30. Miedo.

Una ráfaga de balas salió disparada del arma, tantas y con tanta rapidez que Ana no logró ni siquiera gritarle a Eduardo, solo lo empujó con fuerza para alejarlo de la trayectoria de los impactos que golpeaban el parabrisas, como si fuera una metralleta, una ráfaga violenta y Ana creyó escuchar como los disparos entraban en la piel del Eduardo a su lado, de la misma forma que entraron en la piel de Julián apenas un día antes, y no pudo hacer más que mirar los ojos ensangrentados de miedo que tenía el asesino mientas disparaba hacia el periodista hasta que el parabrisas fragmentado le impidió la visón.

La camioneta avanzó hacia el frente de un empujar tan rápido y violento que la cabeza de Ana rebotó contra el respaldo de su silla y notó por la silueta difusa a través del parabrisas destruido como el hombre quedaba bajo las ruedas del auto y luego se escuchaba un grito desgarrador.

—Llama una ambulancia —le dijo Eduardo, tenía la voz entrecortada y Ana no fue capaz de mirarlo, no podía
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