? ¿Tu compañero de trabajo? ¿Un amigo tuyo? —Es mi secretario —alegó. —¿Y qué es lo que te atrae de él? ¿Cuáles son las características que destacan de ese muchacho? —Pues… él es muy eficiente en su trabajo —explicó Roger—. Tiende a ser un poco engreído y algo mimado, incluso a veces me saca
En cuanto Roger salió de la clínica, marcó al número de Taylor. —¿Señor Croce? —contestó. —Cancela todos mis compromisos restantes, no volveré al hotel por hoy —notificó el CEO—. Reorganiza mi agenda y, en cuanto termines el papeleo, puedes irte a casa. —Ah, de acuerdo. Roger optó por no regresar para no tener que encontrarse con Taylor de nuevo. Estaba un poco decepcionado por su reciente reunión con el psicólogo, ya que esperaba que éste le explicara una forma para deshacerse de esos sentimientos que lo atormentaban; sin embargo, no le otorgó ninguna solución concreta. Al terminar el horario laboral, Taylor fue a casa. Una vez allí, se quitó el saco y se desplomó en el sofá. En ese momento, el recuerdo del beso con su jefe sacudió su mente. «Él dijo que fue una confusión, por lo tanto, ¿debería simplemente restarle importancia?», pensó. Luego de haberse tomado una ducha, el joven se recostó sobre la cama y se disponía a pedir comida a domicilio, cuando de pronto, el timbre de