El me observaba con detalle como si de una pintura se tratara, miraba mi cuerpo al calor del fuego, yo me encontraba vestido con mi ropa interior un brasier y una pantaleta a juego de color piel que se perdía entre las siluetas de mi piel.
Intentaba no provocar alguna situación más allá del deseo, si él quería que sobrepasar algo más allá del límite de nuestros cuerpos, tenía que iniciarlo y yo esperaría con ansias por ello.
Él no había pronunciado ninguna palabra, desde que me vio así no había mucho que decir.
El ambiente se mantenía caliente por el fuego de la chimenea, el sonido de la leña al fuego quemándose y el tenue sonido de la lluvia de la ventana era lo que nos acompañaba.
De pronto él se acercó a mí, con toda la intención de poseerme, pero se detuvo tras mío y tomando mi espalda con suavidad, me desabrocho con paciencia mi sostén, con delicadeza, tomándose el tiempo de disfrutar cada detalle.
El comenzó a pasar sus manos por mis hombros y comenzando a hacerme un masaje muy confortable, esos de los que te llevan a un sueño donde no quieres despertar.
Mi espalda completamente desnuda, la suavidad de sus manos y el toque de ellas en mi cuerpo me hicieron sentir gran deseo por querer hacer el amor en ese momento, pero él no tenía intenciones siquiera de sobrepasar la línea. En ningún momento toco más allá, a pesar de que yo quería.
Yo quería que tomara la iniciativa, en verdad quería que sobrepasara esa línea, para poder iniciar ese encuentro sexual que su presencia me provocaba, porque quizás nunca lo volvería a ver, entonces quizás era la única vez que podría aprovechar este momento.
Él estaba siendo muy respetuoso ante la situación, tranquilamente siguió acariciando mi espalda sin sobrepasar el límite.
Pero algo en él en su aura lo comenzó a perturbar, se detuvo rápidamente y se levantó marchándose con dirección al segundo piso de su casa, no supe que hacer, me quede esperando 5 minutos, pero no había rastro de su presencia.
Renuncie a la idea de hacer algo esa tarde, quizás no le provocaba nada, ni deseo, simplemente está siendo demasiado amable.
Me coloque mis prendas una a una, tomándome mi tiempo, antes de que el regresara.
Quizás no tenía la intención de pasar la tarde conmigo y solo esperaba que yo me fuera de ahí.
La noche se cernía con su manto de sombras sobre la ciudad, envolviendo las calles en un susurro casi imperceptible. Dentro de aquella habitación, el tiempo parecía haberse detenido, atrapado en un vaivén de dudas e incertidumbre.
Tomé mis cosas con prisa, tratando de disipar la incomodidad que se asentaba en mi pecho. No quería seguir esperando su regreso, no sabía si lo haría, y la sensación de estar sola en ese espacio que aún guardaba su aroma se volvía insoportable. Justo cuando estaba a punto de salir, con el teléfono en la mano para pedir un taxi, la puerta se abrió con suavidad.
Ahí estaba él.
Su rostro, antes tenso y cargado de emociones contenidas, ahora lucía más sereno. Sus ojos reflejaban paz.
—¿A dónde vas? —preguntó, su voz profunda rompiendo el silencio—. ¿Acaso ya quieres irte?
Sus palabras me tomaron por sorpresa.
—Me tengo que ir —respondí, intentando sonar firme, aunque mi corazón titubeaba—. Ya es tarde y… no sabía si bajarías.
No había reproche en mis palabras. Sin embargo, él no parecía dispuesto a dejarme ir tan fácilmente.
—Querida, acompáñame, por favor.
Su tono era una caricia, un ruego disfrazado de dulzura. Antes de que pudiera reaccionar, tomó mi mano con delicadeza y me guio escaleras arriba. La calidez de su tacto me disipo cualquier intento de resistencia.
Al llegar a su habitación, la penumbra se llenó de un resplandor dorado. Velas diminutas adornaban el suelo, sus llamas parpadeando como estrellas en un universo íntimo. La luz danzaba en las paredes, creando sombras que parecían contarnos una historia secreta, solo nuestra.
—Acompáñame —murmuró, su voz envuelta en una energía masculina—. Recuéstate a mi lado.
Lo miré por un instante, leyendo en su mirada algo más profundo que las palabras.
—Está bien —susurré, dejando caer las dudas con el peso de la noche—. Te acompañaré.
Me recosté en la cama, dejando que la suavidad de las sábanas recién lavadas me envolviera. El delicado aroma a lavanda flotaba en el aire, acariciando mis sentidos con su frescura. Inspiré profundo, permitiéndome sumergirme en esa sensación de calma que poco a poco disipaba mis dudas y tensiones.
Frente a mí, él.
Nuestros rostros apenas separados por el aliento del otro, nuestras miradas entrelazadas en un silencioso diálogo que decía más que cualquier palabra. Su mano se deslizó con suavidad hasta mi cadera, trazando círculos invisibles sobre mi piel, un gesto que contenía más ternura que intención. Su abrazo, cálido y protector, parecía prometerme que no había prisa, que el momento era nuestro y que el tiempo no importaba.
Los minutos se deslizaban con una lentitud hipnótica. No había urgencia en sus caricias, solo un vaivén constante y tranquilizador.
Mi cuerpo comenzó a ceder ante la pesadez del sueño. Intenté luchar contra él, aferrarme a su mirada, a la calidez de su tacto, pero mis párpados se volvían más pesados con cada latido. Algo en el ambiente me arrullaba, como un murmullo invisible que me invitaba a rendirme, a dejarme llevar.
Y así, entre el aroma de lavanda y la cadencia pausada de su respiración, el sueño me venció, sumergiéndome en un letargo donde solo existía la quietud de aquella noche.
Sus brazos me cubrieron y terminamos completamente dormidos plácidamente.
Desperté abruptamente por un movimiento fuerte en mis caderas, el había empezado a acariciarme los pechos y su respiración estaba llenando mi cuello mientras sus labios comenzaban a recorrer mi espalda.
Tenía su miembro completamente erecto y lo sentía en mis glúteos. Él estaba completamente excitado y yo con él.
Estábamos a punto de entregarnos a nuestros deseos y pasiones.
Y solo tenía que dejarme llevar por el calor del momento.
Elías era un hombre que al conocerlo me provoco deseos y pasiones que nunca había sentido antes y el hecho de que él estuviera a punto de hacerme suya era algo que estaba esperando con muchas ansias.Su cuerpo se encontraba detrás del mío, mientras que sus manos comenzaban a recorrer cada parte de mi cuerpo, comenzaron a acariciar mis pantorrillas y mis piernas tocándolas sobre mis prendas aun, disfrutando ese momento.Tenía toda la noche para poder tomar mi cuerpo las veces que él quisiera, porque yo sin duda no pondría objeción, mientras el me diera la mejor de las noches no importaba si yo no dormía esa noche, en estos momentos era lo menos que esperaba a hacer.Entonces él se comenzó a poner más excitado y lo notaba, su cuerpo cerca del mío y su miembro detrás de mis glúteos lo reflejaba, estaba completamente erecto y duro.Sus manos fuertes marcadas por las venas que recorrían sus brazos se posaron en mi cuello, posándolas con un poco de fuerza, jalándome hacia él, con un poco de
La gran ciudad se encontraba tranquila en medio de su propio caos, había una tenue lluvia de julio. Las gotas de lluvia golpeaban con suavidad los cristales de las ventanas, cubriendo la ciudad y sumiéndola en un ambiente melancólico. Estaba en mi cafetería favorita, un lugar pintoresco que parecía desprender historias de cada rincón, como si el lugar mismo estuviera impregnado de memorias de tiempos pasados. Las paredes, decoradas con fotografías antiguas y recuerdos olvidados, hablaban de un tiempo que ya no existía, pero que de alguna manera seguía allí, suspendido en el aire.Me dirigí al mostrador para pedir mi café, y sin pensarlo, pedí un delicioso pan relleno de chocolate, uno de mis favoritos. Había salido de la universidad y, como tantas veces, me dirigía a esa cafetería para pasar un rato tranquila, hacer algo de tarea y disfrutar de mi bebida caliente. Pero aquella tarde, el destino tenía algo más preparado para mí.Al momento de pagar, me percaté de que mi cartera había d