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Mirella se recostó en la cama, respirando profundamente mientras intentaba concentrarse en las notas relajantes de la música que sonaba en su habitación. Sin embargo, su mente no lograba despejarse. Las preocupaciones y las dudas se arremolinaban en su interior, oscureciendo cualquier intento de alcanzar la calma.

Cerró los ojos por un momento, tratando de alejar los pensamientos que la atormentaban. Pero fue en vano. La imagen de su esposo Raid, amenazando, imponiendo como solía, se mantenía grabada en su memoria.

Le aterraba.

Ella salió de la habitación, de pronto se detuvo al oír la voz de Raid en el pasillo. Con cautela, se acercó lo suficiente para poder escuchar sin ser descubierta.

—Sí, todo está saliendo según lo planeado —dijo Raid en tono confidencial—. Juliette es una ilusa que no tiene ni voz ni voto, ella firmará esos documentos. Será pan comido.

Mirella contuvo la respiración, sintiendo que su corazón se aceleraba. ¿Documentos? ¿Juliette? Algo no estaba bien.

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