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— ¿Hola? — pregunté confundida.

— Hola, mi niña, soy María — respondió.

— Un gusto, María — comenté en un tono seco y amargado.

— Vamos a bañarte, quería preguntarte si necesitas algo. Tu rostro está cubierto de lágrimas. ¿Puedo hacer algo por ti? — preguntó María.

— Quiero irme de aquí — dije con dolor, mientras seguía llorando.

— Tranquila, señorita, el señor es bueno — tranquilizó María.

— No lo es — respondí.

— Tranquila, lo mejor que puedes hacer es ser paciente. Ya verás que en algún momento podrás aceptar todo esto — dijo María.

— No puedo

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