ARTURO BRUSQUETTI. No había rastros de mi ex esposa. Al parecer en verdad había desaparecido de la faz de la tierra. Mi mano derecha no lograba dar con ella y lo peor, es que a mí me desesperaba bastante. No entendía por qué. En este momento, me encontraba saliendo de la oficina. Mi abuelo pidió habar seriamente conmigo, y aunque no tenía las ganas de entablar conversación con él, irremediablemente debo hacerlo. Es el amo y señor de la casa. — Abuelo… Aquí estoy. ¿De qué quería hablar? — pregunto, sentándome en frente de él. — Hola, hijo. El tema que quiero tratar, es muy importante. Pero quiero que sepas que no te voy a obligar — Su manera de hablarme ya me da una idea de lo que se trata, pero prefiero evitar meter la pata. — Te escucho — incentivo, cruzando una de mis piernas. — ¿Qué te parece Patricia? — Arqueo una de mis cejas. — Buena — respondo. — Quisiera que se convierta en la señora de la casa — Asiento. — Entonces hazlo. Es la viuda de una Brusquetti —
El verla con varios hombres cuidándola, ha despertado mi curiosidad de saber el motivo principal. Dejo claro que se verían en la noche por lo que encargué a mi escolta vigilarla de cerca. Cuando la noche llegó, mi mano derecha me informa todo lo que ha averiguado. Principalmente sobre la situación a la que se vio obligada a vivir mi madre ésta mañana. — Su madre no es grata por ser de su familia y ofender a una Bacab — dice lo cual me sorprende bastante. — ¿A quién rayos ha ofendido mi madre ahora? — A su ex esposa — confiesa temeroso lo cual si me sorprende bastante. ¿Por qué eso sería un problema? Ella no proviene de una familia adinerada, y cuando preguntaban sobre ello, siempre respondía que eran humildes. Realmente, es imposible que sea ella la misma persona. — ¿Dónde se encuentra? — En el restaurante de abajo, con la gerente — informa. Sin dudar, me pongo de pie y me encamino hasta ella para obtener una respuesta. Cuando logro visualizarla quedo sorprendido por l
KERIANNE BACAB. Encontrármelo en el hotel, fue algo que no me esperaba. No entendía que estaba haciendo allí cuando tenía una mansión en donde vivir. Además, acercarse solo para hablar de su madre. Debí suponerlo. Esas mujeres son serpientes, esparciendo sus venenos con cada paso que dan, y creando problemas a Arturo. Pese a todo, siento lástima por él. — Hola padre — digo, saludando por teléfono. — ¿Dónde te has metido, niña? Quería hablar sobre la reunión de hoy — avisa. Imagino que el presidente le ha comentado algo. Podría dejar mis quejas por el comportamiento que mantuvo conmigo, pero eso sería darles de que hablar. — La reunión salió muy bien, y he conseguido el contrato con ellos. Llegamos a un excelente acuerdo — comento, y se hace un silencio —. ¿Estás ahí? — ¿Cómo lo lograste? — Les di un lugar donde instalarse. Es obvio que se opondrían, papá. Eran muchas familias que abandonarían sus hogares, y merecían un lugar más digno, por lo que me aseguré de eso. No t
Mientras recorríamos la ciudad, hacia la gran mansión, mis pensamientos quedaron congelados en sus ojos, la forma en que estas eran de un café asombroso, observándome. Tratando de indagar más en mí vida. — Por fin ha llegado, mi hija hermosa — dice mi madre, llegando hasta mí, con pasos rápidos con sus tacones haciendo ruido —. Se tardaron demasiado. — El tráfico estaba pesado — respondo, mientras me acurruco entre sus brazos protectores. — He decidido invitarlas a cenar — manifiesta mi padre. — Lo siento, pero yo no podré asistir. Tengo una cena y juego de cartas con mis amigas — Me observa —. Hay cosas que no cambian. Ella siempre es así, y cuando había posibilidad de reunirse con ellas, lo hacían. Era asombroso. Todas mujeres casadas, bebiendo sus bebidas y jugando cartas. — Pues en ese caso, no puedo detenerte, cariño — responde. — Nunca podrías hacerlo — dice mi madre, apartándose de mí y cambiándome por su esposo. — Jamás cortaría tus alas — responde éste, y
ARTURO BRUSQUETTI. Lancé el periódico al otro lado y maldije. Al principio lamentaba el haberla llamado y ofendido, pero ahora solo me daba cuenta de las cosas que estaba sucediendo y todo apuntaba a que ella en verdad, es una manipuladora. El viejo sabía que era su esposo. Ella no se lo ocultó y eso me hacía sentir de forma extraña. No sabía distinguirlo, pero me sentía molesto. Es imposible que ella haya caído tan, bajo, para meterse con una persona que podría ser su padre, solo por tener un estatus. — Señor, he conseguido información… — Ahora no, Mauricio. No estoy de ánimos — respondo, levantando la mano. — En verdad es importante — insiste. Lo observo seriamente, y es entonces que él entiende, que no me hará cambiar de parecer. Asiente lentamente, y suelta un suspiro, para después marcharse del lugar, dejándome solo. Así es como pasé la noche, solo, observando por el ventanal del hotel, la gran ciudad, tratando de entender que fue lo que le pasó a la mujer que me ha gu
KERIANNE BACAB. Todo era extraño, pero necesitaba despedirme de ese pasado. Me lastimaba, y quizás lo siga haciendo, porque soy débil ante ese hombre, pero no puedo simplemente marcharme y olvidarme, porque así no se tratan las heridas del corazón. Yo lo perdonaba, pero lo que realmente era difícil, pensándolo desde una perspectiva diferente, es perdonar. Perdonar a alguien que ni siquiera te ha pedido perdón. Y Arturo, ni se inmutó siquiera en sentir una pizca de vergüenza por todo lo que me hiso pasar, por todo el daño que me hiso sentir. Creo que es naturaleza suya ser frío ahora, como lo es su familia. Me alejo de él, del bar, donde conversamos un rato, sin percatarme que alguien venía delante de mí, hasta que choqué de bruces por su pecho, y me tambaleó, cayéndome al suelo. — Mil disculpas, señorita. No fue mi intención — dice de forma apresurada, ayudándome a ponerme de pie. Mis hombres de seguridad, se acercan, pero con un movimiento de mano, los detengo, obligándolos a d
Esa misma noche, mientras volvíamos a la casa, un auto se interpone en nuestro camino, impidiéndonos de ese modo el paso. La cuestión es que, nada pintaba bien, y lo que se venía era realmente algo muy desalentador. Miro a nuestro alrededor, y no había guardaespaldas lo cual resultaba extraño. — ¿Dónde están nuestros hombres de seguridad? — inquiere Natalie, con notable nerviosismo, y quizás temor —. No se preocupe señora, ya me he comunicado con tu escolta principal. — Menuda hora que quise venir sola — mascullo arrepentida. Bajo del auto para enfrentarme, a aquellos hombres corpulentos, con un aura peligroso de delincuentes de profesión —. Esto es obra de alguien. Si salimos ilesa, por favor averigua quien lo hizo. Natalie se pone en frente de mí, como modo de evitar, que me pongan una mano encima, sin embargo, yo la hago a un lado, para enfrentarme personalmente con el individuo. — ¡Vaya! No sabía que la víctima sería una preciosura — musita el hombre. Levanta el brazo par
ARTURO BRUSQUETTI. Cuando finalmente quedamos solos, pude acercarme a ella con más seguridad. — ¿Estás bien? — consulto, pero su respuesta no llegó. No le di el tiempo de responder, ya que la rabia nubló, todo rastro de raciocinio. Giré sobre mis talones, y me encaminé hasta la oficina del presidente de la empresa. No me percaté quién estaba con él en ese momento, pero le tomé de la solapa de su saco, y le di un golpe que lo mandó al suelo. — ¡Arturo! — exclama mi ex esposa, conmocionada por mi agresivo comportamiento. — ¿Qué te pasa, idiota? — pregunta confundido el hombre desde abajo. — No vuelvas a tocarla con violencia — escupo iracundo —. Nadie puede tocarle un solo cabello a Kerianne Bacab. — ¡Arturo! — Volteo y entonces la veo, con los brazos hechos jarras, fulminándome con la mirada —. Él no me ha hecho nada, y tampoco se lo permitiría. Observo, una mujer con poca ropa, la secretaria del hombre y mi ex esposa, me observan con molestia. — Yo pensé… — Pensaste