KERIANNE BACAB.
Todo estaba deslumbrante, las luces decorativas, brillaban en el techo, haciéndolo parecer un cielo estrellado, en la oscura noche. Las orquídeas, con su clásico color blanco, eran las favoritas del abuelo, porque le recordaban a su esposa, al igual que al hermano mayor de mi esposo y, por ende, no debían faltar nunca en los eventos que se organizaba.
Era el cumpleaños número veintidós de mi cuñada, y su nieta favorita. Esposa del hermano, de mi ausente esposo.
Cada año, lo celebraban con un gran banquete, en el que asiste, todas aquellas personas de la élite. Dándole lo mejor, por ser la viuda.
Cuando su esposo murió, Arturo tuvo que tomar el puesto como cabeza del hogar; pues el abuelo ya estaba viejo para asistir a la empresa. Sin embargo, no vive en la misma ciudad hace tres años, y la verdad, no tengo idea de cómo se ha de ver actualmente, porque ni siquiera en las redes he logrado localizarlo.
En mi caso, para ellos solo soy la niña pobre y sumisa, al que su nieto, no tuvo más opción que desposar, porque se vio obligado a casarse con una caza fortunas, gracias a que lo engatusé.
No hay día en que no me lo recuerden todos en la casa, incluso, ni siquiera me permiten participar de tan hermoso evento, sacado de un libro de cuentos de hadas. Es por ello, que me encuentro, aquí vestida para ir a trabajar, admirando lo que nunca tuve oportunidad de tener, desde que me casé, a pesar de llevar el mismo apellido que ellos.
Me pregunto, si sería igual si papá estuviera conmigo. Él, aunque no era mí verdadero padre, siempre me demostraba cariño, pero, de la noche a la mañana, simplemente, lo perdí todo. Lo abandoné todo, por un simple capricho.
— Prima, te he traído estas joyas, como muestra de mi cariño — escucho que dice una mujer, muy hermosa, acercándose a ella. La verdad, no conozco a muchos familiares, y ella, solo quiere quedar bien.
— Yo te traje este bolso. Es de la última colección. Aún no sale en el mercado y solo hay diez en el mundo.
Solo anhelo, salir de mi pozo, el cual siento que nunca llega a su fin. Volteo para marcharme. Necesito trabajar para pagar mis gastos, porque mi esposo no me la da, y no utilizaré el dinero de mi familia, después de abandonarlos por unirme a ésta.
— Yo, hija mía — escucho la voz de mi suegro, y el recuerdo de mi padre adoptivo dándome un regalo, llega a mi mente. Por inercia, mi mano viaja a mi cuello, palpando lo único que queda de él en mí— , te he traído una noticia estupenda. He conseguido, que el heredero de la familia Ramos, despose a una mujer de nuestra familia, o sea, tú. La única.
Bufo mientras camino fuera de la cocina. Ahora las mujeres son consideradas una mercancía, dispuestas a venderse al mejor postor.
¡Qué ridiculez!
Cuando llego finalmente al club, me adentro hasta el vestidor. Me coloco mi uniforme de trabajo, y salgo para enfrentar la realidad. Llego al mostrador, donde se encuentra mi jefe.
— Mesa ocho, hombres ricos, quieren beber coñac — asiento, y preparo la bandeja con los vasos y la botella.
Camino hasta donde están, y al llegar, uno de ellos se pone de pie, de golpe, obligándome a retroceder varios pasos atrás, para que no se me caiga nada de las manos.
No obstante, destaco, que una corriente, recorre todo mi cuerpo en el momento en que unas manos grandes y fuertes, se apoderan de mí cintura, ayudándome a equilibrarme con estos tacones tan altos. Mis ojos se clavan en los suyos, color café, mientras el otro ojo lo tiene cubierto, dejándome sin aire en ese mismo instante. Su mano se sujeta más fuerte, hasta que, finalmente, me recompongo y hago un asentimiento de cabeza.
— ¿Se encuentra bien? — inquiere.
— Sí, señor. Gracias — musito.
— Disculpa, no me he dado cuenta de que estabas cerca. No debí levantarme de esa forma — masculla. No respondo nada, porque tiene razón.
Lo ignoro, para no demostrar que me ha envuelto con su aura peligrosa, y me enfoco a servir la mesa, sintiendo fuertemente, sus ojos en mi espalda. Una vez hecha, decido volver a mi puesto, y continuar.
Al cabo de varias horas de trabajo, atendiendo varias mesas a la vez, termino de trabajar de madrugada, con una buena cantidad de dinero en los bolsillos.
De forma sonriente, salgo del club, donde me encuentro con el frío viento, azotándome el rostro y erizándome la piel. Todo es vacío y sombrío afuera, que debería dar miedo. Sin embargo, ya estoy tan acostumbrada a esto, que con una sonrisa enfrento la oscuridad de mi vida.
Camino por la solitaria calle rumbo a la gran mansión, ya que no existe ningún taxi a estas horas de la noche. Sin embargo, siento que alguien me persigue, pero cada vez que volteo, no encuentro a nadie, y eso, me da una sensación de miedo en el pecho.
Unas cuadras antes de llegar a la mansión, de la gran residencia Brusquetti, veo una sombra seguirme, y un hombre interponerse en mi camino.
— Una preciosidad a estas horas de la noche no es bien vista. Déjame acompañarte — susurra.
— Gracias. Hoy tuve un día muy malo. ¿Qué te parece mañana? — digo, improvisando mi instinto de supervivencia.
— ¡Oh! Resultaste ser cooperadora, pero yo quiero acompañarte ahora — Paso por su lado, para esquivarlos.
— ¿Por qué nunca los he visto por aquí? — pregunto, mientras gano tiempo para llegar a la casa, pero el hombre me detiene.
— Sé lo que estás planeando y no vas a ganar — murmura, mientras me empuja a una de las paredes del caminero—. Voy a disfrutar de tu cuerpo.
— Suéltame, maldito — digo, empujándolo, y quitando mi pequeña navaja del bolsillo. Sin embargo, el miedo se apodera, cuando ya no son solo dos hombres, sino cuatro—. Aléjense de mí, ahora mismo.
Comienzan a despojarme no solo de mis pertenencias, sino también, desgarrando mí atuendo, demostrando así, lo que van a hacerme.
Nadie logra escuchar mis suplicas, todo es en vano, doliéndome el alma, y sintiéndome un poco más rota, con cada golpe; pero no puedo decaer.
Comienzo a lanzar patadas, golpes a diestras y siniestras, logrando golpear a unos que otros, hasta que sus cuerpos comenzaron a desaparecer de encima de mí, uno por uno y no quedó ninguno.
Al levantar la vista, solo pude ver a un sujeto solitario peleando por salvarme la vida.
¿Quién era?
¿Por qué estaba salvándome?
La verdad, no me importaba, solo me ha librado de ser ultrajada, y por siempre le estaré agradecida.
— Ya estas a salvo — dice, y quedo encantada, aunque me parecía lo bastante familiar.
Nunca antes he logrado escuchar una voz tan atrayente como la de él. Varonil, dominante. Cuando levanto el rostro para verlo, lo siento tan cerca. Uno de sus dedos, se posa en mis labios, apartando el resto de sangre de ellos. Pero más que nada, me sorprende el aura que desprende su presencia.
Es un hombre que, en cierto modo, grita peligro, como si una sombra oscura lo rodeara, pero a mí, en particular, me atrae de sobremanera.
Uno de sus ojos, está cubierto con parche, igual al hombre del club, al que no recuerdo bien, pero lo hace ver aún más peligroso, preguntándome, como se habrá quedado ciego en ese lado, pero mentalmente me reprendo, por tales pensamientos que no me incumben.
Además de admitir que ese detalle, lo hace ver un hombre misterioso, especialmente acompañado de sus prendas en color oscuro.
Me ayuda a ponerme de pie, y mientras me sostengo del muro, y observo todo mi cuerpo, con mi ropa rota, y parte de mis rodillas y brazos raspados, intento cubrirme.
El hombre se saca su saco y lo coloca sobre mis hombros, hipnotizándome con su perfume tan masculino. Suelto un suspiro, y vuelvo a enfocar mis ojos sobre él. Me observa con una seriedad, que sería capaz de congelar a cualquier cosa en su camino.
— Gracias — musito, y continúo mi camino—. ¿Te conozco de algún lado?
— Ten más cuidado la próxima — aconseja, ignorando mi pregunta.
— Vivo aquí cerca — respondo. Me observa de pies a cabeza, luego las casas de la villa, y bufa en respuesta.
— Sí, sí. Seguro.
Y simplemente se va. Salvándome de la desgracia, y dejándome sola al final.
— No me has dicho tu nombre — grito, mientras se aleja caminando.
— No es de tu incumbencia, sanguijuela — escupe, y todo a mi alrededor se congela.
— ¡Eres un desgraciado! — Le grito, pero él, solo hace señas con sus manos.
No sé porque me interesa saber. Fue un ángel oscuro, que apareció en el momento correcto, nada más.
Pero aun, con todo eso, su aroma queda impregnado en mí al tener su saco puesto sobre mis hombros, y en mi mente queda grabado ese rostro, que estoy segura, nunca podré olvidarlo.
¿Quién será?
No es una persona de baja clase social; pero… ¿Por qué estaría caminando por esta zona y solo?
Niego varias veces, y me alejo, cuando escucho los ladridos del perro. Me apresuro a llegar a la mansión, y encerrarme en mi pequeña casa, lejos de la verdadera casa.
Más tarde, cuando ya estaba acostada, a punto de dormirme la puerta se abre de un solo golpe, y me sacan de la cama con una agresividad insana. A trompicones me llevan hasta la mansión y una vez allí, me obligan a ir hasta una habitación de huésped donde me cambian por una prenda más costosa.
— Apresúrate, escoria — musita la empleada.
— ¿Qué sucede? ¿Por qué me traen aquí? — inquiero, pero soy ignorada olímpicamente.
No vuelvo a pronunciar palabra alguna, mientras dejo que hagan lo que quieran. Por el momento, debo esperar.
Me empujan hasta la salida, cayéndome de bruces y raspándome las rodillas sin embargo a ellos no les importan. Solo se burlan de la vida que llevo.
A veces creo que soy muy débil para defenderme o muy ingenua por creer que mi esposo tiene algún tipo de sentimientos cuando ni siquiera viene a ver como estoy.
Absurdo. Él dejó bastante claro todo.
— Entra — dice, abriendo la puerta y empujándome en el interior del despacho. Luego simplemente se alejan, escuchando sus risas burlescas alejándose.
Levanto la mirada, y puedo ver a toda la familia allí reunida, observándome, incluyendo a al hombre que me ha salvado en la noche, parada justo al lado del abuelo, cabeza principal de la familia Brusquetti.
— Me decepcionas cada día más, Kerianne — susurra Patricia. Pero lo que aún me tiene impactada es ver al mismo hombre de hace rato.
¿Acaso vino para el cumpleaños de ella, antes de aclarar nuestra situación tan miserable?
¿Qué le ha pasado en el ojo?
¿Qué pasó con su cuerpo delgado y su cabello rubio?
No hay rastros del hombre con el que estudié, y mucho menos con el que me casé, no solo en su comportamiento, sino físicamente.
— ¿Qué te pasó en el ojo? — inquiero curiosa—. ¿Por qué has vuelto?
— ¿Con que derecho te atreves a halarle así al futuro monarca de la casa? — grita el abuelo, mientras Arturo, posa una de sus manos, sobre sus hombros.
— Tranquilo, abuelo. Yo me encargaré de educarla — Esto era algo bastante reprochable e inaudito para mí. No podía creer que aparte de ser un esposo ausente, mal hombre al permitir múltiples humillaciones por parte de su familia; regrese solo para seguir ofendiéndome. No le bastó con sus palabras, no le bastó con su abandono—. Arrodíllate y pide perdón.
Su orden era severa, pero seguía sin entender por qué debía hacerlo.
¿Quizás porque intentaron abusar de mí? ¿O porque me salvo de ello?
— ¿Perdón? ¿Por qué pediría perdón? — pregunto, indignada, con las manos hechos puños, y los ojos en llamas capaz de atravesarlo y matarlo.
— Por arruinar el cumpleaños de Patricia con tu huida repentina, en vez de quedarte en la mansión y cumplir tu papel de esposa — explica.
Era imposible no reírme, pero tal momento se acabó cuando, cuando la misma mujer, que horas atrás celebraba su cumpleaños, me abofeteó con fuerza la cara, obligándome a cerrar la boca.
— Yo no hice nada. Ni siquiera fui invitada a tal evento, y el salir a caminar no me convierte en una prófuga — respondo, con la mejilla aun cosquilleando por el impacto—. ¿Desde cuándo le importa lo que hago? Tengo entendido que no he causado problema alguno en todo este tiempo… que estuviste ausente.
— Dije que te arrodilles — sisea con rabia.
— Tú esposa es así de rebelde, se la pasa respondiendo a todos en la casa, creyéndose superior, sale por la noche a quien sabe dónde, a encontrarse, con quién sabe quién — escupe mi suegra, con rabia—. No tiene vergüenza.
— Debes educarla, porque de lo contrario será una vergüenza para la familia. — vocifera el abuelo.
— ¡Que te arrodilles, he dicho! — grita más fuerte, espantándonos a todos.
No obstante, no es mi cuerpo quien reaccione, sino el conserje quien me obliga a arrodillarme ante ellos, jurándome a mí misma, nunca volver a pasar por esto.
— Debes conocer tu lugar, Kerianne — susurra Patricia—. Solo eres una mosca muerta, a la que voy a destruir.
Ella acerca su mano a mi rostro, cuando se pone de cuclillas, pero por supervivencia lo aparto de un manotazo. Patricia, actuando instintivamente cae al suelo, y comienza a llorar, creando una perfecta actuación de drama.
— ¿Qué le has hecho, m*****a? — Vocifera mi suegra.
— Ella me golpeó, Arturo. Defiéndeme — grita, alterada.
No podía estar más sorprendida.
— Yo no he hecho nada — susurro.
— Como castigo, te quedarás aquí, arrodillada hasta el amanecer — escupe, mientras ayuda a su cuñada a salir.
Todos se van dejándome sola, mientras las lágrimas empañan toda mi cara. Me siento indignada y enojada conmigo misma por permitir tal situación.
Al día siguiente, mientras salía de la casa para ir al hotel a continuar trabajando, e invirtiendo el dinero ganado; me encuentro con el conserje, o, mejor dicho, la mano derecha del señor Brusquetti. Realmente fue una noche aterradora, me dolía las rodillas hasta no poder, y estaban lastimadas. Pero tener que seguir aguantando a este hombre y a toda la familia por más tiempo es algo que por hoy no quería hacerlo. — Señorita Bacab, este documento se lo manda el señor Arturo. Si puede revisarlo por favor — dice, extendiendo una carpeta. — Lo revisaré cuando llegue del… — Ahora — interrumpe, sentenciando la orden si espacios a contradicciones. Ruedo los ojos, por esa actitud tan hostil que tiene conmigo. Abro la carpeta y comienzo a leer, frunzo el ceño, y de vez en cuando, miro al hombre frente mío con una sonrisa de superioridad — ¿Es el divorcio? — Como ves, el señor quiere deshacerse de ti — escupe y yo sonrío. Cuando yo solicité, ni siquiera obtuve una respuesta, por lo que,
ARTURO BRUSQUETTI. Desde que pisé estas tierras, me he topado con varias sorpresas, pero la que indiscutiblemente atrajo mi atención, es esa pequeña mujer, tan atractiva, tan empoderada y tan fuerte a la vez. Me recuerda a mi esposa. O en términos concretos, mi ex esposa. La descarada había firmado el divorcio. Kerianne era la mujer más alucinante que mis ojos habían tenido la oportunidad de conocer, pero nunca creí, que tendría que llegar a tales artimañas para conseguir casarse conmigo y convertirse en una Brusquetti. Aun así, después de tres años de matrimonio, nunca ha mostrado ningún tipo de problemas, no me ha exigido absolutamente nada, y se ha mantenido al margen de los medios. Lo que significa, que se conformó con el dinero que deje para ella, luego de casarnos. No la iba a dejar desamparada. Pese a estar molesto, mande a preparar la mejor habitación para ella, a llenar su guardarropa y un auto a su nombre. Era mi esposa al final de cuentas, una Brusquetti y la mujer que
Sonreí por la forma en que la he llamado. Kaeri era una de las chicas más hiperactivas, nunca estaba quieta, además de ser una de las mujeres más inteligentes. Nunca imaginé que, en un futuro, llegaríamos a esto, de lo contrario, seríamos una pareja normal. Su ambición por hacerse una mujer de dinero, llevó a que nos alejemos por completo. Ni siquiera tenía el valor de verle la cara a tan venenosa serpiente. Cada cierto tiempo, mi madre o Patricia, llamaban para dar sus quejas al respecto, la cuestión es que no entendía que tanto hacía, cuando le dejé lo justo para sus gustos caros, lo suficiente, para sus viajes, y esas cosas superficiales que, de seguro, ella buscaba. Pese al odio que sentía por ella o por la situación, no podía desampararla. Kerianne era mi esposa, y aunque quiera evitarlo, y la evité, durante mucho tiempo, quería que tuviera lo mejor. Tres años de no verla, y en un accidente amanecí con una mujer. Jamás imaginé que aquella chica sería justamente ella, y que se
KERIANNE BACAB. El momento más importante de mi vida, estaba a punto de suceder. Hacía una semana que volví a casa, sin embargo, no lograba enfrentar a papá y no porque no quisiera, sino porque tuvo un viaje de emergencia. Estaba sentada en la sala principal, con mi madre a mi lado, dándome ánimos, como si fuera una fanática. Ella estaba feliz, pero no sabía si mi padre estaría igual. Al final de cuentas, soy su hija adoptada. El mundo no sabe eso, y casi siempre me ha mantenido oculta por seguridad. A simple vista me mirarán y no creerían que soy una Bacab, no hay parecido alguno. Pero el mundo sabe que hay una heredera legítima. Es por eso, que salir con ellos eran peculiarmente fácil, pero a su vez, complicado por el hecho de ser oculta como hija de ellos por seguridad. Una situación rara. La puerta se abre, y escuchamos sus pasos acercarse, sintiéndome con cada sonido, hundirme en el sofá, mis piernas temblar y mi corazón acelerarse. Ideando maneras de huir y al mismo tiempo,
El edificio donde provenía toda la fortuna de mi familia, era exageradamente inmensa y muy majestuosa. Nada que antes no había visto, pero en los tres años que estuve ausente, he visto de cerca las necesidades de las personas que han trabajado para mí. Después de varias respiraciones, me puse de pie y me bajé del vehículo para enfrentar lo que se venía. Sabía que no sería fácil, y los comentarios despectivos hacia mi persona aumentarían, por la nula información de mi procedencia. Con pasos firmes, camine hacia la entrada principal, con la asistente personal de mi padre, que, desde hoy, estaría a mi lado. Y, al atravesar la puerta principal, todas las miradas voltearon hacia nosotros observándome principalmente a mí. — ¿Quién será esa mujer? — pregunta una de las chicas. — ¡Es muy hermosa! — Y elegante — mascullaba otra. — A de ser muy rica. Tiene los zapatos de la última colección de Fabricio — decía otra, feliz como si unos zapatos te calificaran. Ignorando cada uno de sus
ARTURO BRUSQUETTI. No había rastros de mi ex esposa. Al parecer en verdad había desaparecido de la faz de la tierra. Mi mano derecha no lograba dar con ella y lo peor, es que a mí me desesperaba bastante. No entendía por qué. En este momento, me encontraba saliendo de la oficina. Mi abuelo pidió habar seriamente conmigo, y aunque no tenía las ganas de entablar conversación con él, irremediablemente debo hacerlo. Es el amo y señor de la casa. — Abuelo… Aquí estoy. ¿De qué quería hablar? — pregunto, sentándome en frente de él. — Hola, hijo. El tema que quiero tratar, es muy importante. Pero quiero que sepas que no te voy a obligar — Su manera de hablarme ya me da una idea de lo que se trata, pero prefiero evitar meter la pata. — Te escucho — incentivo, cruzando una de mis piernas. — ¿Qué te parece Patricia? — Arqueo una de mis cejas. — Buena — respondo. — Quisiera que se convierta en la señora de la casa — Asiento. — Entonces hazlo. Es la viuda de una Brusquetti —
El verla con varios hombres cuidándola, ha despertado mi curiosidad de saber el motivo principal. Dejo claro que se verían en la noche por lo que encargué a mi escolta vigilarla de cerca. Cuando la noche llegó, mi mano derecha me informa todo lo que ha averiguado. Principalmente sobre la situación a la que se vio obligada a vivir mi madre ésta mañana. — Su madre no es grata por ser de su familia y ofender a una Bacab — dice lo cual me sorprende bastante. — ¿A quién rayos ha ofendido mi madre ahora? — A su ex esposa — confiesa temeroso lo cual si me sorprende bastante. ¿Por qué eso sería un problema? Ella no proviene de una familia adinerada, y cuando preguntaban sobre ello, siempre respondía que eran humildes. Realmente, es imposible que sea ella la misma persona. — ¿Dónde se encuentra? — En el restaurante de abajo, con la gerente — informa. Sin dudar, me pongo de pie y me encamino hasta ella para obtener una respuesta. Cuando logro visualizarla quedo sorprendido por l
KERIANNE BACAB. Encontrármelo en el hotel, fue algo que no me esperaba. No entendía que estaba haciendo allí cuando tenía una mansión en donde vivir. Además, acercarse solo para hablar de su madre. Debí suponerlo. Esas mujeres son serpientes, esparciendo sus venenos con cada paso que dan, y creando problemas a Arturo. Pese a todo, siento lástima por él. — Hola padre — digo, saludando por teléfono. — ¿Dónde te has metido, niña? Quería hablar sobre la reunión de hoy — avisa. Imagino que el presidente le ha comentado algo. Podría dejar mis quejas por el comportamiento que mantuvo conmigo, pero eso sería darles de que hablar. — La reunión salió muy bien, y he conseguido el contrato con ellos. Llegamos a un excelente acuerdo — comento, y se hace un silencio —. ¿Estás ahí? — ¿Cómo lo lograste? — Les di un lugar donde instalarse. Es obvio que se opondrían, papá. Eran muchas familias que abandonarían sus hogares, y merecían un lugar más digno, por lo que me aseguré de eso. No t