Relato

Aferrada a los barrotes del cabecero de la cama, ojos cerrados, ensimismada, muevo la pelvis controlando ese leve contacto que necesito de su enorme lengua a mi menudo botón de placer. De vez en cuando, me separo de él y pauso, espero pocos segundos para luego volver a colocar todo, ahora todo mi sexo, enterito, encima de su boca. Como si quisiera ahogarle. En realidad, creo que quiero hacerlo, no sé si de forma inconsciente. En ocasiones, la manera que tengo de sentarme sobre él, la manera que tengo de apretar su cabeza con mis muslos y el tiempo que transcurre sin que mi inerte amante proteste, parecen las secuencias de un crimen perfecto.

Creo que quiero matarle porque yo me muero también. Sí, joder, sé que es distinto, pero en esos momentos, no pienso. Pensar… ¿quién puede pensar cuando cada lametón o cada ausencia me doblega, provocando mis estruendosos gruñidos e incontrolados temblores que se transforman en metálicos golpes de los barrotes a la pared? A veces, durante e

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