Esteban caminaba con paso firme por los pasillos de la mansión Sinisterra hasta encontrar a Miguel en el despacho. Este se encontraba revisando unos documentos, pero al ver el semblante serio de Esteban, dejó lo que hacía.—¿Qué ocurre? —preguntó Miguel, notando la incomodidad en su futuro cuñado.Esteban hizo una mueca, como si estuviera dudando en si debía decir lo que tenía en mente.—Vi a Alanna entrar a la habitación de Leonardo hace rato —dijo finalmente—. Ha pasado mucho tiempo y… no ha salido de allí.Miguel frunció el ceño.—¿Estás seguro?—Completamente. Y eso no es todo. Nadie ha entrado ni salido. Llevan demasiado tiempo allí.Las palabras de Esteban se deslizaron en la mente de Miguel como veneno. Alanna tenía fama de ser rebelde, pero jamás la había imaginado comportándose de una forma tan descarada.—No puede ser… —musitó Miguel, pero su mandíbula se tensó.—Podemos comprobarlo —sugirió Esteban.Sin pensarlo demasiado, Miguel se puso de pie de inmediato y salió del desp
La habitación de Leonardo estaba en silencio, solo interrumpida por el sonido constante de la lluvia golpeando los cristales. Alanna, de pie junto a la mesita, preparaba un plato de caldo caliente con movimientos precisos, aunque su rostro permanecía impasible. Leonardo, recostado en la cama, la observaba con incomodidad. No estaba acostumbrado a depender de nadie, y mucho menos de ella, pero el día anterior había decidido quitarse el saco para proteger a Alanna de la lluvia. El frío lo había envuelto, dejándolo ahora enfermo y vulnerable, una situación que lo hacía sentir aún más incómodo.—No necesito que me des de comer —dijo con voz ronca, aunque su debilidad era evidente.Alanna lo miró con frialdad, sosteniendo el plato en una mano y la cuchara en la otra.—Claro que no —respondió con sarcasmo—. Por eso no puedes ni levantar la cuchara sin que te tiemble la mano.Leonardo apretó los dientes, sintiendo cómo el rubor le subía por el cuello. No estaba acostumbrado a sentirse vulner
Los días transcurrieron bajo un cielo gris y encapotado, con la lluvia golpeando incesante los ventanales de la mansión Sinisterra. El aire helado se colaba por los pasillos, intensificando el frío que se filtraba hasta los huesos.Leonardo ya se sentía mejor. La fiebre había cedido por completo, pero el cansancio persistía. Sin embargo, lo que más ocupaba su mente no era su recuperación, sino Alanna.Desde hacía dos días, había notado algo extraño en ella. Sus movimientos eran más lentos, su respiración más pesada, y aunque intentaba disimularlo, su cuerpo delataba el malestar que intentaba ocultar.Sin embargo, quien primero se percató de su estado no fue Leonardo, sino Allison.—Te ves horrible —comentó Allison con una sonrisa burlona cuando la vio en el comedor esa mañana—. Como si hubieras dormido en la calle.Alanna, que apenas había probado bocado, levantó la mirada con indiferencia.—Gracias por la observación —respondió con frialdad.Allison dejó escapar una risita, pero lueg
El gran salón de la mansión estaba en completo silencio, salvo por el tenue eco de los movimientos de Alanna sobre el suelo de madera. La luz de la tarde entraba por los ventanales, bañándola con un resplandor dorado mientras repetía una y otra vez la misma secuencia.Su reflejo en los espejos la observaba con una mezcla de determinación y agotamiento. Su pierna dolía como si cada músculo estuviera siendo atravesado por espinas de hielo. Cada giro, cada salto, le recordaba que el frío de los últimos días había despertado las antiguas heridas que nunca terminaron de sanar.Intentó dar una pirueta, pero la punzada en su pierna la traicionó. Su equilibrio se perdió en un instante y cayó al suelo con fuerza.El impacto le quitó el aliento. Cerró los ojos un momento, mordiéndose el labio para no soltar un gemido de dolor. Pero no iba a detenerse.Se levantó con dificultad y volvió a la posición inicial.—Vamos… —murmuró para sí misma, obligándose a continuar.Si se rendía ahora, Allison ha
La mansión estaba llena de luz y elegancia esa noche. La fiesta estaba en su apogeo, y todos los ojos se posaban en la impresionante figura de Alanna, quien había elegido uno de los vestidos que Leonardo le había regalado. El vestido, de un tono profundo y vibrante, le quedaba perfectamente, resaltando su figura y dándole un aire de sofisticación que pocos podían lograr. Su cabello, recogido con delicadeza, caía en suaves ondas sobre sus hombros, mientras sus ojos brillaban con una intensidad que no había experimentado antes. Era difícil negar lo hermosa que se veía esa noche, incluso a ella misma le sorprendía.Alanna se encontraba en un rincón de la pista de baile, observando a los invitados, cuando sintió que el momento de la presentación se acercaba. Su pierna, maltratada por tanto esfuerzo, comenzaba a doler con más intensidad. Un dolor punzante recorrió su pierna, y ella tuvo que hacer un esfuerzo por mantener la compostura. El frío de la noche había hecho que la molestia fuera
La sala estaba envuelta en una quietud tensa, el aire pesado entre Alanna y Leonardo. Ella, recostada en el sillón, aún con el rostro pálido por el dolor que sentía en su pierna, trataba de mantenerse tranquila mientras Leonardo, con una paciencia inquebrantable, le ayudaba a aliviar el malestar. La frialdad que Leonardo siempre transmitía parecía haber sido la única constante en su vida, pero hoy algo en su mirada mostraba una pequeña fisura, una humanidad que Alanna aún no sabía cómo interpretar.De repente, la puerta se abrió de golpe, rompiendo el silencio de la habitación. Esteban entró con paso firme, su rostro marcado por la furia que había estado acumulando desde el momento en que había llegado a la fiesta. Su mirada se fijó en Leonardo primero, luego en Alanna, y, antes de que alguien pudiera reaccionar, su voz llena de resentimiento y celos llenó el aire.—¿Qué estás haciendo aquí, Leonardo? —dijo Esteban, caminando hacia ellos con pasos pesados, claramente irritable—. ¿Ahor
Nathaniel descendió de su auto con un porte impecable, el viento frío de la mañana revolviendo ligeramente su cabello. Había pasado la noche pensando en Alanna, en su dolor, en la forma en que se había esforzado por terminar su presentación a pesar del sufrimiento evidente en su rostro. Y sobre todo, en cómo Leonardo había irrumpido en el baile y la había tomado entre sus brazos, sin darle siquiera una oportunidad de ayudarla.Al cruzar las puertas de la mansión Sinisterra, fue recibido por uno de los sirvientes, quien lo condujo hasta la sala donde Alanna se encontraba descansando. Ella estaba sentada junto a la ventana, con una manta sobre las piernas y una taza de té entre las manos. La luz de la mañana resaltaba la suavidad de su piel y la delicadeza de su expresión, aunque había un dejo de cansancio en su mirada.Cuando Alanna lo vio entrar, le dedicó una sonrisa amigable.—Nathaniel… ¿qué haces aquí tan temprano?Él avanzó con calma y tomó asiento frente a ella.—Vine a ver cómo
Los días transcurrieron rápidamente, y la familia Beaumont tomó una decisión inapelable: Nathaniel debía partir al extranjero para prepararse en los negocios familiares. Su padre, un hombre severo y exigente, dejó en claro que no había opción.—Es momento de que madures, Nathaniel. No puedes seguir perdiendo el tiempo. Si no te casas pronto, yo mismo te buscaré una esposa, pero antes de eso, debes demostrar que eres capaz de manejar nuestros negocios.Su madre, más comprensiva pero igualmente firme, apoyó la decisión.—Será una gran oportunidad para ti, querido. Cuando vuelvas, nadie podrá cuestionar tu capacidad.Nathaniel asintió, resignado. Sabía que oponerse era inútil, pero antes de marcharse, había algo que debía hacer.---Aquella tarde, Nathaniel se dirigió a la mansión Sinisterra. Sabía dónde encontrar a Alanna: en el invernadero, su refugio dentro de aquella casa donde rara vez hallaba paz.—Nathaniel —dijo ella al verlo entrar—, no esperaba verte hoy.Él le dedicó una sonri