El silencio en la habitación era espeso, sofocante.Alanna aún respiraba con dificultad, con los puños cerrados a los costados, mientras Miguel se mantenía rígido, observando a Leonardo con evidente molestia. Allison, en cambio, trataba de recomponerse, limpiándose con delicadeza unas lágrimas falsas mientras su madre la abrazaba protectora.Pero Leonardo no estaba dispuesto a dejarlo pasar.Con pasos lentos y calculados, se acercó a Allison, mirándola fijamente.—Dime la verdad, Allison —su voz fue grave, contenida, pero con una amenaza latente en cada palabra—. ¿Tomaste algo de Alanna?Allison levantó la barbilla con fingida dignidad.—¡Por supuesto que no! No sé por qué me acusan de algo tan absurdo.—No te estoy preguntando si crees que es absurdo —Leonardo inclinó la cabeza apenas, su mirada afilada como una navaja—. Te estoy preguntando si tomaste algo..—Voy a preguntar una sola vez más —su voz resonó con autoridad, helada como una daga afilada—. ¿Tomaste algo de Alanna?Alliso
El auto avanzaba en medio del silencio, iluminado solo por las luces intermitentes de la ciudad. Dentro, Alanna sostenía el collar entre sus manos, con una mezcla de alivio y cansancio reflejada en su rostro. El peso que había llevado durante todo el día parecía desvanecerse poco a poco, y su estado de ánimo mejoraba notablemente, como si una carga pesada hubiera sido levantada de sus hombros. El simple hecho de tener el collar de vuelta le devolvía la tranquilidad.Leonardo conducía con la mirada fija en la carretera, sus manos firmes en el volante, pero de vez en cuando la observaba de reojo. Alanna, sintiendo el calor de su mirada, decidió romper el silencio.—Gracias, Leonardo. De verdad… gracias por ayudarme a encontrarlo.Leonardo no respondió de inmediato. Su expresión permaneció neutra, pero su agarre en el volante se relajó un poco.—No tenías que hacerlo —continuó Alanna, jugando con el colgante entre sus dedos—. Pudiste haberte ido, ignorar todo esto… pero te quedaste y me
El sol apenas comenzaba a filtrarse por las gruesas cortinas de la habitación cuando Leonardo abrió los ojos. No había dormido bien. La inquietud lo había mantenido despierto durante gran parte de la noche, y ahora, con la luz del día iluminando el rostro sereno de Alanna, supo que no podía seguir callando.Se incorporó en la cama con movimientos lentos, sin apartar la vista de ella. Alanna dormía de lado, con el collar aún sobre la mesita de noche, como si no pudiera alejarse de él. Ese maldito collar.Con un suspiro profundo, Leonardo estiró el brazo y deslizó los dedos sobre la joya. Su peso, su diseño… No era cualquier accesorio barato. Lo sostuvo por un instante antes de soltarlo y fijar su mirada en la mujer que tenía a su lado.—Alanna —su voz fue grave, con un tono de autoridad que no admitía evasivas.Ella se removió ligeramente, frunciendo el ceño antes de abrir los ojos con pereza. Parpadeó un par de veces antes de enfocarlo.—¿Qué pasa? —preguntó con voz ronca por el sueño
La luz del amanecer se filtraba suavemente por las cortinas de la habitación, iluminando los rasgos serenos de Alanna mientras permanecía acostada junto a Leonardo. Él, con la mirada fija en el techo, exhaló un suspiro antes de finalmente romper el silencio.—Alexa… —murmuró, con un tono más pensativo que sentimental—. Ella fue la prometida que mis padres escogieron para mí antes de morir.Alanna se mantuvo en calma, pero la mención del nombre hizo que sus dedos se crisparan levemente sobre las sábanas.—¿Y qué pasó con ella? —preguntó, fingiendo desinterés mientras su corazón martillaba en su pecho.Leonardo no la miró. Sus ojos seguían perdidos en el techo, como si estuviera reviviendo un pasado que nunca terminó de enterrar.—Cuando mis padres murieron, todo cambió —su voz sonó más grave—. Me alejé de todos, de la empresa, de la sociedad… de ella. Entré en una etapa oscura, donde nada me importaba. Alexa intentó quedarse, pero al final, decidió irse al extranjero a continuar sus es
Leonardo nunca había sido un hombre que saliera sin una razón específica. No disfrutaba de reuniones innecesarias ni de conversaciones superficiales. Sin embargo, esa noche sintió la necesidad de despejarse.Desde que Alanna había vuelto a levantar esa muralla entre ellos, algo dentro de él se sentía inquieto, como si le faltara el control sobre una situación que no terminaba de comprender. No estaba acostumbrado a sentirse así, y eso lo irritaba más de lo que quería admitir.Fue por eso que, en lugar de quedarse en la mansión dándole vueltas al asunto, aceptó la invitación de un par de amigos para reunirse en un club exclusivo de la ciudad. Un sitio elegante, discreto, donde las bebidas eran caras y la privacidad estaba garantizada.Al llegar, los saludó con la formalidad de siempre y tomó asiento en uno de los sillones de cuero oscuro. No pasó mucho tiempo antes de que la conversación derivara en temas de negocios y mujeres.—¿Y tú, Leonardo? —preguntó uno de ellos, con una sonrisa
Leonardo la siguió con la mirada mientras se alejaba con el ramo en las manos. Su expresión permanecía impasible, pero por dentro, la frustración comenzaba a acumularse.No entendía a Alanna.Había sentido su sorpresa, la emoción efímera en sus ojos cuando le entregó las flores. Pero luego, como si se obligara a hacerlo, había vuelto a levantar la barrera, a mostrarse indiferente.No pudo contenerse más.—Alanna —llamó con voz firme.Ella se detuvo en seco, pero no se giró.—¿Por qué has cambiado tanto conmigo? —preguntó él, cruzando los brazos—. Antes no eras así… O al menos, habíamos avanzado.Alanna respiró hondo y se volvió lentamente.—¿Así cómo?—Tan fría —dijo él, dando un paso hacia ella—. Tan distante.Ella lo miró fijamente, sus dedos aferrándose levemente al ramo.—No sé de qué hablas.—Claro que lo sabes —replicó él, con un deje de irritación en su tono—. Antes me mirabas diferente. Antes hablábamos sin esta… barrera. Pero ahora, de un día para otro, vuelves a comportarte
Unos pasos descendiendo las escaleras le indicaron que Leonardo también había escuchado. Apareció en la sala con el cabello revuelto, la camisa aún desabrochada y una expresión sombría en el rostro.—¿Qué quieren ahora? —gruñó en voz baja, aún adormilado.—No lo sé —respondió Alanna sin emoción—. Pero parece urgente.Leonardo abrió la puerta y, sin siquiera esperar una invitación, Bárbara y Sabrina entraron a la mansión con su aire de superioridad habitual.—Vaya, qué cambio —comentó Bárbara con una sonrisa burlona, paseando la mirada por la sala antes de fijarla en Alanna—. Pensé que las noches en esta casa te sentaban mejor, pero veo que me equivoqué.Sabrina la inspeccionó de arriba abajo con una mueca de desaprobación.—Sí, te ves terrible recién levantada. Qué pena… hay mujeres que necesitan más esfuerzo para lucir decentes.Alanna, que aún estaba sentada en el sofá con su taza de té en la mano, alzó la mirada con total calma.—Es cierto —dijo con frialdad, esbozando una sonrisa
La noche caía lentamente cuando Leonardo y Alanna llegaron al lujoso salón de la subasta. La fachada del edificio, con sus enormes columnas de mármol y luces doradas iluminando la entrada, era imponente, un reflejo de la exclusividad del evento. La alfombra roja se extendía hasta el vestíbulo, donde los asistentes, vestidos con sus mejores galas, conversaban en pequeños grupos, sosteniendo copas de champán.Alanna descendió del auto con la elegancia natural que la caracterizaba. Su vestido, de un rojo intenso, se ceñía perfectamente a su silueta, realzando su porte refinado. Llevaba el cabello recogido en un moño bajo, dejando a la vista su cuello esbelto y los pendientes de diamantes que brillaban con cada movimiento. Su presencia no pasó desapercibida. Varias miradas se dirigieron a ella, algunas con admiración, otras con recelo.Leonardo, a su lado, vestía un traje negro impecable que resaltaba su porte imponente. Al bajar del auto, colocó instintivamente una mano en la espalda de