—La lluvia no ha cesado siquiera un poco… —comentó Roger mientras observaba a través de la ventana de su departamento. —El pronóstico anunció lluvia para mañana, pero supongo que el clima prefirió adelantarse —respondió Taylor, aún sentado en el sofá. —¿Con quién pensabas ir al partido? —preguntó de repente. —¿Eso es importante? —cuestionó el joven, confundido. —Tengo curiosidad —manifestó Roger. —Con mi primo —alegó después de un suspiro—. Vivimos en el mismo complejo de apartamentos y casualmente es mi vecino. —Era de esperarse, dudo que hubieras ido al estadio con una chica —cerró las persianas de la ventana y se acercó al sofá. —A las chicas no les gusta ese tipo de cosas —agregó Taylor. —Claro que les gusta, pero tú les tienes miedo —bufó Roger. —¿Otra vez va a empezar con eso? —riñó el joven—. No les tengo miedo, he salido con algunas… —¿En serio? ¿Tienes algún tipo de mujer en particular? —se sentó a su costado. —¿Porqué me hace esas preguntas? Estoy empezando a senti
Al día siguiente, Roger llegó al hotel y subió a su oficina, encontrando a Taylor dormido sobre el escritorio. Caminó despacio, cuidando que sus pasos no emitieran sonido para no despertar al joven. Al hallarse muy cerca de éste, se inclinó ligeramente hacia su rostro y lo observó por un breve momento. La lluvia había cesado durante la madrugada, así que Taylor se mantuvo despierto hasta entonces. Se cambió de ropa antes de salir del departamento de Roger y subió a un taxi para irse a casa. Dejó la ropa que le había prestado muy bien doblada en el sofá, y esto fue lo que el CEO encontró cuando despertó en la mañana. Su vista recorrió la tez del chico, quien tenía una expresión relajada. Llegó a pensarlo y lo pensó de nuevo en ese instante, Taylor contaba con varios rasgos femeninos, tales eran su rostro fino, la nariz puntiaguda y esas largas pestañas que adornaban majestuosamente la mirada azulada del joven. Roger se incorporó rápidamente y sacudió la cabeza. «¿Qué son esas tontas
Los tres se hallaban sentados en la mesa de un ostentoso restaurante, esperando lo que habían ordenado. Una ligera música ambientaba el lugar y se oían las voces de las demás personas que conversaban armoniosamente, pero, a pesar de tanto ruido, el silencio entre Roger y Taylor era abrumador e inquietante para Clarisse, quien no toleraba ese tipo de situaciones. —Cuéntanos un poco acerca de ti, Taylor. ¿En dónde vives? ¿Cuántos años tienes? ¿Vas a la universidad? —Clarisse lanzó sus preguntas sin vacilar. —Pues… vivo en un complejo de apartamentos, tengo veintrés años y terminé mi carrera hace unos meses —expuso el chico. —¿Qué estudiaste? —Ingeniería Comercial y Hotelería y Turismo. —¡Vaya! ¡Dos carreras! Debes ser un chico muy listo —halagó Clarisse—. Además, eres más joven de lo que aparentas. ¿Qué haces para mantener esa piel tan saludable? —extendió la mano y acarició la mejilla de Taylor. —Clarisse, al pequeño Tay no le gusta que invadan su espacio personal —replicó con iro
Berenice tomó asiento en la misma mesa y se dispuso a platicar con Clarisse, pero no estuvo muy concentrada en la conversación. Por momentos, sus ojos se desviaban y se posaban en Taylor, quien había terminado de almorzar y se entretuvo leyendo algunas noticias desde su celular. La mente de Berenice embellecía aún más la imagen que tenía delante suyo. Un joven muy apuesto, vistiendo un traje costoso y siendo el heredero de una prestigiosa empresa. ¿Dónde encontraría a otro hombre con mejor partido? Tenía que hacer algo para llamar su atención y lograr que Taylor se enamorara de ella. —¡Berenice! —articuló Clarisse—. ¿Me estás escuchando? —Ah, lo siento. Me distraje por un segundo —colocó un mechón de pelo detrás de su oreja—. Solo me estaba preguntando, si Taylor es el heredero de los Bizzozzero, ¿porqué nunca lo hemos visto en revistas o en la televisión? Fue una pregunta que también intrigó a Roger, así que todos incrustaron la vista en el joven, esperando su respuesta. —Bueno…
La noche de la celebración finalmente llegó y Taylor terminaba de alistarse para asistir. Roger pasaría a recogerlo en unos minutos, por lo tanto, debía estar preparado o su jefe se molestaría si lo hacía esperar en la calle. Salió de su habitación y se dirigió a la sala, en donde Maximiliano se hallaba sentado en el sofá. —¿Cómo me veo? —se situó delante de su primo y dio una vuelta en su sitio, con los brazos extendidos. Llevaba puesta una camisa blanca con una corbata, un chaleco que se ajustaba perfectamente a su torso junto con un fino saco, y unos pantalones de vestir, todos de color azul marino. —Bastante bien. Sin embargo... —Max se puso de pie y se aproximó a Taylor—. ¿Porqué tan elegante? —le acomodó el flequillo. —Porque es la celebración por la victoria de Lancelot, tengo que estar realmente presentable —manifestó con orgullo. —Intenta no beber demasiado, no eres muy tolerante al alcohol —sugirió. —Lo siento, pero no puedo hacer esa promesa —se encogió de hombros—. A
Taylor fue al área en donde se encontraban los jugadores de Lancelot y, rápidamente, congenió con ellos. Ya había charlado con alguno mientras se hospedaban en el hotel, pero en esta ocasión era distinto. No estaba trabajando y su jefe estaba muy distraído con otra mujer, así que disfrutó plenamente de su momento con su equipo favorito. Taylor era sociable y encantador. Los jugadores lo veían como a un niño a pesar de conocer su edad y lo trataban bastante bien, reían a carcajadas por las tonterías que el chico decía y llegaron a apreciar su compañía. Ya era de madrugada cuando, finalmente, el joven decidió realizar su mágica mezcla de licores. Sin miedo, tomó las botellas y combinó las bebidas en una sola copa, cuidando las proporciones. Lo hizo para todos los jugadores, y para él mismo. A medida que avanzaban los minutos, el alcohol empezó a hacer efecto en cada uno. La mágica mezcla fue tan explosiva que Lancelot pedía a Taylor que la preparara de nuevo. De esa forma, las risas f
Taylor se mantuvo con los ojos abiertos, incapaz de cerrarlos y corresponder al beso debido al asombro. Sus labios permanecieron inmóviles, pero los tenía ligeramente separados mientras escuchaba a su jefe, por lo tanto, Roger pudo acceder a su boca y deleitarse con su sabor, aunque el joven no respondiera como él deseaba. Como si todo el alcohol que recorría por sus venas se hubiese eliminado de su sistema en cuestión de segundos, el cerebro de Taylor reaccionó y finalmente se percató de lo que estaba pasando. ¡El CEO lo estaba besando! ¿Cómo era posible? ¿Porqué? ¿A qué se refirió cuando mencionó que cada vez era más difícil luchar en contra de lo que sentía? ¿Cómo se suponía que debía interpretarlo? Un sinfín de preguntas se formularon en su mente, todas al mismo tiempo, perturbando su sentido de la percepción. Sin embargo, de una cosa estaba muy seguro. Las razones no importaban mucho en ese momento, tenía que hacer que Roger lo soltara. Colocó las manos en los hombros de su j
El día transcurrió con normalidad en el trabajo. Taylor concentró toda su atención en el papeleo del hotel, pues no deseaba perder su tiempo en cavilaciones. Sabía que era un desperdicio de energía pensar en el beso, no había manera de cambiar lo que ocurrió. Roger, por su parte, procuró evitar a Taylor a toda costa, aunque el joven no se percató de la gran determinación de su jefe por mantenerse alejado. Al terminar el horario laboral, Roger salió de la oficina y se encontró con su secretario, quien ordenaba su escritorio y guardaba sus cosas para poder retirarse. —Ah, señor Croce —pronunció en cuanto vio al CEO—. Solo deme un minuto y lo llevaré a su departamento. En ese momento, Roger recordó que Taylor pasó a recogerlo en la mañana, pequeño detalle que se le había olvidado cuando intentaba suprimir lo que sucedió en la madrugada. —No es necesario —alegó—. Dame las llaves. —Oh, está bien —las quitó de su bolsillo y se las entregó. —Tú puedes ir a casa en taxi, ¿no es así? —in