118.Ellos no pueden saberlo

— Pero si al final resulta que ellos no se aman, no vamos a obligarlos. — Advirtió Bianca, Los hombres estuvieron de acuerdo y lo expresaron con un leve asentimiento, alzando sus tragos en una especie de brindis que hicieron ambos hacia ella como si así sellaran el trato.

Los años habían pasado y allí estaba ella, rumbo al primer regalo que le harían a la pareja, no podía seguir dejando que su hija viviera en uno de los picaderos de Enrico Dumas, aunque este hubiera sido transformado en un conveniente nidio de amor para su hijo; no, su hija era una princesa, la más poderosa de toda Italia y ella, se encargaría que tuviera un palacio a su medida si lo que pretendía era quedarse allí junto a su pareja.

— ¿Silvia mandó las invitaciones?—Preguntó a su esposo una vez la limusina arrancó.

— Sí, querida, ella se ocupó de todo, la decoración del ático, el menú de esta noche y hacer que todo sea perfecto para nuestra llegada.

La señora Marchetti sonrió complacida, aquella noche el prometido de
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