DEBBYEl aire del hospital es pesado, cargado de ese olor característico a desinfectante y a preocupación colectiva. Camino de un lado a otro en la sala de espera, mis pasos resuenan sobre el suelo de baldosas blancas. Mi respiración es irregular, y siento cómo mis manos tiemblan cada vez que mi mente regresa al motivo por el que estoy aquí. Un accidente. Esa fue toda la información que dieron por teléfono antes de que saliera corriendo hacia el hospital.—Rubia, siéntate —espeta Rupert, con voz grave y serena, pero con ese matiz peligroso que reconozco demasiado bien.—No puedo. Estoy nerviosa.—Si sigues caminando delante de mí, solo vas a provocar que te folle aquí mismo. —Lo dice sin vergüenza, en voz baja, pero lo suficiente para que mis pasos se detengan en seco.Me giro hacia él, y mis mejillas arden al encontrarme con su mirada intensa, directa. Está sentado, con las piernas ligeramente abiertas y los brazos cruzados sobre el pecho, como si la espera no le afectara en absoluto
DEBBYEl cuerpo de Rupert pesa sobre mí como si todo el cielo se hubiera desplomado en un solo instante. Su calor, tan familiar, se siente extraño ahora, como si estuviera teñido de una fragilidad que nunca asocié con él. Mi cabeza late con un zumbido sordo, y los sonidos a mi alrededor parecen estar envueltos en una burbuja lejana, pero no dejo de oír las sirenas. Ambulancias. Bomberos. Gritos.El recuerdo de la explosión se reproduce en mi mente a cámara lenta: el rugido ensordecedor, las llamaradas devorando el aire, el impacto que me arrojó hacia el suelo. Rupert... él estaba justo a mi lado. Siento su peso y trato de moverme, de sacarlo de encima, pero mi cuerpo apenas responde. Hasta que levanta la mirada.—¿Estás bien? —me pregunta con una voz grave, pero hay una mezcla de molestia y preocupación en su tono que no puedo ignorar. Sus ojos, normalmente controlados, reflejan algo cercano al pánico.Asiento débilmente, aunque no estoy segura de mi respuesta. Intento hablar, pero en
DEBBYMierda. Él me ha llamado Hill, no Jones, por lo que debe estar furioso. Sus ojos siguen fijos en mí y siento que he perdido toda la capacidad para respirar. Rupert merma el espacio entre los dos, tirando de mi cabello y obligándome a verlo a la cara. —¿Es que no piensas hablar? —inquiere con la tranquilidad de un sabio, pero la rabia de una bestia embravecida. Frunzo el ceño. —¿Para qué hablar cuando ya lo sabes? —Quiero escucharlo de tu boca —espeta con dureza. Trago grueso; mi mente me lanza mil formas de las que me puedo deshacer de esto, pero estoy tan cansada de correr que, sin duda, relajo mi cuerpo, cosa que a él parece enfurecerlo más. Abro la boca para hablar y decirle todo, cuando el timbre de la casa suena con insistencia. —Llaman a la puerta —susurro. Rupert me libera y sale de la habitación. Tomo una bocanada de aire profunda, al tiempo que trato de estabilizar mi cuerpo, que ahora mismo es un manojo de nervios a punto de estallar. Reviso una vez más
RUPERTLa habitación está en penumbras, salvo por la tenue luz de la lámpara de mesa que arroja un círculo dorado sobre la cama. El aire tiene un aroma metálico, un vestigio de la tormenta que rugió hace unas horas. Allí está ella: mi esposa, Debby, tendida sobre las sábanas blancas como una muñeca de porcelana abandonada en un santuario. Tan inocente y tan ajena a las ganas que tengo de follarla ahora mismo, aseguró que besé a otra mujer, y eso tiene que pagarlo caro. ¿Cómo besar a otra cuando ella no sale de mi cabeza? Observo cómo su pecho se eleva y desciende con un ritmo lento, casi imperceptible, como si hasta el aire que respira le costara trabajo. Su rostro está sereno, una contradicción absoluta a la tormenta que sé que lleva dentro. Su piel, pálida como el mármol, parece casi translúcida bajo la luz. Los párpados, cerrados, esconden los ojos grises que tantas veces me han fulminado con su intensidad. Su nariz respingada, los pómulos altos y esos labios entreabiertos... No
NARRADOR OMNISCIENTEEl eco de los pequeños pasos resonaba por los pasillos de mármol de aquella inmensa casa, donde el lujo parecía grabado en cada detalle. Las paredes, decoradas con finos tapices y pinturas de artistas renombrados, eran un testimonio de la opulencia que habitaba en aquel lugar. Un niño de apenas cinco años corría descalzo; sus pies desnudos golpeaban el frío suelo con la libertad propia de la infancia. Su cabello castaño, desordenado por el movimiento, brillaba bajo la luz dorada que entraba por las ventanas altas. —¡Sebastián! —llamó una voz distante, pero el pequeño ignoró el sonido, concentrado en su propia aventura imaginaria. Su risa, ligera y contagiosa, llenaba el aire, resonando como un canto feliz entre las columnas de mármol. De pronto, al girar una esquina, Sebastián chocó contra algo pequeño y suave. El impacto lo hizo tambalearse, pero no cayó. Al mirar hacia abajo, encontró unos ojos grises enormes, como nubes de tormenta, que lo observaban con un
DEBBYDespierto con una punzada aguda en la cabeza que late con la intensidad de un martillo, es como si la sombra de un sueño extraño y opresivo hubiera dejado un residuo físico en mi cráneo. Me esfuerzo por abrir los ojos, pestañeando contra la luz tenue que penetra por las cortinas. Mi visión se aclara lentamente y reconozco mi habitación, con un inconfundible aroma a madera pulida y lavanda, respiro aliviada, pero algo no encaja, apenas dura unos segundos mi despertar y siento un roce cálido en mi coño que me desconcierta. Los pezones se me endurecen tanto, recobro la conciencia al cien. Dándome cuenta de que tengo Rupert entre mis piernas, comiéndome. —¿Qué… ? —mi voz sale ronca, quebrada, casi en un susurro. Al bajar la mirada lo vuelvo a ver, el temible Rupert Jones, entre mis piernas, aferrándose a mí como si fuera su plato favorito. Su lengua me penetra y succiona mi clítoris de manera bestial, el impacto de esa imagen me sacude como una corriente eléctrica. Mis labios de
DEBBYNo me siento bien mintiéndole a todo el mundo, en especial al diablo, es como jugar sucio, sabiendo que él es el único ganador siempre. Lo miro hablar a unos cuantos metros de mí, con los policías y detectives que ha mandado llamar, la piel se me eriza al recordar la mirada que me lanzó cuando salió de la habitación. Mierda. ¿Es que no puedo tener un solo día tranquilo? Sebastián sigue rondando por mi mente, en algo tiene razón Rupert, no conozco bien al que creía mi amigo, intenté comunicarme con Ana, pero no atiende, tampoco Sebastián, y ahora, la casa está rodeada de policías, detectives, personal calificado en tecnología, lo necesario para encontrar a Mateo. Todo esto se acabaría si les entregara la nota, pero Sebastián fue detallado en lo que quiere, si les cuento todo, me pueden dañar a Mateo, y no pienso dejar que le toquen un solo cabello rubio. De vez en cuando Rupert me mira cuando algún policía me hace preguntas, Bryce está con él, ambos siempre se joden la vida y p
RUPERTMaldita rubia. Juro que cuando la vea, la voy a asesinar con mis propias manos. En cuanto a la explosión, la cocina quedó hecha un jodido desastre. Tenso la mandíbula mientras veo que los bomberos y el personal especializado están haciendo su trabajo; la cabeza me estalla, ella no aparece en ningún lado y ya sé con certeza que se ha escapado. La pregunta es: ¿dónde? No responde su móvil y no la pueden localizar todavía. De soslayo, me doy cuenta de que Bryce está discutiendo con América; las piezas faltantes de mi rompecabezas comienzan a tomar forma. Ella es la respuesta. Al final, se acerca a mí con ojos llorosos, llenos de rabia, al tiempo que Bryce la sigue como sombra. —Quiero que quede claro que yo no estuve de acuerdo con esto y que, a diferencia de lo que piensa mi estúpido esposo, no tengo nada que ver con la explosión o su plan de escape —espeta con los puños cerrados. El tic de mi ojo izquierdo, una muestra de la rabia que comienza a incrementar en mi interio