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Dixon ya no sabía cómo caminar por la casa. Sus pies estaban en carne viva cubiertos por vendas y aun con su rápida facilidad para curarse no le había dado tiempo a que la carne se reconstruyera. Sus manos en igual estado. Había enormes ojeras y su cabello estaba completamente enmarañado. Alrededor de los muebles de la oficina estaban destrozados, con marcas de garras o partes partidas. Él, se encontraba sentado en el único butacón que no había volcado pero que sus garras ya habían astillado la madera del reposabrazos.

Su pecho estaba apretado. No sentía a su loba, era como si ella estuviera muy lejos, tampoco la habían encontrado, por mucho que la hubiera buscado. Era como si hubiera algo que no les dejara llegar a ella.

Y durante toda la noche había estado un sentimiento de angustia que lo había hecho derramar lágrimas de sus ojos. No supo si era realmente él el que estaba llorando, pero solo le pudo venir la idea a su cabeza que había sido su loba la que había pasado por algo que l
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