Se volvió para recibir a un joven recluta vestido de gris, le tendía su fusil con una mano y una botella de agua con la otra. Tomó su fusil y rechazó el agua con un movimiento negativo de la cabeza, palmeó el brazo del ayudante y se volvió al frente recargando el arma.
Uniéndose al grupo a base de disparos de fusil, Sasha logró posicionarse una vez más entre Legault y Mortis, comprobó que Mart seguía en su lugar y volvió a disparar contra la inacabable ola de muertos. Su número la preocupó por primera vez en lo que iba la jornada, se agotarían las municiones en pocos minutos si la intensidad no bajaba.
Luego de lo que le pareció un lapso de tiempo bastante corto se quedó sin cargadores, maldijo por lo bajo y se pasó la correa de su arma
Caían como moscas uno tras otro, le sorprendió increíblemente lo natural que le salía pelear en contra de los muertos. Era tan sencillo como tomar a uno, bloquear cualquier golpe que le arrojara y luego contraatacar con el cuchillo a cualquier parte de la cabeza.La Teniente Rowen tenía razón, debía concentrarse mejor en la acción y no en pensar y repensar cada movimiento, dejar que el cuerpo fluya, que la memoria muscular hiciera lo suyo para actuar en cuando la adrenalina estuviera activando su cuerpo.Ignorando la lluvia que caía aún con fuerza, tomó otro objetivo para rematarlo al instante de un cuchillazo en la frente. Sacó su nueve milímetros, ejecutó una ráfaga cinco disparos con cinco Infectados abatidos, lo guardó y avanzó a golpe de c
Se subió la capucha empapada sobre la cabeza, el agua se colaba por su uniforme y el viento le hacía tiritar con escalofríos, lo ignoró. Ajustó sus protecciones y descalzó su arco del cuerpo, iría al frente y se mezclaría con otro escuadrón lejos del suboficial, confiando en que en el caos del fragor de la batalla nadie pudiese verlo.Pasó por debajo de la plataforma ignorando a los múltiples heridos que se encontraban allí, cruzó hacia la retaguardia buscando atentamente algún escuadrón de Cazadores que terminara su descanso y le tocara la rotación. No alcanzó a ver ninguno en las inmediaciones, pero si vió a un grupo de Infantes que se calzaban los cascos y recargaban sus fusiles de asalto. ¿Se darían cuenta con tanta lluvia, viento, Infectados y movimiento de tropas
—¡Hacia atrás! ¡Todos hacia atrás! —repitió otra voz masculina.Arthur sintió una punzada de nerviosismo cuando varios Infantes dieron media vuelta y lo distinguieron detrás de ellos. No les podía ver el rostro, pero estaba seguro que varias miradas interrogativas y de extrañeza se dibujaron en sus caras. Igualmente lo ignoraron y retrocedieron echando miradas por sobre el hombro.—¡Cazador! —lo llamó la Sargento—. ¡Vamos a abrir fuego! ¡Retrocede!Asintió con la cabeza. Moviéndose con velocidad, superó a los Infantes que se desplegaban en retirada. Cuando alcanzaron unos diez metros de distancia, desenfundaron sus fusiles de asalto y se formaron en una línea de disparo. Art
—La verdad l-lo siento, T-teniente —repitió, esta vez mirándola a los ojos. Sintió cómo le temblaban las manos, era como mirar a los ojos de una tigresa—. Lo siento enserio. Ojalá pudiera volver al pasado y mantener la línea, ojalá pudiera volver y escucharla decir «fue una buena batalla, Arthur» —sintió como la culpa lo inundaba como un trago de agua amarga, no se pudo contener—. ¡Me emocioné y seguí de largo porque por primera vez no tuve miedo, no me sentí nervioso y no sentí inseguridad ¡Me fue muy bien y me descuidé, y el horror de ver la muerte a los ojos me es demasiado escarmiento de lo que cualquiera pueda decirme! ¡Por eso sé que no lo volveré a hacer!Le levantó la voz a la mujer que tenía enfrente, sentía demasi
Recuerdo que fue un día agotador, me dolía la mayor parte del cuerpo de tanto estar subiendo y bajando, corriendo y arrastrándome, de pié y al suelo, rodando o saltando; no importaba cuanto transpiraba o cuanto me caía, la instructora Areda no me daba respiro y no me dejaba siquiera un minuto para tomar un trago de agua.Me odiaba, por más que me dijeran que me equivocaba, me odiaba. Y yo sabía el por qué: no me quería desde el día en que me abstuve a renunciar luego de una dura reprimenda por parte de ella, estaba decidida a quebrarme, a que me fuera de las filas de los reclutas del Ejército de La Colonia. No le daba el gusto, estaba decidida a hacerme romper las piernas antes de pronunciar alguna palabra que significara que la dejaba ganar.Luego de lo que fue una tarde intensa
—¡Chicos! ¡Chicos! ¡Creo que estoy enamorado! —nos quedó mirando, esperando una respuesta. Pero tras unos instantes de silencio, continuó —¡Que estoy enamorado! ¡Acabo de ver la mujer más hermosa de toda la tierra!No pudimos evitar reírnos y comenzar a realizar bromas pesadas con el tema. Feran, un muchacho bien parecido con cabello rubio y un rostro bien perfilado, nos calló con las manos.—¡Ustedes no entienden! —se sentó mirando a la puerta del comedor por encima del hombro—. ¡Era una mujer verdaderamente hermosa! ¡Creo que la más hermosa que he visto en mi vida!—¡Oye! ¡Gracias! —le espetó Marissa.Feran
Había una chica uniformada de verde, apoyada en la pared del comedor en un lugar en donde le daba el sol y, para sorpresa de todos, Feran no había alucinado: tenía una larga melena rojiza que le llegaba hasta la mitad de la espalda, ojos celestes y un rostro de piel clara con pecas. Su semblante estaba torcido en una expresión de enojo, su mirada era penetrante y observaba con cara de pocos amigos a un grupo de reclutas que se encontraba a pocos metros de ella.Nos quedamos quietos contemplando la escena, pude ver a Feran observar a la chica con la mirada perdida. Yo también debía de tener una expresión parecida, quedé impresionada con lo particular de su cabello, jamás se me hubiera ocurrido que existiera una pelirroja después de La Caída de la Civilización. Pero allí estaba, enfrente mío, una raza extinta fr
Pasaron tres días desde la última defensa del Muro del Este. Los periódicos lo expresaron como una lucha victoriosa casi sin bajas, dijeron que los soldados pudieron repeler el ataque sin muchas dificultades y que el flujo de Infectados que avanzaban hacia La Colonia había mermado en gran cantidad.Lo que en realidad no decían era que tuvieron casi sesenta heridos aquella tarde y casi dos docenas de muertos, hermanos de combate caídos, y no serían los últimos si no cortaban con el incesante ataque de los muertos contra la ciudad. Ella sabía al igual que todo el ejército la realidad que afrontaban, el destino que los depararía si ellos eran superados en número y no lograban detenerlos.Su corta reunión con el Teniente Ran fué poca alentadora: en pocas palabras