Deseo (Saga Seducción I)
Deseo (Saga Seducción I)
Por: Loli Deen
Audición

 —Señorita Clark. Señorita Clark —una voz femenina rompió mi concentración, llegó mi turno.

 —Sí, aquí estoy —contesté con la voz aún temblorosa, las manos me sudaban, las rodillas me temblaban, mi cabeza era un completo desastre, no podía parar de pensar en todo lo que podía salir mal. «Ley de Murphy Sami» me repetí a mí misma. Si algo va a salir mal, saldrá, no puedes manejarlo, ya déjalo, decía la voz de mi conciencia. Respiré hondo y me llené de valor, tomé mi estuche y caminé hacia el auditorio.

El lugar se encontraba casi vacío, excepto por cinco personas que integraban el jurado. La luz me cegó y casi no me dejaba distinguir la cara de ellos.

 —Señorita Clark, ¿Qué nos interpretará? —el Señor Kembrich. Reconocí de inmediato su voz, era mi maestro de orquesta y podría reconocerlo entre un mundo de voces. Mi corazón se aceleró.

 —Suite nº 1 para Violonchelo de Bach —respondí con un hilo de voz.

 —Adelante entonces.

Saqué mi chelo, me acomodé en la silla, y lo posicioné entre mis piernas, dejé que el mástil descansara sobre mi hombro izquierdo. Tomé el arco con mi mano derecha, respiré hondo dos veces, cerré los ojos y dejé que la música fluyera a través de mí. Instantáneamente me relajé, estábamos solos, mi chelo y yo, no importaba si tocaba para una multitud o para uno solo, en el preciso momento que mis dedos comenzaban a acariciar las cuerdas perdía por completo la conexión con la realidad, me transportaba, abandonaba por unos minutos mi cuerpo y sólo mi alma sentía la música, la melodía viajaba a través de mis venas como una droga, era el éxtasis, el nirvana, la felicidad. Nada, absolutamente nada en el mundo me producía el mismo placer que mi Müller entre mis piernas, la frialdad de la madera sobre mi piel, el retumbar de las notas en mi estómago, la rigidez de las cuerdas en las yemas de mis dedos, el sonido inundando el ambiente. Era mágico, no existía una palabra mejor para describirlo.

Veinte minutos después mis manos se detuvieron, la música cesó y la realidad volvió a aflorar, mi audición había concluido, una corta ronda de aplausos se sucedió.

 —Muchas gracias Señorita Clark, sabrá de nuestra decisión en una semana.

 —Gracias.

Mientras guardaba mi preciado Müller en su estuche, una sonrisa se dibujó en mi rostro, estaba conforme conmigo misma, sabía que había dado lo mejor de mí. Ahora era su decisión. Seguro que no será nada fácil, Julliard tenía los mejores chelistas, y todos queríamos el solo.

 —¿Cómo te ha ido? —preguntó mi amiga Molly ni bien crucé la puerta del auditorio hacia la sala de espera. Ella también probaría suerte, aunque en violín, y era, sin duda, la mejor violinista que conocía, no sólo por ser una de mis mejores amigas.

 —Estoy conforme con mi audición, veremos si me eligen.

 —Si no lo hacen es porque se han vuelto sordos.

 —No tengo la menor duda. ¿Quieres qué te espere?

 —No, ve, aún tardaré rato hasta que nos toque a nosotros.

 —De acuerdo, te veo mañana.

Recogí mi bolso y salí hacia el frío viento otoñal de mediados de octubre que me aguardaba en la puerta.

 —¿Sólo has traído esa chaqueta? —preguntó Jason preocupado por mi bienestar, como siempre. Negué con la cabeza, a veces exageraba demasiado, sabía que sólo lo hacía porque me quería, y la verdad era que yo también lo quería. Llevábamos juntos más de dos años. Yo era una estudiante nueva en Julliard, y él cursaba su segundo año aquí, no fue amor a primera vista, necesité de un buen tiempo hasta que ganó mi corazón. No es que no fuera guapo, a su manera, lo era. Su cabello era casi tan negro como la noche, aunque sus ojos de un verde esmeralda intenso, su nariz llevaba la marca de varias peleas perdidas en sus años de preparatoria, y sus finos labios parecían casi imperceptibles bajo su desalineada barba oscura. Era bastante más alto que yo, aunque eso no debería ser una sorpresa, la mayoría de la gente lo era, con mi apenas metro sesenta y cinco de altura, y él me llevaba unos dignos diez centímetros. Su delgado y desgarbado cuerpo iba muy en sintonía con su desalineado y largo cabello, que le llegaba a los hombros. Y tenía el carácter más extraño, por momentos era muy cariñoso, algo rebelde, apasionado por la música, un pianista excepcional, pero con un temperamento problemático, se volvía violento e impulsivo, pero aun así era el hombre que elegía día a día.

 —No exageres, no hace tanto frío.

 —Vas a enfermarte Sami —lo besé para terminar con la conversación, y por supuesto tuve éxito, ni bien mis labios rozaron los suyos olvidó por completo el hilo de la conversación. Era mi estrategia favorita.

 —Te extrañé cariño.

 —Y yo a ti. ¿Cómo te ha ido?

 —Bien, al menos di lo mejor de mí, hay que esperar.

 —Seguro el solo es tuyo, eres la mejor chelista del mundo.

 —¿Conoces a todas las chelistas del mundo?

 —Sólo a las que vale la pena conocer.

 —No vas a lograr que me ponga celosa Jason.

Subimos a su viejo y negro Camaro del 69´ e inmediatamente encendí el estéreo, y Debussy comenzó a sonar.

 —¿Tienes hambre? Podríamos ir a comer algo.

 —No puedo, recuerdas que te he dicho que Elle está de guardia hoy, debo ir a casa a cuidar a mi madre. Lo siento.

 —Lo había olvidado, busquemos una pizza y la llevamos.

Llegamos a mi edificio en el Bronx y subimos los cinco pisos por escalera por supuesto, no recordaba qué alguna vez el ascensor hubiera funcionado.

 —Hola mamá ¿Cómo te sientes?

 —Hola Sami, bastante bien. ¿Cómo te fue?

 —Bien mami, no te preocupes. Jason y yo hemos traído una pizza ¡Directamente desde Manhattan para ti!

 —Buenas noches Señora Clark.

 —Hola Jason, qué alegría verte.

Ayudé a mi madre a llegar a la mesa, tenía días buenos y malos; hace cinco años le diagnosticaron Lupus, y desde entonces su salud ha empeorado bastante, prácticamente no puede caminar sin bastón y ya casi no sale de la casa. Mi hermana mayor Elisa y yo la cuidamos, sólo éramos nosotras tres, mi padre el Sargento Clark murió en Irak en 2004 y sólo quedamos nosotras. Mi hermana era enfermera, se decidió por esa carrera cuando mamá enfermó y realmente ha sido de gran ayuda sus conocimientos y cuidados.

Cenamos y charlamos por buen rato. Luego llevé a mi madre a la cama, tras darle su medicación, se durmió y yo volví al sillón con Jason.

 —Ya que Elisa no está ¿Podría quedarme a dormir?

 —Claro que puedes. Déjame limpiar un poco y nos acostamos.

Tiré la caja de pizza vacía, guardé los restos en la nevera, lavé los platos sucios, barrí un poco la cocina y el comedor. Y metí ropa a la lavadora. En ocasiones como esta, donde el cansancio me ganaba, me alegraba que nuestro hogar no fuera grande, de esta forma era más fácil ponerlo en orden. Un pequeño recibidor abarrotado de abrigos que colgaban desordenados del perchero, daban la bienvenida a nuestra casa, las paredes lucían un espantoso color huevo, a la izquierda una pequeña isla dividía la cocina del resto de la casa, encimeras de madera gastada y granito con tonos verdes. Era pequeña, pero funcionaba para nosotras y además tenía lavadero y eso era lo mejor. Luego el comedor con una mesa redonda blanca y cuatro sillas a tono. Al otro extremo de la habitación un sillón en tonos pastel y estampado de flores encuadraban la sala con su televisor. Un pequeño pasillo daba a las habitaciones, tanto la de mi madre, como la que compartía con mi hermana, y en medio el baño. Eso era todo, nuestra habitación era pequeña, apenas si cabían nuestras camas, las mesas auxiliares de noche, un escritorio y el armario.

Cuando entré al cuarto, Jason estaba dormido en mi cama. Lo pensé por unos segundos, realmente lucía muy plácidamente dormido, pero yo tenía otros planes en mente. Desabroché sus tenis, y quité su pantalón y apenas si se movió, pero cuando quise sacarle el sweater y la remera, no le quedó más remedio que despertarse.

 —¿Me dormí?

 —Sí cariño.

 —¿Intentas abusar de mí?

 —Sí cariño.

 —Bien, no me resistiré —dijo entre risas mientras se incorporaba de la cama y levantaba los brazos para que le quite la ropa que le quedaba. Rápidamente lo despojé de ella, me tomó por la nuca y me besó profundamente. Me subí a la cama y me monté sobre él.

 —Tus oscuros ojos marrones me parecen tan peligrosos... Cada vez que te miro, sé que eres capaz de romper mi corazón en mil pedazos —dijo mientras me miraba fijamente a los ojos, luego besó mi respingada nariz y por fin mis rojos y gruesos labios recibieron su atención. Su lengua invadió mi boca y buscó la mía en respuesta, esta no vaciló en abrazarse a él. Sus largos dedos se hicieron camino a través de mi blusa y la quitó con apuro. Besó mis pechos sobre la tela del sostén, que enseguida siguió su viaje al suelo. Mis pechos saltaron y él rápidamente los sostuvo con sus manos, su lengua dio suaves lamidas a mis duros pezones y yo sujeté su cabeza entre ambos pechos, tomándolo con fuerza del cabello. Me recostó sobre el colchón y comenzó a besar mi plano vientre hasta llegar al botón de mi pantalón. Con avidez lo quitó y lo dejó caer al piso. Acarició mis piernas de vuelta hacia mi pelvis y besó mi vagina a través de mis bragas. Jugó con su dedo pulgar por mi hendidura y tapé mi boca para no dejar escapar un gemido. Se quitó la ropa interior y rebuscó por un preservativo mientras yo me deshice de la mía. El peso de su cuerpo me aplastó cuando se recostó sobre mí. Su miembro cumplía con todas las expectativas que una chica podía tener. Me penetró suavemente, como siempre, abriéndose paso lentamente en mi interior que lo aguardaba ansioso. De a poco fue aumentando el ritmo de sus acometidas hasta volverse parejo. Entraba y salía de mí con facilidad, mientras me besaba con dulzura y yo enredaba mis dedos en su suave cabello. El sexo era bueno, el mejor que haya tenido, no que tuviera mucho con qué comparar, contando a Jason sólo había tenido tres amantes en toda mi vida. Mi primer novio Matt y Oliver, un amor de verano. Pero con Jason era diferente, me sentía cómoda con él, cuidada, desde la primera vez juntos, siempre sentí que me hacía el amor, que no era solo sexo. Sabía que podía confiar en él, y, aun así, no me atrevía a decirle que me sabía a poco, que quería probar cosas nuevas, que necesitaba más. Mucho más.

Cuando aumentó el ritmo, supe que estaba llegando a su clímax, yo aún no me encontraba ni cerca, pero jamás lo estaba. Ningún hombre había conseguido jamás que tuviera un orgasmo. Sólo podía hacerlo cuando me masturbaba. Y había desistido de intentarlo, lo disfrutaba, mucho, pero el orgasmo… simplemente no llegaba. Luego de temblar sobre mí se detuvo abruptamente y volvió a besarme en profundidad.

 —Te amo cariño.

 —Y yo a ti —respondí. Me acomodé en su pecho y me dormí.

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