#28:

Caía el atardecer sobre aquel precioso horizonte, cuando llegamos al lugar que él había mantenido en secreto hasta ese momento. Una puerta que guiaba por un solo camino, como una autopista sin fin, a ambos lados el desierto nos recibía y a mí, se me puso la piel de gallina al entrar en ese oasis.

Él sonreía agarrando mi mano y viendo mi cara de asombro ante el espectáculo que teníamos delante. Aquello era algo inexplicable, había pasado de dejarme envolver por el cambio de paisajes y de forma de vida, a entrar en el corazón del desierto y eso, eso era como un soplo de aire fresco que hace que renueves todas tus energías.

Atrás habíamos dejado el pueblo de Merzouga de dónde venía el nombre del desierto en el que nos habíamos adentrado, todo eran sensaciones, emociones y un montón de nervios por descubrir qué nos depararía aquella preciosa noche.

Tras transitar durante un tiempo por esa carretera en la que, a los lados, de vez en cuando te encontrabas una señal de madera con el nombre d
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