Después de su encuentro con Alanna en el pasillo, Esteban no podía dejar de sentirse intranquilo. Cada paso que daba por la mansión parecía resonar con el eco de sus palabras, con la frialdad de su mirada y con el vacío que había dejado en su pecho. No podía entender por qué Alanna lo odiaba tanto, por qué lo trataba como si fuera un extraño, como si todo lo que habían compartido no hubiera significado nada.Pero, ¿cómo podía culparla? Él había sido el que la había abandonado, el que había elegido a Allison una y otra vez. Y aunque sabía que su compromiso con Allison no era por amor, sino por intereses familiares, eso no cambiaba el hecho de que había lastimado a Alanna de la peor manera posible.Esteban se detuvo frente a una ventana del segundo piso, mirando el jardín donde Alanna había desaparecido horas antes. La imagen de ella, abrazándose a sí misma para protegerse del frío, lo perseguía. Sabía que no tenía derecho a preocuparse por ella, pero no podía evitarlo. Alanna siempre h
El sedán negro se deslizó suavemente por la avenida, la lluvia golpeando el techo del automóvil con un ritmo constante. Alanna, sentada en el asiento trasero junto a Leonardo, miraba por la ventana, observando cómo las gotas de agua resbalaban por el cristal. El chofer, un hombre de mediana edad y rostro serio, conducía en silencio, como si fuera parte invisible de la escena. Leonardo, a su lado, revisaba unos documentos en su tableta, su expresión fría y distante, como siempre.Alanna sabía que Leonardo no era un hombre de demostraciones afectuosas. Su frialdad era legendaria, una armadura que pocos lograban penetrar. Pero ella, en los meses que llevaban juntos, había visto destellos de algo más: una mirada que se suavizaba cuando creía que ella no lo observaba, un gesto protector cuando pensaba que ella no lo notaba. Eran pequeños indicios, casi imperceptibles, pero suficientes para que Alanna supiera que, detrás de esa fachada impenetrable, había algo más.—No olvides que hoy es un
La mansión Sinisterra estaba en completo silencio cuando el auto de Leonardo se detuvo en la entrada. La lluvia caía con furia, golpeando con insistencia el techo del vehículo, mientras el viento helado silbaba a su alrededor.El día había sido agotador, Leonardo como siempre, había sido impecable. Dueño de cada conversación, astuto en cada respuesta.El regreso a casa fue silencioso. Cuando el auto llegó a la entrada de la mansión, el chofer abrió la puerta, y Alanna intentó bajar rápidamente, sin importarle la tormenta. Sin embargo, antes de que pudiera dar un paso, sintió una mano firme sujetándola de la muñeca.—No te muevas.La voz de Leonardo sonó baja, grave y autoritaria, provocándole un escalofrío involuntario. Con un solo movimiento, se quitó el abrigo y lo colocó sobre sus hombros, envolviéndola completamente antes de atraerla hacia él.El gesto fue rápido, casi instintivo, pero su cercanía la hizo contener la respiración.—No quiero que todos te vean empapada —murmuró, con
La mañana en la mansión Sinisterra transcurría como siempre. El desayuno ya había comenzado cuando Alanna bajó las escaleras con su característico retraso. Apenas cruzó el umbral del comedor, sintió la mirada severa del señor Sinisterra sobre ella.—Llegas tarde otra vez —espetó con su tono rígido, dejando su taza de café sobre la mesa—. Espero que, al menos, entiendas que aquí hay reglas.Alanna tomó asiento sin inmutarse, sirviéndose un poco de té sin siquiera mirarlo.—Tomo nota, señor Sinisterra —respondió con frialdad, sin darle mayor importancia.El ambiente en la mesa estaba tenso, pero a ella le daba igual. Sin embargo, conforme pasaban los minutos, notó una ausencia.Leonardo no estaba.Aquello era extraño. Siempre era el primero en llegar al desayuno, manteniendo su postura de hombre imperturbable. Pero hoy… nada.Frunció el ceño y observó a su alrededor. Nadie más parecía notarlo o preocuparse. Decidió no darle más vueltas y se levantó con calma, ignorando las miradas curio
Esteban caminaba con paso firme por los pasillos de la mansión Sinisterra hasta encontrar a Miguel en el despacho. Este se encontraba revisando unos documentos, pero al ver el semblante serio de Esteban, dejó lo que hacía.—¿Qué ocurre? —preguntó Miguel, notando la incomodidad en su futuro cuñado.Esteban hizo una mueca, como si estuviera dudando en si debía decir lo que tenía en mente.—Vi a Alanna entrar a la habitación de Leonardo hace rato —dijo finalmente—. Ha pasado mucho tiempo y… no ha salido de allí.Miguel frunció el ceño.—¿Estás seguro?—Completamente. Y eso no es todo. Nadie ha entrado ni salido. Llevan demasiado tiempo allí.Las palabras de Esteban se deslizaron en la mente de Miguel como veneno. Alanna tenía fama de ser rebelde, pero jamás la había imaginado comportándose de una forma tan descarada.—No puede ser… —musitó Miguel, pero su mandíbula se tensó.—Podemos comprobarlo —sugirió Esteban.Sin pensarlo demasiado, Miguel se puso de pie de inmediato y salió del desp
La habitación de Leonardo estaba en silencio, solo interrumpida por el sonido constante de la lluvia golpeando los cristales. Alanna, de pie junto a la mesita, preparaba un plato de caldo caliente con movimientos precisos, aunque su rostro permanecía impasible. Leonardo, recostado en la cama, la observaba con incomodidad. No estaba acostumbrado a depender de nadie, y mucho menos de ella, pero el día anterior había decidido quitarse el saco para proteger a Alanna de la lluvia. El frío lo había envuelto, dejándolo ahora enfermo y vulnerable, una situación que lo hacía sentir aún más incómodo.—No necesito que me des de comer —dijo con voz ronca, aunque su debilidad era evidente.Alanna lo miró con frialdad, sosteniendo el plato en una mano y la cuchara en la otra.—Claro que no —respondió con sarcasmo—. Por eso no puedes ni levantar la cuchara sin que te tiemble la mano.Leonardo apretó los dientes, sintiendo cómo el rubor le subía por el cuello. No estaba acostumbrado a sentirse vulner
Los días transcurrieron bajo un cielo gris y encapotado, con la lluvia golpeando incesante los ventanales de la mansión Sinisterra. El aire helado se colaba por los pasillos, intensificando el frío que se filtraba hasta los huesos.Leonardo ya se sentía mejor. La fiebre había cedido por completo, pero el cansancio persistía. Sin embargo, lo que más ocupaba su mente no era su recuperación, sino Alanna.Desde hacía dos días, había notado algo extraño en ella. Sus movimientos eran más lentos, su respiración más pesada, y aunque intentaba disimularlo, su cuerpo delataba el malestar que intentaba ocultar.Sin embargo, quien primero se percató de su estado no fue Leonardo, sino Allison.—Te ves horrible —comentó Allison con una sonrisa burlona cuando la vio en el comedor esa mañana—. Como si hubieras dormido en la calle.Alanna, que apenas había probado bocado, levantó la mirada con indiferencia.—Gracias por la observación —respondió con frialdad.Allison dejó escapar una risita, pero lueg
El gran salón de la mansión estaba en completo silencio, salvo por el tenue eco de los movimientos de Alanna sobre el suelo de madera. La luz de la tarde entraba por los ventanales, bañándola con un resplandor dorado mientras repetía una y otra vez la misma secuencia.Su reflejo en los espejos la observaba con una mezcla de determinación y agotamiento. Su pierna dolía como si cada músculo estuviera siendo atravesado por espinas de hielo. Cada giro, cada salto, le recordaba que el frío de los últimos días había despertado las antiguas heridas que nunca terminaron de sanar.Intentó dar una pirueta, pero la punzada en su pierna la traicionó. Su equilibrio se perdió en un instante y cayó al suelo con fuerza.El impacto le quitó el aliento. Cerró los ojos un momento, mordiéndose el labio para no soltar un gemido de dolor. Pero no iba a detenerse.Se levantó con dificultad y volvió a la posición inicial.—Vamos… —murmuró para sí misma, obligándose a continuar.Si se rendía ahora, Allison ha