DEBBY—Detente —logré articular. Empujo su pecho con ambas manos; sin embargo, no me suelta. Su agarre es duro, sólido, rodeando mi cintura como nunca lo ha hecho. Desde que nos conocimos, él siempre dijo que odiaba el contacto físico si no lo pedía, y ahora… esto. Mi pecho sube y baja debido al subidón de adrenalina que recorre mi torrente sanguíneo. Levanto la mirada y me encuentro con los ojos más verdes y gélidos que he visto en la vida. Como ya era de esperarse, no encuentro emoción alguna en él. —¿Qué es lo que piensas? —me acerca más a él. —En que no tienes alma —susurro sin pensar. Al darme cuenta de mi error, trago grueso—. Compórtate como el hombre casado que eres. Por favor. Siento que su mano se desliza por mi trasero; luego le sigue la otra y me deja en blanco por un par de segundos, agarra mis nalgas con posesión. —¿Dejas que Winston toque esto? —me apretuja. Abro los ojos como platos. —Estás casado con… —Débora —finaliza por mí—. Por conveniencia. —N
DEBBYNo puedo apartar mi mirada de Mateo, joder, no es porque sea su madre, o puede que sí, pero es hermoso, América tiene razón, me salen bien los bebés. Mi corazón se colisiona cuando sus ojos verdes se anclan en los míos al tiempo que me sonríe de un modo que me hace olvidar toda la mierda que me rodea.—Te amo tanto —beso sus mejillas, ocasionando que ría—. Eres el bebé más hermoso del universo.Vuelve a reír, detallo su atuendo, la duda de llevarlo a la casa que me vio crecer, me congela, no quiero que Minerva me le haga algo, mucho menos Débora, de hecho, no pienso dejar siquiera que lo miren más de la cuenta. Rupert es un hijo de puta por haber planeado todo esto. Son esta clase de momentos en los que pienso que siempre fue el hombre que no necesité.Mi móvil vuelve a timbrar por octava vez, de soslayo leo el nombre que parpadea y que pienso en bloquearlo, el padre de Mateo no tiene derecho a enfadarse, no después de que me clavara otro puñal por la espalda.—Tu papá es un ton
DEBBYLa sangre se desliza en una delgada línea desde mi mejilla hasta mi barbilla, tiñendo de rojo la pequeña toalla blanca con la que intento detenerla. El espejo del baño refleja mis ojos enrojecidos, rodeados de sombras que hablan de noches de insomnio y días de tensión ininterrumpida. El zumbido en mis oídos sigue, como si el eco del golpe resonara aún, mezclándose con la voz de mi padre y las miradas acusadoras de todos en el vestíbulo.¿Cómo he llegado a este punto, atrapada en una casa que es una prisión disfrazada de lujo? Es un sinsentido; cada paso que doy, cada decisión que tomo, parece empujarme hacia un abismo del que no sé cómo salir.El pomo de la puerta gira de repente, y antes de que pueda decir nada, Rupert entra, su rostro es una máscara de preocupación y furia contenida. Me doy la vuelta instintivamente, apretando la toalla contra mi mejilla, pero la indignación pronto toma el control.—¿Es que te has hecho costumbre entrar sin permiso? —espeto, con el pulso acele
RUPERTDespierto sintiendo que algo anda mal, algo se quiebra en mi pecho y la sensación de haber perdido una guerra, me invade. Maldita sea. Apenas abro los ojos, noto la silueta de alguien a mi lado, su respiración entrecortada y el dulce perfume que, en otro tiempo, deseé, me amargan el día. Antes se sentía bien tocar su piel desnuda por mi objetivo, pero no hoy. Hoy, el simple roce de su cuerpo contra el mío despierta una irritación que me muerde desde dentro.—¿Qué demonios haces aquí, Débora? —Mi voz sale áspera, cargada de un resentimiento que ni yo mismo sabía que existía.La observo con detenimiento, y no dudo en comparar su cuerpo con el de la madre de mi hijo, esa maldita rubia no sale de mi cabeza y no quiero saber la respuesta a eso.Ella se aparta apenas, una sonrisa despreocupada pintada en su rostro, hace que me crispe y quiera asesinarla ahora mismo, ver cómo su pálida piel se torna azul si comienzo a asfixiarla.—¿Qué pregunta es esa, Rupert? Somos esposos —responde,
NARRADOR OMNISCIENTESebastián recorrió con la mirada el interior de la joyería. Era un espacio amplio, iluminado por una luz blanca y fría que hacía brillar los diamantes como estrellas atrapadas en vitrinas de cristal. El aire olía a perfume caro y cuero, y un suave murmullo de conversaciones apagadas flotaba en el ambiente. Sus ojos, atentos y serenos, escudriñaban cada pieza con una meticulosidad calculada. Frente a él, una joven dependienta de cabello rubio recogido en un moño perfecto se inclinó un poco, intentando llamar su atención, mostrando sus pechos, con una sonrisa radiante.Pero de nada sirvió, ya que en su mente solo tenía a Debby, y en el gran paso que iba a dar, había soñado tantas veces con penetrar su cuerpo, que la polla se le ponía dura con solo imaginarlo. —¿Hay algo en particular que esté buscando, señor? —dijo la chica, con voz aterciopelada buscando algún rastro de interés en la expresión de Sebastián.Sin apenas mirarla, él negó con la cabeza, concentrándose
RUPERTLa lluvia repiquetea contra las ventanas de mi oficina, un sonido monótono que apenas logra apaciguar el estruendo de mis pensamientos. El aire dentro del despacho es pesado, cargado de un aroma a madera vieja y café que se ha enfriado horas atrás. La lámpara sobre mi escritorio proyecta sombras alargadas, y las pilas de documentos se acumulan como pequeños monumentos al caos de mi vida. Tengo que firmar varios contratos antes del mediodía, pero no logro concentrarme. En mi mente, las imágenes de Debby, su risa cristalina y su cabello dorado bajo el sol, se entremezclan con un tumulto de emociones que prefiero ignorar.El chirrido de la puerta me arranca de mis pensamientos. Natalia entra sin siquiera llamar, su caminar es firme, casi desafiante, y sostiene un par de carpetas en las manos. Su rostro está marcado por una expresión de molestia apenas contenida, tiene sus labios apretados y las cejas ligeramente fruncidas.—Aquí están los documentos que necesitas firmar —dice, col
DEBBYLa habitación está envuelta en un silencio casi sagrado, roto solo por el ritmo pausado de la respiración de Mateo. Lo observo desde la cama, sin atreverme a moverme, temiendo que el más leve sonido pueda perturbar su sueño. La cuna nueva que papá le ha traído esta misma mañana es perfecta, un detalle que habla de su atención y dedicación, cualidades que en los últimos días me han devuelto un poco de ese cariño que Minerva me arrebató.El rostro de Mateo, iluminado por la tenue luz de la lámpara en la esquina, parece el de un ángel. Su cabello rubio y suave caía sobre su frente como si estuviera pintado a mano, y una sonrisa diminuta, casi imperceptible, jugaba en sus labios, y sus ojos... tan verdes como los del diablo, ocultos por sus párpados cerrados.Suspiro. Es difícil no pensar en todo lo que ha pasado, en las decisiones que me han traído hasta aquí. Mirar a Mateo me da fuerza, pero también me recuerda lo frágil que puede ser la vida para nosotros, aquí, en San Francisco.
DEBBYEl olor a desinfectante me resulta abrumador. Estoy sentada en una de esas incómodas sillas plásticas de la sala de espera del hospital, con Mateo profundamente dormido en mi pecho. Su calor es lo único que me ancla, lo único que logra evitar que me derrumbe. Luego de que su padre apareciera de la nada, con heridas por todo el cuerpo. A mi alrededor, el ambiente es tenso. Minerva, con su vestido impecable y su mirada crítica, no me quita los ojos de encima. A su lado, Débora, mi prima, tamborilea los dedos contra su bolso con impaciencia. No me sorprende; siempre ha tenido una facilidad desconcertante para parecer irritada por todo. Mientras mi padre, está en una esquina, hablando por teléfono con un tono autoritario, asegurándose de que sus instrucciones sean cumplidas al pie de la letra.Apenas puedo procesar que estoy aquí. Rupert, el padre de mi hijo, se desmayó frente a nosotros, y aunque una parte de mí gritaba que no me involucrara, la otra, la más humana, actuó por inst