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02. El inicio de un pasado doloroso (p2)

M I M I C A R E N A.

—¿Por qué no ha llorado? ¿Qué está pasando?— Exigí saber, pero solo recibía miradas lastimeras.

—El desfibrilador, ese bebé tiene que estar vivo— Ordenó la mujer y en cuanto escuché aquello, no paré de llorar, por más que me pedían que me tranquilizará, no podía hacerlo. Mi hija había muerto, mi hija....

Iba a sentir que todo acababa para mí, pero entonces, fue el llanto desgarrador de una pequeña la que me devolvió lo que creí perdido. Ann, mi Obstetra me sonrió compasiva.

—¿Puedo verla?

—Claró, solo que no podrás cargarla aun, debe permanecer encubada por lo menos hasta que recupere fuerzas— Dijo ella, ordenando con señas a uno de los residentes para que la trajera a mi lado.

Era preciosa, mi niña era tan bella, tenía el cabello de pelirrojo, llegué a creer que quizás tenía los ojos de su padre, pero al abrirlos, me mostró que me equivocaba. En ese aspecto también era diferente. Sus ojos eran únicos, su tan clarísimos que llegabas a confundirlos con un cristal, pero motitas rosas y lilas adornaban sus iris cristalinos. Esa era una anomalía que la hacía ver tan única, tan nuestra.

Me cuestioné porque mi hija tenía el cabello y los ojos así, pero no le di importancia, lo único que llegaba a ser más verosímil, era tenerla ahí, cerca de mí.

Toqué sus manitas que se alzaron, quizás con la intención de que la tomase en brazos y me di cuenta de la suavidad de las mismas. Mi vista se nublo por las lágrimas que volvieron a surgir, pero esta vez de alegría.

—Danisa...

—Isabella— Miré de reojo a Damián, su mirada también estaba puesta en nuestra hija. —Danissa Isabella

Asentí sin dejar de detallar a nuestra preciada hija. Ella se miraba cansada, sin embargo, sus ojos tenían ese brillo de alegría y me dio la impresión de que lo hacía por nosotros dos.

—Te amo, mi niña.

Después de unos minutos más teniendo a mi hija cerca de mí, dejé que se la llevaran, aun cuando mi corazón se partía en mil. No quería dejarla ir, no quería perderla de vista, pero me encargaría de mantenerla a salvo de cualquier peligro, colocando centinelas y la guardia personal que nuestra familia tenía. Ella merecía estar segura, sentí que tenía el mismísimo cielo y el infierno a sus pies.

Danissa Isabella era una reina, la reina de mi vida y corazón, por eso se merecía todo en la vida y yo se lo daría.

El tiempo fue pasando, las semanas se convirtieron en meses, los meses en años, mi hija crecía con todo a su merced, pero con cada día que pasaba, su capacidad intelectual daba mucho de qué hablar, como también lo hacía su conducta. Siempre estaba malhumorada, siempre tenía una pelea con sus compañeras y era ella la que las provocaba, pero debía admitir que no se le reprendía en nada, papá la consentía en todo lo que quería, aunque sobrepasara su rango en la F.E.R.E.L.F. Desde que nació, obtuvo atención médica, al cumplir los cuatro años, cuando inicio una pelea con una niña que había sido invitada a su cumpleaños, tuvimos que llevarla a un psicólogo, porque sabía que su conducta no era normal.

No había nada que explicara lo que hacía o decía, sus altas capacidades en cualquier cosa a la que se enfrentara, ya fuese intelectual o de entrenamiento físico. Cuando Damián y yo descubrimos todas sus habilidades, nos encargamos de traer entrenadores, como para enseñarle técnicas militares, como maestros japoneses que le enseñaran cualquier técnica de aquella región.

Para sus diez años, mi hija era la mejor en las filas militares y me sentía cada vez más orgullosa de ella, pero también temía por ella. No debía descartar que, a los cinco años de edad, ella había sido internada en el hospital, puesto a que tuvo un ataque de asma indescriptible, pensé que la perdía entonces.

—¿Mami?— Me había llamado, ella estaba postrada en una camilla, la misma estaba algo inclinada para dejarla entre sentada.

—Dime, mi amor— Contesté con dulzura.

—¿Voy a morir?

Ahí me quedé quieta, la reparé y no evité derramar una lágrima. Me daba cuenta que no importa cuánto intentes ocultar un secreto, al final, la verdad siempre sale a la luz, y yo le temía, tenía tanto miedo de enfrentarme a ella y darme cuenta que Berkan Toprak sí cumplió lo dicho. Él era una escoria a la que tanto he odiado, porque fue astuto, un maldito perro astuto que logró atormentarme como lo había dicho que lo haría. No mató al amor de mi vida, no me mató a mí, pero mi hija era quien estaba pagando los platos rotos y de paso, se llevaba poco a poco mi alma.

No olvidaba que el día en que nació Danissa, él me mandó diferentes armas que acabarían con la vida de ella, y la más inofensiva, era la más aterradora, porque estaba siendo quemada desde adentro, mi pequeña niña se consumía lentamente, lo peor de todo, era que no había rastros de ese imbécil. Juré encontrarlo, torturarlo, y después de conseguir la cura para ella, asesinarlo con mis propias manos.

He matado a miles como él, los he llevado a ese lugar oscuro y aterrador, aun cuando me juran no temerle a la muerte, he causado tanto temor en mis presas, que me sentía orgullosa de haber sido entrenada por los mejores.

—No mi cielo— Decía yo, un suspiro se escapó de mí, estando afligida, pero tratando de aparentar ser fuerte para ella. —Tú tienes mucho porque vivir, tienes un futuro prometedor, sueños y metas por cumplir. Tú vivirás.

Y yo me encargaría de que así fuera, porque ella lo merecía y no estaba dispuesta a arrebatarle sus sueños.

—Te amo, mami— Musitó, su voz débil, pues el sedante estaba haciendo efecto.

Ella bostezó, llevó una de sus manos a su boca, palmeando suavemente esta y pestañeando varias veces. Le sonreí y me levanté para arroparla con su cobija favorita. Después de hacerlo y dejarle un beso, ella se quedó dormida al instante, dejándome verla con ternura y mucho amor.

—Descansa, mi reina.

….

La densa lluvia chocaba en las ventanas, los truenos se escuchaban fuertes y cerca. Era un cinco de septiembre del 2001, estaba agotada, cansada de intentar atrapar a Danissa, quien se soltó a correr por toda la casa, con esa energía que la caracterizaba. Nunca se cansaba, o eso pensaba yo.

La vi abrir la puerta y estar a punto de salir de casa, le grité que se detuviera, lo hizo dejándome ver esa sonrisa tan hermosa que ella tenía.

No era verdad lo que creía de los bebes. Todos cambian el tono de sus ojos, su cabello se vuelve más oscuro o más claro, eso sucedió con Isabella, pero, a diferencia de los demás bebés, ella tuvo un cambio demasiado drástico en aquellos aspectos. Su cabello se volvió de un pelirrojo intenso, casi como el de aquella princesa del mar; Ariel. Sus ojos se hicieron más claros, haciendo notoria la anomalía que había en estos, pero reservando la belleza que ha heredado de su padre y de mí.

Me apresuré a llegar a ella, la tomé del antebrazo, pero en el momento en que lo hice, ella se quejó he hizo muecas de dolor.

—¡Duele, mamá!— Reclamó. Ello me llevó a soltarla y revisarle el brazo.

Tenía un hematoma grande ahí, mi mirada se volvió a su rostro y la ví con sus ojitos llenos de lágrimas.

Hice hacia atrás el cabello que caía sobre su frente y me acuclillé después, solo con la mera intención de estar a su altura y asegurarle que estaría bien.

—No llores, cariño.— Dije. —Es normal, muchas otras niñas y niños tienen moretones de estos por tropiezos o golpes sin darse cuenta.— Besé su mejilla, nariz y frente, ella sollozó un poco, pero después sorbió su nariz y se secó las lágrimas con el dorso de su mano.

—¿Me lo juras?— Sonreí al instante.

—Yo te juro que siempre estarás bien, porque eres una reina y las reinas son increíblemente fuertes— Mi pequeña niña se lanzó de brazos abiertos a mí y me abrazó con fuerza.

—¡Eres la mejor mamá del mundo entero!

Cada día que pasaba, las cosas iban empeorando. Danissa podría encontrarse bien, pero en el fondo creía que en cualquier momento tendría un ataque de algo y sufriría mucho. Por eso me empeñaba en buscar cualquier información que fuera posible. Quería dar con el paradero de Toprak, quizá encontrar a alguien que me dijera cuál era la cura para lo que fuera que tuviera mi hija, pero mientras más cambiaba ella, más complicado se volvía encontrar algo sobre ese infeliz de m****a. En dos días, Danissa cumpliría once años de edad, yo le había jurado que estaría con ella, que mi trabajo no interferiría en ello, y de verdad creía que podría cumplirle como antes, pero entonces, el destino se volvía siempre en contra de los que solo buscaban paz y felicidad.

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