La mansión Sinisterra estaba en completo silencio cuando el auto de Leonardo se detuvo en la entrada. La lluvia caía con furia, golpeando con insistencia el techo del vehículo, mientras el viento helado silbaba a su alrededor.El día había sido agotador, Leonardo como siempre, había sido impecable. Dueño de cada conversación, astuto en cada respuesta.El regreso a casa fue silencioso. Cuando el auto llegó a la entrada de la mansión, el chofer abrió la puerta, y Alanna intentó bajar rápidamente, sin importarle la tormenta. Sin embargo, antes de que pudiera dar un paso, sintió una mano firme sujetándola de la muñeca.—No te muevas.La voz de Leonardo sonó baja, grave y autoritaria, provocándole un escalofrío involuntario. Con un solo movimiento, se quitó el abrigo y lo colocó sobre sus hombros, envolviéndola completamente antes de atraerla hacia él.El gesto fue rápido, casi instintivo, pero su cercanía la hizo contener la respiración.—No quiero que todos te vean empapada —murmuró, con
La mañana en la mansión Sinisterra transcurría como siempre. El desayuno ya había comenzado cuando Alanna bajó las escaleras con su característico retraso. Apenas cruzó el umbral del comedor, sintió la mirada severa del señor Sinisterra sobre ella.—Llegas tarde otra vez —espetó con su tono rígido, dejando su taza de café sobre la mesa—. Espero que, al menos, entiendas que aquí hay reglas.Alanna tomó asiento sin inmutarse, sirviéndose un poco de té sin siquiera mirarlo.—Tomo nota, señor Sinisterra —respondió con frialdad, sin darle mayor importancia.El ambiente en la mesa estaba tenso, pero a ella le daba igual. Sin embargo, conforme pasaban los minutos, notó una ausencia.Leonardo no estaba.Aquello era extraño. Siempre era el primero en llegar al desayuno, manteniendo su postura de hombre imperturbable. Pero hoy… nada.Frunció el ceño y observó a su alrededor. Nadie más parecía notarlo o preocuparse. Decidió no darle más vueltas y se levantó con calma, ignorando las miradas curio
Esteban caminaba con paso firme por los pasillos de la mansión Sinisterra hasta encontrar a Miguel en el despacho. Este se encontraba revisando unos documentos, pero al ver el semblante serio de Esteban, dejó lo que hacía.—¿Qué ocurre? —preguntó Miguel, notando la incomodidad en su futuro cuñado.Esteban hizo una mueca, como si estuviera dudando en si debía decir lo que tenía en mente.—Vi a Alanna entrar a la habitación de Leonardo hace rato —dijo finalmente—. Ha pasado mucho tiempo y… no ha salido de allí.Miguel frunció el ceño.—¿Estás seguro?—Completamente. Y eso no es todo. Nadie ha entrado ni salido. Llevan demasiado tiempo allí.Las palabras de Esteban se deslizaron en la mente de Miguel como veneno. Alanna tenía fama de ser rebelde, pero jamás la había imaginado comportándose de una forma tan descarada.—No puede ser… —musitó Miguel, pero su mandíbula se tensó.—Podemos comprobarlo —sugirió Esteban.Sin pensarlo demasiado, Miguel se puso de pie de inmediato y salió del desp
La habitación de Leonardo estaba en silencio, solo interrumpida por el sonido constante de la lluvia golpeando los cristales. Alanna, de pie junto a la mesita, preparaba un plato de caldo caliente con movimientos precisos, aunque su rostro permanecía impasible. Leonardo, recostado en la cama, la observaba con incomodidad. No estaba acostumbrado a depender de nadie, y mucho menos de ella, pero el día anterior había decidido quitarse el saco para proteger a Alanna de la lluvia. El frío lo había envuelto, dejándolo ahora enfermo y vulnerable, una situación que lo hacía sentir aún más incómodo.—No necesito que me des de comer —dijo con voz ronca, aunque su debilidad era evidente.Alanna lo miró con frialdad, sosteniendo el plato en una mano y la cuchara en la otra.—Claro que no —respondió con sarcasmo—. Por eso no puedes ni levantar la cuchara sin que te tiemble la mano.Leonardo apretó los dientes, sintiendo cómo el rubor le subía por el cuello. No estaba acostumbrado a sentirse vulner
Los días transcurrieron bajo un cielo gris y encapotado, con la lluvia golpeando incesante los ventanales de la mansión Sinisterra. El aire helado se colaba por los pasillos, intensificando el frío que se filtraba hasta los huesos.Leonardo ya se sentía mejor. La fiebre había cedido por completo, pero el cansancio persistía. Sin embargo, lo que más ocupaba su mente no era su recuperación, sino Alanna.Desde hacía dos días, había notado algo extraño en ella. Sus movimientos eran más lentos, su respiración más pesada, y aunque intentaba disimularlo, su cuerpo delataba el malestar que intentaba ocultar.Sin embargo, quien primero se percató de su estado no fue Leonardo, sino Allison.—Te ves horrible —comentó Allison con una sonrisa burlona cuando la vio en el comedor esa mañana—. Como si hubieras dormido en la calle.Alanna, que apenas había probado bocado, levantó la mirada con indiferencia.—Gracias por la observación —respondió con frialdad.Allison dejó escapar una risita, pero lueg
El gran salón de la mansión estaba en completo silencio, salvo por el tenue eco de los movimientos de Alanna sobre el suelo de madera. La luz de la tarde entraba por los ventanales, bañándola con un resplandor dorado mientras repetía una y otra vez la misma secuencia.Su reflejo en los espejos la observaba con una mezcla de determinación y agotamiento. Su pierna dolía como si cada músculo estuviera siendo atravesado por espinas de hielo. Cada giro, cada salto, le recordaba que el frío de los últimos días había despertado las antiguas heridas que nunca terminaron de sanar.Intentó dar una pirueta, pero la punzada en su pierna la traicionó. Su equilibrio se perdió en un instante y cayó al suelo con fuerza.El impacto le quitó el aliento. Cerró los ojos un momento, mordiéndose el labio para no soltar un gemido de dolor. Pero no iba a detenerse.Se levantó con dificultad y volvió a la posición inicial.—Vamos… —murmuró para sí misma, obligándose a continuar.Si se rendía ahora, Allison ha
La mansión estaba llena de luz y elegancia esa noche. La fiesta estaba en su apogeo, y todos los ojos se posaban en la impresionante figura de Alanna, quien había elegido uno de los vestidos que Leonardo le había regalado. El vestido, de un tono profundo y vibrante, le quedaba perfectamente, resaltando su figura y dándole un aire de sofisticación que pocos podían lograr. Su cabello, recogido con delicadeza, caía en suaves ondas sobre sus hombros, mientras sus ojos brillaban con una intensidad que no había experimentado antes. Era difícil negar lo hermosa que se veía esa noche, incluso a ella misma le sorprendía.Alanna se encontraba en un rincón de la pista de baile, observando a los invitados, cuando sintió que el momento de la presentación se acercaba. Su pierna, maltratada por tanto esfuerzo, comenzaba a doler con más intensidad. Un dolor punzante recorrió su pierna, y ella tuvo que hacer un esfuerzo por mantener la compostura. El frío de la noche había hecho que la molestia fuera
La sala estaba envuelta en una quietud tensa, el aire pesado entre Alanna y Leonardo. Ella, recostada en el sillón, aún con el rostro pálido por el dolor que sentía en su pierna, trataba de mantenerse tranquila mientras Leonardo, con una paciencia inquebrantable, le ayudaba a aliviar el malestar. La frialdad que Leonardo siempre transmitía parecía haber sido la única constante en su vida, pero hoy algo en su mirada mostraba una pequeña fisura, una humanidad que Alanna aún no sabía cómo interpretar.De repente, la puerta se abrió de golpe, rompiendo el silencio de la habitación. Esteban entró con paso firme, su rostro marcado por la furia que había estado acumulando desde el momento en que había llegado a la fiesta. Su mirada se fijó en Leonardo primero, luego en Alanna, y, antes de que alguien pudiera reaccionar, su voz llena de resentimiento y celos llenó el aire.—¿Qué estás haciendo aquí, Leonardo? —dijo Esteban, caminando hacia ellos con pasos pesados, claramente irritable—. ¿Ahor