Luciana recorrió con la mirada el lugar en el que se encontraba. Algunas personas iban de un lado a otro apresurados. Un par de mujeres estaba detrás del recibidor atendiendo llamadas y escribiendo en sus computadoras. Había pasado algunas semanas desde la última vez que había estado en un lugar público y el ruido del lugar le resultó algo molesto.Nunca había disfrutado demasiado de las multitudes, pero saber el motivo por el cual estaba allí lo hacía peor. Cada vez que escuchaba pasos acercándose, se giraba en dirección a la puerta con el corazón latiendo a mil por hora para ver si se trataba de Rodolfo... Hasta ahora él no había llegado.—¿Estás lista? —preguntó Ignazio llamando su atención.«Ni un poco», pensó. Tenía tantas ganas de ponerse de pie y correr lejos de allí.—Eso creo. Ignazio la tomó del rostro y la miró directo a los ojos. Luciana se perdió en la profundidad de ellos.—Estaré justo aquí, esperándote. Si decides que no puedes más, no tienes que quedarte dentro.Igna
Luciana se veía afectada y, aunque Ignazio había estado preparado, debió suponer que lo afectaría demasiado verla en aquel estado.Hizo su mejor esfuerzo para no regresar en busca de Rodolfo. Como médico, su trabajo era salvar vidas, no quitarlas; pero no se sentiría nada avergonzado de admitir en voz alta que quería golpear al desgraciado hasta que ya no respirara.Rodolfo era un completo imbécil. Había dañado a una mujer inocente de maneras inconcebibles y ni siquiera se arrepentía de ello, lo había visto en sus ojos cuando se encontraron en el pasillo justo antes de la reunión.Él le había dado una sonrisa llena de arrogancia. Estaba tan seguro de que Luciana regresaría con él y, por un instante, Ignazio había temido que tuviera razón, que ella creyera sus mentiras o peor aún que cediera a sus amenazas.Sin embargo, no le había dado la satisfacción de verlo afectado y había disfrutado un poco —quizás bastante— al ver su sonrisa desaparecer en el instante que le dijo que se iba a en
Ignazio se dejó caer en su asiento e inclinó la cabeza en el respaldo. Aquel era su primer descanso en toda la mañana. Algunos días, como ese, la demanda era aún mayor y el trabajo no paraba.Sacó su celular y marcó el número del inspector Bellini. Su descanso tendría que esperar para otro momento. Necesitaba hablar con el hombre cuanto antes.—Ignazio —saludó el hombre en cuanto contestó.—Inspector Bellini.—¿Cómo fue la reunión entre la señora Luciana y Rodolfo?—Él se negó a firmar los papeles de divorcio, tal y como sospechábamos. Además, se atrevió a amenazarla.—Podríamos acceder a las cámaras de…—No tiene caso, fue cuidadoso.El inspector hizo un sonido de frustración.—Creí que las cosas serían más fáciles con la denuncia en su contra.—Él sigue negando todos los cargos.—Estoy al tanto. Ha intentado mover sus influencias para cerrar la investigación, la única razón por la que aún no lo ha logrado es debido a que eso sería demasiado sospechoso. Aunque no me sorprendería que
La casa estaba en completo silencio. Matteo y Lia se habían ido de viaje ese día por la mañana e Ignazio se había marchado hace unas horas al hospital. Eso dejaba a Luciana sola. Estaba acostumbrada a no tener compañía, en casa de Rodolfo pasaba más de la mitad de los días sola. Gracias a eso se había vuelto muy buena para llenar los silencios con conversaciones con ella misma —era eso o volverse loca— y es lo mismo que había estado haciendo las últimas horas mientras preparaba algunas galletas y brownies para sus visitantes. Isabella se había ofrecido a hacerle compañía en cuanto se enteró que no habría nadie más en la casa. Lo llamó “una noche de chicas”. Y había invitado a dos de sus primas. Luciana estaba nerviosa. No sabía cómo eran ellas y lo qué pensarían de ella. También estaba emocionada, era bueno tener personas con las que pasar el rato. «Están aquí», pensó al escuchar voces en el exterior y se dirigió hasta la sala para recibirlas. Intentó disimular su nerviosismo mi
Ignazio estaba revisando las historias de sus pacientes cuando su celular empezó a sonar. Era pasada la media noche y apenas se había acomodado para revisar la historia del paciente que había atendido minutos atrás. Estaba acostumbrado a recibir a llamadas a esas horas, en especial cuando algún paciente se complicaba, pero cuando miró la pantalla de su celular no leyó el nombre alguna de las enfermeras. Era Luciana quien le estaba llamando. Se preocupó al pensar que algo podía haberle pasado para que lo llamara a esas horas y contestó de inmediato. —Hola, mariposa. ¿Qué sucede? —preguntó tratando de no dejarse llevar por el pánico. En la mayoría de caos podía mantener sus emociones bajo raya, pero cuando se trataba de Luciana le costaba más esfuerzo. Durante un instante lo único que escuchó fue su respiración y eso no lo ayudó a tranquilizarse. —¿Preciosa? —insistió. —¿Ignazio? —preguntó Luciana confundida. —Sí, hermosa. ¿Está todo bien? —Sí. No. ¿Por qué todo da vueltas? —refu
Luciana tardó un instante en darse cuenta que no estaba teniendo un sueño. Ignazio en realidad estaba en su habitación, aunque no lo había escuchado entrar. Entrecerró los ojos, la luz del día hacía que su dolor de cabeza se sintiera peor. Era como si alguien le estuviera taladrando la cabeza y solo quería que se detuviera. —Buenos días, preciosa. —La voz de Ignazio sonaba ronca y más profunda de lo normal. Él se hizo hacia atrás y se aclaró la garganta. —¿Qué haces aquí? —preguntó dándose la vuelta. Lo menos que había esperado es que él la viera en aquel estado. Seguro se veía hecha un desastre. Ignazio desvió la mirada hacia abajo y luego se giró de espaldas a ella. Frunció el ceño sin entender a que se debía su actitud. Abrió los ojos y sus mejillas se calentaron. Estaba desnuda e Ignazio se había ganado un buen vistazo. —Maldición —musitó y agarró con prisa la sábana para cubrirse. ¿Dónde estaba la camisola de su pijama? En cuanto intentó recordar la noche anterior el
Ignazio siguió a Luciana al interior de la casa después de que vieron partir el último auto. Ahora que su hermana y el resto se habían marchado, la casa estaba en silencio. Amaba a su familia, pero no iba a negar que estaba demasiado deseoso de quedarse a solas con Luciana. Tenían cosas de las que hablar. —¿Cómo está tu cabeza? —preguntó Ignazio. Trataba de romper el silencio, pero también estaba preocupado por ella. —Mejor, gracias por las pastillas que me dejaste. —Un rubor se extendió por el rostro de Luciana apenas terminó de hablar. Se preguntó si ella estaba pensando en lo que había pasado en su habitación. Era lo único en lo que él podía pensar. Había pasado el desayuno distraído recordando una y otra vez lo mismo. Ella recostada en la cama como una ninfa del bosque, apenas cubierta. Si cerraba los ojos todavía podía verlo con claridad. Desvió el rumbo de sus pensamientos de lo contrario iba a necesitar otra ducha helada. —¿En serio llamé? —preguntó Luciana devolviéndo
Luciana tenía los ojos cerrados y el rostro oculto en el cuello de Ignazio. Su cuerpo había entrado en un estado de relajación placentero. No habría podido moverse incluso si habría querido hacerlo, pero no quería. Se sentía bien justo donde estaba. No había lugar que la hiciera sentir mejor que cuando estaba rodeada de los brazos de Ignazio.Sabía que había muchas razones por las que aquello era un error; sin embargo, no podía pensar en una sola en ese momento. Sus neuronas estaban adormecidas por las corrientes de placer que aun recorrían su cuerpo y sus preocupaciones habían sido silenciadas. Era seguro que volverían a aparecer más tarde, pero se preocuparía de ello más tarde. Por el momento solo quería disfrutar de lo bien que se sentía.Presionó sus labios contra el cuello de Ignazio y sonrió al sentir como él apretaba su agarre en su cintura.—Preciosa —advirtió en un sonido torturado.—¿Qué sucede? —preguntó con inocencia y clavó los dientes en cuello.—Mi cordura pende de un h