¡Estos malditos extranjeros!

Montserrat se preocupa y se llena de ansiedad, conoce los métodos de su padre y sabe que no son nada convencionales… Aunque por el camino por donde iba Patricio pronto terminará en la calle, necesita endurecerlo antes de que la bondad lo destroce.

Patricio sale del aeropuerto y aborda un taxi con dirección al hotel. Lo primero que necesita hacer es tomar un baño y cambiarse de ropa, la cual siente pegada a su cuerpo.

15 minutos después de abordar el taxi, se detiene en el semáforo y es abordado por un hombre que se ubica a su lado. El conductor del taxi coloca los seguros de la puerta impidiéndole salir.

—¿Qué sucede?—pregunta Patricio, con la voz temblorosa. 

—Haz silencio, extranjero, no queremos lastimarte, así que es mejor que conozcas las buenas personas que somos… Mientras nos hagas caso — dice el individuo a su lado, mostrando una sonrisa socarrona, mientras le apunta con un arma intimidándolo. Aunque no la necesita con su sola presencia, es suficiente, ya que es enorme, parece fisicoculturista; los músculos de sus brazos están definidos, haciéndolo ver muy peligroso. Tiene ojos negros, cabello negro y mide alrededor de dos metros, acento latino.

—Si son mis pertenencias lo que quieren, tómenlas y déjenme ir —ofrece Patricio, sintiendo que está en serios problemas.

—Viste, pequeño Juan, este alemán nos trata como si fuéramos delincuentes —menciona el otro hombre que está conduciendo. Tiene acento francés, viste de forma casual y elegante, usa camisa de seda blanca, pantalón negro del mismo material, gabán, bufanda, boina, sus ojos son color miel y estatura de 1.80 metros aproximadamente; tiene un bigote pulcro.

—Peter Pan, creo que deberíamos cobrarnos la ofensa. ¿No sé por qué los extranjeros piensan que pueden venir a nuestro país a insultarnos? —dice el Pequeño Juan, mientras Patricio teme por su vida y siente un escalofrío recorrer todo su cuerpo, por lo tanto, prefiere mantenerse callado. —Estoy de acuerdo contigo, que tal si le damos un tour por nuestro barrio — menciona Peter —. Patricio se recrimina mentalmente, debió traer a uno de sus guardaespaldas, pero no quería llamar la atención. 

Unas horas después ingresan a uno de los barrios más peligrosos y pobres de Montevideo. Él no logra entender lo que traen entre manos esos maleantes y a qué juegan, les sería tan fácil tomar sus pertenencias y desaparecer.  Llegan a una zona deshabilitada. 

—Bienvenido a nuestro dulce hogar, bájate— menciona Peter. Los hombres descienden del coche junto a Patricio arrastrándolo—. ¿Sabes lo equivocado que siempre he estado?  Pensé que los alemanes eran hombres fuertes, pero, mira, este parece un cachorro asustado y tiene más músculos, una lombriz. —Peter lo empuja, haciéndolo caer y golpearse fuerte en el trasero.

—Quítate la ropa —le dice el pequeño Juan. Patricio comienza a gatear de espaldas en el suelo, mientras su cuerpo tiembla.

—¿Acaso no lo escuchaste? —pronuncia Peter acercándose para levantarlo de un tirón, tomándolo de la chaqueta y propinándole un golpe en el abdomen, haciendo que se retuerza del dolor. —Espero no tener que repetir. Patricio, ante el temor, se retira los zapatos y la ropa, quedando en bóxer y medias —toda—. Los hombres se burlan viendo cómo tiembla y suda.

—Eres más blanco que un vaso de leche, ¿acaso en tu país no sale el sol? —cuestiona el Pequeño Juan, dándole un golpe en la cara, con el cual le rompe la nariz y vuelve a caer al suelo.  El alemán se coloca en posición fetal, tomando su nariz, tratando de controlar el sangrado y maldiciendo por el dolor infernal.

—Pequeño Juan, cuántas veces te he dicho que controles tus impulsos, ¡mira! Ahora que tal se desangre la lagartija está —dice Peter mientras le da un puntapié.

—¡Ah! ¡Sie sind elende, verdammte Kriminelle! (¡Ay! ¡Son unos miserables y malditos delincuentes!) —grita Patricio ante el dolor.

— Nos estás insultando, malnacido perro alemán —brama. Peter, levantándolo por el cabello. Agradece que estoy de buenas y te dejaremos ir… Patricio lo observa sin saber si creerle—. Cuento hasta 20 y debes desaparecer de mi vista o te clavo un tiro en la cabeza.

—Espera un momento, que se coloque, aunque sea esta bolsa en ese gusano que tiene colgando, no quiero más traumados —dice el Pequeño Juan señalando la entrepierna de su rehén. Toma la bolsa plástica y la amara alrededor de su cadera, tapándose sus partes nobles.

—Ahora sí, alemán, corre por tu vida… 1, 2, 3, 4, 5, 6… —Patricio olvida todo el dolor que siente y corre mientras va escuchando los números que dice el Francés. Alcanza, ha divisar una patrulla de la policía y siente que ha logrado ser salvado, sin darse cuenta el plástico que tenía cayó.

—Deténgase y levante sus manos —vocifera el policía.

—Gracias a Dios, ayúdeme, por favor —dice Patricio, sintiendo que ha sido salvado. El agente se acerca y lo esposa.

—Estos malditos extranjeros que no saben comportarse y piensan que están en una playa nudista —pronuncia el policía mientras lo introduce a la patrulla. —Gus muévete que necesitamos llevar a esta basura extranjera a que le den una ducha… Patricio no entiende qué pasa, si está en medio de un mal sueño o es su día de mala suerte, pero todo ha salido de lo peor.

El agente le presta una manta para taparse y no lo escucha, lo deja en la silla de atrás mientras él se sienta de copiloto, colocan música y lo ignoran en el recorrido, espera tener oportunidad en la estación de policía.

Antes de ingresarlo, lo llevan a enfermería, le realizan curaciones, le brindan unos analgésicos y un uniforme de preso junto a unas zapatillas sin cordones. Sin embargo, vuelve a suceder; lo mismo es ignorado y llevado a la celda, sin darle el debido proceso de hablar o a realizar una llamada.

La celda es un espacio solitario donde su área no es mayor a dos metros cuadrados, con retrete incorporado y una cama de cemento, la cual tiene una colchoneta y una sábana.

Patricio nunca pensó que el mundo fuese tan injusto, que su nacionalidad fuera la raíz para tanta discriminación, aunque realmente no sabe lo que sucede. Los calmantes hacen efecto y logran conciliar el sueño.

—Alemán, levántate, que hoy es tu primer día en el paraíso…

 

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