RUPERTLa lluvia repiquetea contra las ventanas de mi oficina, un sonido monótono que apenas logra apaciguar el estruendo de mis pensamientos. El aire dentro del despacho es pesado, cargado de un aroma a madera vieja y café que se ha enfriado horas atrás. La lámpara sobre mi escritorio proyecta sombras alargadas, y las pilas de documentos se acumulan como pequeños monumentos al caos de mi vida. Tengo que firmar varios contratos antes del mediodía, pero no logro concentrarme. En mi mente, las imágenes de Debby, su risa cristalina y su cabello dorado bajo el sol, se entremezclan con un tumulto de emociones que prefiero ignorar.El chirrido de la puerta me arranca de mis pensamientos. Natalia entra sin siquiera llamar, su caminar es firme, casi desafiante, y sostiene un par de carpetas en las manos. Su rostro está marcado por una expresión de molestia apenas contenida, tiene sus labios apretados y las cejas ligeramente fruncidas.—Aquí están los documentos que necesitas firmar —dice, col
DEBBYLa habitación está envuelta en un silencio casi sagrado, roto solo por el ritmo pausado de la respiración de Mateo. Lo observo desde la cama, sin atreverme a moverme, temiendo que el más leve sonido pueda perturbar su sueño. La cuna nueva que papá le ha traído esta misma mañana es perfecta, un detalle que habla de su atención y dedicación, cualidades que en los últimos días me han devuelto un poco de ese cariño que Minerva me arrebató.El rostro de Mateo, iluminado por la tenue luz de la lámpara en la esquina, parece el de un ángel. Su cabello rubio y suave caía sobre su frente como si estuviera pintado a mano, y una sonrisa diminuta, casi imperceptible, jugaba en sus labios, y sus ojos... tan verdes como los del diablo, ocultos por sus párpados cerrados.Suspiro. Es difícil no pensar en todo lo que ha pasado, en las decisiones que me han traído hasta aquí. Mirar a Mateo me da fuerza, pero también me recuerda lo frágil que puede ser la vida para nosotros, aquí, en San Francisco.
DEBBYEl olor a desinfectante me resulta abrumador. Estoy sentada en una de esas incómodas sillas plásticas de la sala de espera del hospital, con Mateo profundamente dormido en mi pecho. Su calor es lo único que me ancla, lo único que logra evitar que me derrumbe. Luego de que su padre apareciera de la nada, con heridas por todo el cuerpo. A mi alrededor, el ambiente es tenso. Minerva, con su vestido impecable y su mirada crítica, no me quita los ojos de encima. A su lado, Débora, mi prima, tamborilea los dedos contra su bolso con impaciencia. No me sorprende; siempre ha tenido una facilidad desconcertante para parecer irritada por todo. Mientras mi padre, está en una esquina, hablando por teléfono con un tono autoritario, asegurándose de que sus instrucciones sean cumplidas al pie de la letra.Apenas puedo procesar que estoy aquí. Rupert, el padre de mi hijo, se desmayó frente a nosotros, y aunque una parte de mí gritaba que no me involucrara, la otra, la más humana, actuó por inst
RUPERTEl dolor de mis heridas queda en segundo plano, eclipsado por el fuego que arde en mi pecho mientras veo a la rubia salir de la habitación. Su despedida ha sido seca, su mirada, llena de reproche silencioso, uno que me pone la polla dura. No puedo sacarme de la cabeza sus últimas palabras: “Felicidades, al parecer ya tendrás al hijo que siempre quisiste con tu esposa”. Sonrío para mis adentros, si ella supiera la verdad…Un crujido en la puerta al cerrarse me devuelve al presente. Débora se acerca con aire de una grandeza que no posee, cerrando la puerta con fuerza tras de sí. Su rostro está encendido de furia, y sus labios se tensan en una línea delgada antes de hablar.—¿Por qué, Rupert? —exige—. ¿Por qué pediste que Debby pasara primero? ¡Soy tu esposa! ¿Tienes idea de la vergüenza que me has hecho pasar? —Cállate y vete —respondo sin rodeos, sin mirarla. Ahora mismo, la odio tanto, que me da náuseas al pensar en todas las veces en las que la he follado. —¡No me hables as
DEBBY—No puedo creer que me estés dejando fuera de todo esto.El reclamo de América me saca de mi ensimismamiento, hace más de tres horas que Rupert se llevó con él a Mateo, y mi cabeza no ha dejado de bombardearme con miles de ideas en las que él tiene todo a su favor, para poder quitarme a mi hijo. Maldición, de todos los hombres con los que pude haber tenido algo, tuve que haberme metido con uno de los hombres más crueles de todo el mundo.—¿Me estás escuchando?Espabilo y la miro fijo.—Lo siento.Sus ojos se entrecierran al ver mi mano con el anillo.—¿De verdad te vas a casar con ese?—¿Ese? ¿Desde cuándo hablas así de Sebastián con tanta saña? —sonrío.—Desde que descubrí cómo te mira —se pone en plan serio.Frunzo el ceño.—¿Y cómo se supone que me mira? —enarco una ceja con incredulidad.Espero a que América suelte alguno de sus comentarios llenos de creatividad, sin embargo, no lo hace, sus facciones se endurecen de un modo tan serio, que pareciera que está presenciando un
NARRADOR OMNISCIENTELa noche envolvía el aeropuerto privado como un manto pesado y silencioso. Las luces de las pistas titilaban a lo lejos, apenas visibles tras la niebla que se arremolinaba bajo la pálida luna. El ambiente estaba cargado de misterio, un silencio inquietante, roto, únicamente por el sonido de un motor que se acercaba.Un automóvil negro, brillante como la obsidiana, apareció desde la carretera solitaria, deteniéndose frente a las escaleras de un jet privado. El chofer, vestido impecablemente con un traje negro y guantes blancos, descendió con una precisión casi militar. Ajustó el borde de su sombrero mientras observaba con calma la puerta del avión abrirse lentamente.Un hombre apareció en el umbral. Aunque los años se reflejaban en las líneas suaves de su rostro, su porte seguía siendo imponente. De cabello castaño cuidadosamente peinado y ojos verdes que parecían atravesar la oscuridad, vestía un traje azul marino que brillaba bajo las luces del avión. La corbata
DEBBYEl mundo gira lento y pesado, como si estuviera atrapada en un sueño intenso del que no puedo despertar. Mi respiración es irregular; algo caliente me recorre las piernas, y una oleada de sensaciones desconocidas y extrañas me embarga. Mareo, placer, algo que roza la línea entre lo prohibido y lo embriagador. Intento moverme, pero mi cuerpo no responde como espero. Cuando por fin logro abrir los ojos, lo veo: Rupert, con su cabello oscuro desordenado, y sus ojos verdes, entre mis piernas, sin el menor atisbo de culpa. Comiéndose mi coño. Suelto un gemido al sentir su lengua penetrando, hasta que un fuerte orgasmo me golpea nublando mi vista. —Detente —digo en un tono apenas audible.No me presta atención, me sostiene de las piernas y el deseo me nubla la razón, adormeciendo todos mis sentidos. —Rupert... ah... ¿Esto es un sueño? Aún aturdida, me doy cuenta de algo más perturbador, al levantar la vista me encuentro con un enorme cristo colgado, entre jadeos que brotan de mi g
DEBBYLa luz de las lámparas en la estancia principal de la mansión proyecta un brillo cálido y difuso que contrasta con la oscuridad que reina fuera. El aire, impregnado con un ligero aroma a madera pulida y flores frescas, parece inmóvil, atrapado en el silencio roto solo por el leve crepitar de la chimenea. Estoy de rodillas frente al sofá, con mis dedos firmes y precisos, limpiando la herida en el brazo de Demon Jones, el padre de Rupert. La bala apenas rozó la carne, pero no deja de ser una herida fea.Lo cierto es que ni siquiera imaginaba cómo es que sería el padre del diablo, el mismo hombre que al parecer, heredó incluso hasta la generación de mi hijo, el color verde intenso de sus ojos, ¿acaso todos los hombres de esta familia tienen el gen de la mirada cruel?—Es solo un roce —murmuro, más para mí misma que para él, mientras humedezco una gasa con antiséptico—. Pero igual debemos evitar infecciones.Levanta la cabeza, mirándome con sus ojos verdes, profundos como un bosque