La mansión Crown estaba envuelta en un silencio inquietante. Las sombras se alargaban por los pasillos, y el reloj en la pared parecía marcar cada segundo con un eco ominoso. Xander Crown, el juez implacable, se apoyó contra la barandilla de la escalera principal. Su mirada se perdía en la oscuridad del vestíbulo, mientras no podía creer que se dejó convencer de ir a ese sitio. Todos esos años lejos de ellos para ser quien se acercara. Sin embargo, el pacto de sus antecesores debía cumplirse. Se les enseñó que aún en las generaciones futuras tendría validez y sabía que Silas lo haría si estuviera con vida. —¿Por qué vendría por ti? —cuestionó Anthony, su tono áspero—. ¿Qué has hecho para atraer la atención?Lina, con una lealtad férrea hacia Anthony se le puso a la par, cruzó sus brazos y miró a Barry, quien actuó en base a la seguridad de sus jefes. La tensión entre los tres Crown presentes era palpable. Barry debía despejar dudas. Ese era su trabajo como consejero. —Anthony tie
Las cámaras parecían saber exactamente dónde encontrar a la pareja del momento, escudriñando el origen de todo y un poco más del romance que se mencionaba en algunos titulares.Para Génesis, una semana de distancia sería un respiro, aunque también estaba el hecho de que esas “citas-no-citas” con su novio falso comenzaban a gustarle más de lo que estaba dispuesta a admitir.—Cuando dijiste que veníamos a comer, creí que sería en un lugar elegante, con miles de meseros o algo así para presumir. —caminó al lado de Anthony, quien, con sus lentes oscuros, pretendía no distraerse con la figura de la alemana. Pero cuando ella apretó el paso y alcanzó la entrada, le fue difícil no mirarla.Génesis robaba su atención sin siquiera intentarlo.—Pero no eres tan pretencioso como imaginé.—¿Para qué voy a presumir algo que el mundo entero sabe que tengo? —cuestionó Anthony, arrastrando la silla para ella, como su caballerosidad lo dictaba. —Es algo muy básico, y soy mucho más que eso.—Y ahí sale
—Drake Harrigton, 28 años hasta el día que murió. Nacido en Alabama. Ingeniero minero. —exclamó Barry deslizando la carpeta sobre el escritorio de su jefe con los datos que había encontrado del sujeto a investigar. —Trabajó para Ciro Auritz los últimos 5 años de su vida y se casó con Alma Burton, un año antes de morir. —¿Por qué se me hace conocido ese apellido? —tomó el informe que este llevó. —Porque el hermano de ella, fue y sigue hasta el momento, siendo uno de los abogados en quién más confía su padre. —reveló. —Ryan es una fuente muy confiable de información y dudo que haberse retirado hace un par de años le haya restado efectividad. —¿Qué pasó con la viuda? —Se volvió a casar dos años después. —mencionó sentándose frente a él. —La información está completa ahí. —Un tiro en la cabeza. —observó la fotografía. —Lo ejecutaron. ¿Qué tanto sabía para ganar ese premio?—Lo que fuese que sabía, le hizo ganar más que solo una bala. —dijo Barry cuando Anthony giró la hoja para darse
Anthony avanzó con determinación hacia la salida de la empresa, su rostro expresando una mezcla de urgencia y frustración. Nadie se atrevería a interponerse en su camino.El archivo cerrado y clasificado que tenía entre manos parecía una broma de mal gusto. ¿Qué más podía esperar de ellos? La burocracia y los secretos eran un obstáculo constante en su vida. Algunos los plantó su familia, pero el resto que descubrían le causaba jaquecas constantes. —Llévame a casa —ordenó al chófer, quien aceleró el vehículo. En momentos como este, cualquier error podría ser fatal.El consejero del clan lo acompañaba, ocupado en contactar a Leonardo y Aarón. Debían estar al tanto de todo. Sin embargo, la espera se prolongó debido a unos inesperados acompañantes que su padre había traído consigo.Tres alemanes entraron por la puerta, junto a Leonardo y Aarón. Sus rostros serios indicaban que habían estado en reuniones importantes.—Este territorio no me compete, pero tengo motivos muy buenos para, por
La sala de entrevistas estaba impregnada de una tensión palpable. Las luces tenues resaltaban los rostros expectantes del público, que se agolpaba en sillas de terciopelo rojo. El aire estaba cargado, como si cada persona contuviera la respiración, esperando el próximo giro en la conversación.Inicialmente la entrevista se trataría del reconocimiento que recibieron, pero todos estaban expectantes por una sola pregunta. Génesis Blackwood, sentada con elegancia en un sofá de cuero, mantenía su postura impecable. Su vestido negro, con detalles de encaje, realzaba su belleza y su mirada desafiante. Los ojos oscuros, profundos como pozos sin fondo, reflejaban una mezcla de determinación y cautela presente en cada respuesta. Relajada y hasta con humor que todos le seguían con risas.Ever Pembroke, a su lado, parecía menos cómodo. Su traje a medida no podía disimular la tensión en sus hombros. Sus dedos jugueteaban con el borde de la copa de agua sobre la mesa. La periodista, una mujer de
La honestidad era lo único que Génesis tenía cuando comenzó la entrevista. No quiso extender algo que tomó un rumbo inesperado, como había sucedido en ocasiones anteriores. La cercanía de Ever la cansó, así que se alejó disimuladamente, consciente de que alguien detrás de la pantalla estaba observando cada movimiento. Aunque ignoraba que dicho sujeto ya se encontraba en Boston desde varias horas antes. Lo que veía día con día en la televisión le impidió pensar con claridad. Ella contestó las preguntas de manera cortante, sabiendo que el foco siempre estaría en lo que causó más revuelo.Sin embargo, durante la entrevista, el periodista solicitó una fotografía en la que la cercanía de Ever la incomodó. La mano de él se posó en la cintura de Génesis, y sus rostros estuvieron a escasos centímetros durante tres segundos. Génesis exhaló, anticipando la reacción que vendría.No se equivocó. Desde que tomó el móvil, las vibraciones de los mensajes no cesaron. Durante casi cinco minutos, alr
—¿Te importa el moribundo? —quiso saber Anthony cerca de su boca. —¿Te importa esa cosa? —Es tu empleado. ¿Para qué contratas a alguien que vas a intentar matar casi siempre? —escuchó la llegada de un auto, buscando la forma de alejarse.—Porque sabía que vendrías a mí. Esa fue mi motivación principal. —podía saborear sus labios. —Estoy rodeada de puro idiota. —murmuró ella. —No me pongas al nivel de él. Eso sí me ofende y creo que ya entiendes un poco de lo que ocurre cuando alguien me toca los cojones. —elevó su barbilla. —¿Me vas a echar el auto encima también? —lo desafió. —No, a tí te haré entrar al auto. Voy a abrir esas lindas piernas tuyas y voy a golpear tu coño con la dureza que provocas cada vez que te veo. —susurró en su mejilla con esa voz grave que la dejó muda por un segundo. —Tengo muchos otros usos para los autos y muchos de esos pueden gustarte. Ella deslizó sus manos por su pecho, mientras los ojos de Anthony parecían maravillados. —Vete de aquí. Debo arregla
—¿Puedo pilotar de regreso? —pidió Génesis al verlo concentrado en lo que había bajo sus pies.—¿No estabas enojada?—No me cambies el tema. —observó su intención de aterrizar. —Tengo casi dos meses sin pilotar uno.—El tiempo que llevo soportándote. Curioso. —alegó él sin mirarla.—Justamente el día que por desgracia te conocí, tuve que pilotar uno desde Berlín. —comentó. —Fue un vuelo largo y me dio hambre, así que después de trabajar durante veinte minutos, salimos a comer con… En fin, ese día fue el último en que toqué una de estas maravillas.—No es un auto. —le recordó.—Lo sé. Pero para mí son lo que los autos son para los pilotos de carreras. Simple. —contestó sin dejar de mirarlo. —Entonces, ¿sí puedo?—¿Cuándo has necesitado permiso para hacer algo? —cuestionó él al estar en la plataforma del helipuerto.—Cierto. —miró la azotea del edificio donde habían aterrizado. —¿Dónde estamos?—En uno de mis hoteles. Solo camina.—¿Seguro que es aquí? —mencionó Génesis al descender del