28. El juicio.

Las pesadillas habían asaltado a Ana esa noche con más violencia que las anteriores, más realistas y enfermas. Soñó que su cuerpo se quedaba paralizado cuando los hombres en la moto aparecían y que los disparos le atravesaban la piel con un dolor ciego, las balas se quedaban dentro de ella y lego salían convertidas en arañas que se le metían a la boca y le cubrían los ojos. Luego vio a Eduardo, unos metros más allá, las balas rompían el aire hacia él, viajaban en cámara lenta y Ana trató de correr para detenerlas, pero estaba sumergida en una masa espesa que le impedía avanzar. Las balas entraron lentamente en la piel del hombre deformándole el rostro y salpicando sangre. cuando el cuerpo cayó al suelo Ana se arrodilló junto a él, Eduardo tenía la ropa que traía el ex trabajador de Jábico, volteó a mirar a Ana con los ojos desorbitados y le dijo con una voz profunda y de ultra tumba.

—No me salvaste, Ana —despertó de un salto, estaba sudorosa, la cama estaba revuelta y la almohada rod
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