Esteban golpeó la mesa con su puño.—¡Basta, Leonardo!Allison, a su lado, tenía los labios apretados con fuerza.Leonardo lo miró por primera vez en toda la mañana y sonrió con suficiencia.—¿Basta de qué? Solo le estoy dando de desayunar a mi prometida.Esteban estaba furioso, pero no tenía nada que decir.Miguel, en cambio, observó la escena en completo silencio. Sus ojos se fijaron en Leonardo… luego en Alanna… y luego en Estaban, cuya incomodidad era evidente.No dijo nada.Pero vio demasiado.Miguel dejó su taza de café sobre la mesa con un movimiento pausado, pero sus ojos no se apartaron de Esteban. Lo había estado observando durante todo el desayuno, y lo que veía no le gustaba.No era solo la molestia evidente en su expresión cada vez que Leonardo hablaba. No era su actitud tensa ni la forma en que sus dedos se crispaban sobre el mantel.Era su mirada.Cada vez que Leonardo se dirigía a Alanna, cada vez que la miraba o interactuaba con ella, los ojos de Esteban se oscurecían
Alanna caminaba por los pasillos de la mansión, envuelta en la penumbra de la noche. Sus pasos eran silenciosos, casi fantasmaless, mientras se dirigía hacia el jardín trasero. Necesitaba aire, un respiro de la opresión que la rodeaba en esa casa. La boda con Leonardo estaba a solo unos meses, y aunque sabía que era la decisión correcta para asegurar el futuro de su familia, el peso de esa elección la ahogaba. No amaba a Leonardo, pero él era estable, poderoso y, sobre todo, no era Esteban. Aunque también sabía que Leonardo era frío y despiadado, alguien que no dudaría en manipularla si le convenía. Pero, ¿acaso no era eso mejor que seguir sufriendo por alguien que nunca la había elegido?Al doblar en uno de los pasillos menos transitados, una mano la sujetó suavemente del brazo.—Alanna —susurró Esteban, mirándola con intensidad.Ella se detuvo en seco, sintiendo cómo el corazón le latía con fuerza. Lo observó con indiferencia, aunque por dentro una tormenta de emociones se desataba.
El abrazo de Esteban era cálido, familiar, como un refugio al que Alanna quería regresar. Pero no podía permitirse caer en esa trampa otra vez. Con un movimiento firme, se soltó de sus brazos y dio un paso atrás, mirándolo con una mezcla de dolor y determinación.—Dame una razón —dijo, con voz temblorosa pero firme—. Una razón con peso para no casarme con Leonardo. Porque hasta ahora, todo lo que me has dicho son excusas vacías.Esteban la miró, sorprendido por la intensidad de su mirada. Sabía que no podía seguir evadiendo la verdad, no si quería que ella lo escuchara. Respiró profundamente, sintiendo que el peso de sus palabras lo aplastaba.—Te amo —dijo, con voz clara y firme—. Te amo, Alanna. Más que al principio, más que nunca. No he podido olvidarte, ni un solo día.Alanna sintió que el corazón le daba un vuelco. Esas palabras, que tanto había deseado escuchar en el pasado, ahora le sonaban como un eco lejano. ¿Cómo podía él decir que la amaba, cuando había elegido a Allison un
El jardín de la mansión Sinisterra estaba envuelto en una brisa helada que hacía temblar las hojas de los árboles. Alanna, sentada en una banca de piedra, se abrazaba a sí misma en un intento de mantener el frío a raya. El encuentro con Esteban la había dejado con un extraño sabor amargo. No sentía dolor, ni siquiera rabia. Solo vacío. Un vacío que parecía haberse instalado en su pecho desde hacía mucho tiempo, pero que ahora se hacía más palpable que nunca.—Te vas a enfermar si sigues aquí.La voz de Leonardo interrumpió sus pensamientos. Alanna giró el rostro y lo vio acercarse con su porte elegante y calculador.—No necesito tu preocupación —respondió Alanna sin ganas, desviando la mirada hacia las rosas marchitas que adornaban el jardín.—No es preocupación, es sentido común —replicó él sin inmutarse, como si sus palabras fueran un hecho irrefutable.Leonardo se quitó la bufanda y, con movimientos precisos y casi mecánicos, la colocó alrededor del cuello de Alanna. Ella lo miró s
Después de su encuentro con Alanna en el pasillo, Esteban no podía dejar de sentirse intranquilo. Cada paso que daba por la mansión parecía resonar con el eco de sus palabras, con la frialdad de su mirada y con el vacío que había dejado en su pecho. No podía entender por qué Alanna lo odiaba tanto, por qué lo trataba como si fuera un extraño, como si todo lo que habían compartido no hubiera significado nada.Pero, ¿cómo podía culparla? Él había sido el que la había abandonado, el que había elegido a Allison una y otra vez. Y aunque sabía que su compromiso con Allison no era por amor, sino por intereses familiares, eso no cambiaba el hecho de que había lastimado a Alanna de la peor manera posible.Esteban se detuvo frente a una ventana del segundo piso, mirando el jardín donde Alanna había desaparecido horas antes. La imagen de ella, abrazándose a sí misma para protegerse del frío, lo perseguía. Sabía que no tenía derecho a preocuparse por ella, pero no podía evitarlo. Alanna siempre h
El sedán negro se deslizó suavemente por la avenida, la lluvia golpeando el techo del automóvil con un ritmo constante. Alanna, sentada en el asiento trasero junto a Leonardo, miraba por la ventana, observando cómo las gotas de agua resbalaban por el cristal. El chofer, un hombre de mediana edad y rostro serio, conducía en silencio, como si fuera parte invisible de la escena. Leonardo, a su lado, revisaba unos documentos en su tableta, su expresión fría y distante, como siempre.Alanna sabía que Leonardo no era un hombre de demostraciones afectuosas. Su frialdad era legendaria, una armadura que pocos lograban penetrar. Pero ella, en los meses que llevaban juntos, había visto destellos de algo más: una mirada que se suavizaba cuando creía que ella no lo observaba, un gesto protector cuando pensaba que ella no lo notaba. Eran pequeños indicios, casi imperceptibles, pero suficientes para que Alanna supiera que, detrás de esa fachada impenetrable, había algo más.—No olvides que hoy es un
La mansión Sinisterra estaba en completo silencio cuando el auto de Leonardo se detuvo en la entrada. La lluvia caía con furia, golpeando con insistencia el techo del vehículo, mientras el viento helado silbaba a su alrededor.El día había sido agotador, Leonardo como siempre, había sido impecable. Dueño de cada conversación, astuto en cada respuesta.El regreso a casa fue silencioso. Cuando el auto llegó a la entrada de la mansión, el chofer abrió la puerta, y Alanna intentó bajar rápidamente, sin importarle la tormenta. Sin embargo, antes de que pudiera dar un paso, sintió una mano firme sujetándola de la muñeca.—No te muevas.La voz de Leonardo sonó baja, grave y autoritaria, provocándole un escalofrío involuntario. Con un solo movimiento, se quitó el abrigo y lo colocó sobre sus hombros, envolviéndola completamente antes de atraerla hacia él.El gesto fue rápido, casi instintivo, pero su cercanía la hizo contener la respiración.—No quiero que todos te vean empapada —murmuró, con
La mañana en la mansión Sinisterra transcurría como siempre. El desayuno ya había comenzado cuando Alanna bajó las escaleras con su característico retraso. Apenas cruzó el umbral del comedor, sintió la mirada severa del señor Sinisterra sobre ella.—Llegas tarde otra vez —espetó con su tono rígido, dejando su taza de café sobre la mesa—. Espero que, al menos, entiendas que aquí hay reglas.Alanna tomó asiento sin inmutarse, sirviéndose un poco de té sin siquiera mirarlo.—Tomo nota, señor Sinisterra —respondió con frialdad, sin darle mayor importancia.El ambiente en la mesa estaba tenso, pero a ella le daba igual. Sin embargo, conforme pasaban los minutos, notó una ausencia.Leonardo no estaba.Aquello era extraño. Siempre era el primero en llegar al desayuno, manteniendo su postura de hombre imperturbable. Pero hoy… nada.Frunció el ceño y observó a su alrededor. Nadie más parecía notarlo o preocuparse. Decidió no darle más vueltas y se levantó con calma, ignorando las miradas curio