La actitud de doña Virginia resultaba muy extraña. Jessica no podía creer que la mujer le hubiera ordenado a su hijo que no la despidiera. Era cierto que era una muy buena cocinera, pero ellos podrían encontrar a una mejor si se lo proponían.
A lo mejor fue Axel que se arrepintió, pensó, él no puede ser tan malo. Tiene unos ojos tan hermosos.
Mientras cocinaba cantaba por lo bajo una canción del artista, recreando fantasías en su cabeza que sabía nunca cumpliría.
—¡Oiga! ¿Le pagan para cantar o cocinar?
Érica Valencia asomó la cabeza en la puerta. La rubia de ojos azules era la encargada de la decoración, pero se creía la jefa. A menudo estaba despotricando contra los empleados inferiores a su rango y llevando quejas al ama de llaves quien era su mejor amiga.
—Me pagan por cocinar —respondió Jessica con indiferencia—, y cantar lo hago gratis. Deje de sufrir y concéntrese en lo suyo.
—Eso es lo que intento hacer, pero usted no me deja concentrar. ¡Cállese!
A menudo Jessica estaba presentando conflictos con la mujer y aquella vez no fue la excepción. Se limpió las manos y fue a enfrentarla.
—Pues venga y me calla —la miró, desafiante.
Érica le lanzó un insulto y Jessica se movió hacia ella, pero ni siquiera alcanzó a tocarla cuando la mujer prorrumpió en gritos de auxilio. Enseguida, el ama de llaves hizo presencia en el lugar.
—Pero, ¿qué es lo que pasa aquí? —gruñó.
—Nata, que esta mujer quiere pegarme otra vez solo porque le pedí que guardara silencio —dijo Érica colocándose a un lado de Natalia Aguirre—. Doña Virginia pidió que mandara a pintar la mansión e intento decidir los colores.
No hubo nada que Jessica pudiera decir a su favor porque Érica no estaba mintiendo.
Natalia la miró como una furia.
—Ya me tiene cansada —masculló con desdén—. ¿Por qué siempre tiene que comportarse como una callejera? ¡Ya me está colmando la paciencia! Mire, Jessica, es la última oportunidad que le doy para que se comporte. La única razón por la que no la he despedido es por su hijo, pero si vuelve a perder la compostura ya no lo tendré en cuenta. ¿Entendió?
—Sí, si señora —Jessica se mostró sumisa—. No volverá a pasar y disculpe.
—Eso espero.
La discusión hubiese terminado allí de no haber sido porque a Érica no le pareció suficiente el regaño y convenció a Natalia para que descontara a Jessica un día de sueldo, lo cual significaba dejar a Pol una semana sin sus recreos.
Una vez el ama de llaves se marchó, Érica se burló de Jessica y le sacó la lengua.
—Venga, pégueme —la instó la rubia para fastidiarla—. ¿O qué? ¿Le da miedo que la corran?
En ese momento Jessica se planteó si valía la pena perder su trabajo a cambio de arrancarle los cabellos a esa mujer, mechón a mechón. Desafortunadamente aquella era una de las tantas fantasías que por lo pronto no podría cumplir.
Volvió a enfocarse en su trabajo, aunque cada vez le resultaba más difícil. Al otro día, antes del almuerzo, salió de la cocina y al regresar alguien había vaciado el bote de sal a la sopa. Jessica no tuvo que pensar mucho para saber quién había sido, sin embargo, temió reclamar a Érica y que la despidieran definitivamente.
Pero no logró evadir la riña de sus patrones ante el retraso de sus labores. Doña Virginia la gritó cruelmente delante de Axel. Por un momento, Jessica cruzó la mirada con el hombre y enrojeció de vergüenza. Aunque él tampoco era amable, ella aún no dejaba de sentir aquella admiración que le había profesado desde que era una adolescente.
Toda su vida había soñado con conocerlo, pero jamás se imaginó que sería en estas circunstancias.
—¿Y usted que está haciendo allí? —dijo Érica un lunes en la mañana cuando Jessica se había detenido un momento tras el cristal que separaba la parte de atrás de la sala con la piscina—. Ah, ya veo —Érica miró a Axel, quien estaba haciendo unas flexiones bajo pleno rayo de sol—. Ni lo sueñe, mijita. Un hombre de esos jamás, jamás, jamaaaas se fijaría en una mujer como usted.
—No lo estaba viendo —respondió Jessica controlando su rubor—. Solo espero a que termine para llevarle su limonada.
—Sí, como no —se rio Érica sin quitar la mirada de Axel—. Está como bueno, ¿verdad? Quizá después de todo, decida darle una oportunidad. No ha parado de mirarme desde que llegó.
Jessica rodó los ojos.
—Sí, claro —dijo incrédula.
—Sabe, ¿qué? Quizá hasta me case con él —Érica se mordió el labio inferior—, y lo primero que voy a hacer cuando sea la dueña de esta mansión, será echar a todas esas mujeres sin clase que trabajan aquí y contratar a otras que al menos sean bonitas.
—Siga soñando, muñequita plástica.
—Sí, yo sé que la envidia la carcome, Jessica —se burló Érica—. Debe ser muy triste desear algo que nunca podrá tener. Por lo menos las otras sirvientas, aquellas que usted tiene por amigas, tienen un poquito de educación. Quizá si se lo proponen, con mucho esfuerzo y cirugías consigan que Axel las mire, pero usted Jessica —Érica la miró de arriba abajo, negando con la cabeza— un hombre como Axel no la voltearía a ver ni para escupirla.
Jessica se marchó de allí antes de que pudiera perder el control, pero lo peor de todo era que Érica podría tener razón. A menudo Jessica evitaba verse en el espejo porque cada vez que lo hacía rechazaba la imagen ante sus ojos. Siempre soñó con ser una estrella y vivía fantaseando con ello, pero en el fondo sabía que nunca lo lograría.
—Pero tampoco soy tan fea —se dijo ante el espejo del baño, intentando darse ánimos—. No tengo unos ojos que destaquen, pero soy alta. Solo tengo que engordar un poquito más y arreglarme, y usar un bonito vestido, y maquillaje.
No era la primera vez que se prometía mejorar su apariencia sin haberlo logrado, pero esta ocasión era diferente porque tenía una gran motivación en casa, y a lo mejor Axel se fijara en ella. Por supuesto que nunca de manera sentimental, pero al menos la respetaría y la trataría con amabilidad.
Y hasta puede que llegue a gustarle pensó, bromeando consigo misma.
Pero guardaba esa esperanza muy en el fondo de su corazón, la cual rápidamente empezó a desvanecerse cuando tres días después conoció a la novia del cantante. Ella era una mujer esbelta, de larga cabellera y un perfume delicioso.
—Dígale a Axel que estoy aquí, por favor —dijo ella después de presentarse como Cristina.
—Claro —respondió Jessica en el mismo tono amable, tras indicarle que tomara asiento en uno de los sofás de la sala—, enseguida se lo llamo.
Mientras Jessica ascendía las escaleras principales, miró de reojo a la mujer y la comparó con ella misma.
Olvídalo, Jessica se dijo así misma con resignación, tendrías que nacer de nuevo para convertirte en una mujer como aquella.
—Su novia está esperándolo abajo en la sala, joven —informó Jessica una vez se reunió con Axel—. ¿Le digo que suba?—No me diga “joven”, Jessica.—Pero, es por respeto.—Dígame “señor” —indicó Axel—. Y sí, dígale a Cristina que en cuanto termine mi rutina de ejercicio bajo a verla.—Sí, señor.El aire en el gimnasio personal estaba impregnado con el olor de Axel, y Jessica apartó la mirada del atlético hombre cubierto de sudor. No solo le bastaba con tener un rostro envidiable, también estaba marcado en todas partes, sin una gota de grasa en su torso salpicado con una ligera capa de vello.—Mejor dígale que la espero en mi habitación —dijo Axel, dejando la barra de pesas en su lugar—. ¿Mamá está en casa?—No, ella salió.—Muy bien —Axel tomó una toalla para secarse el sudor del rostro y Jessica observó la atractiva forma como sus músculos ondeaban—. No me pase llamadas ni mensajes en los próximos cuarenta y cinco minutos… nada de interrupciones.—Como ordene… Señor.La afortunada muje
Axel conocía perfectamente a Mónica como para saber que ella nunca lo perdonaría y él no estaba dispuesto a rogarle. En cuanto su madre llegó a casa fue a encontrarse con ella en el despacho.—Tenías razón —dijo, sentándose en frente al escritorio de Virginia—. Mónica terminó conmigo.Omitió darle detalles y por fortuna ella no lo interrogó al respecto, solo sonrió y deslizó un paquete de documentos hacia él.—Menos mal que ya no tendremos que preocuparnos por perder nuestra herencia —dijo Virginia—. Con mi abogado hemos estado estudiando el caso y por fin hayamos una forma de que toda la fortuna de la vie… mi hermana Raquel pase a nuestras manos. Jessica solo debe colocar unas cuantas firmas y huellas. Iré ahora a mismo a disuadirla para que lo hagaAxel exhaló con alivio ante la buena noticia. Por un momento, casi se había hecho con la absurda idea de que saldría con su empleada de servicio, acabando con la poca reputación que le quedaba.—Déjamelo a mí, mamá —dijo tomando los docum
Una vez más, Jessica se dispuso a hacer las maletas, segura de que en esta ocasión no había marcha atrás. Apenas Axel le contara a su madre la forma como Pol lo había tratado, la mujer no dudaría en despedirla. —Mamá, yo no quería que nos despidieran —Pol intentaba disculparse, pero Jessica lo ignoró olímpicamente, enfurecida—. Ibas a firmar algo sin leer y tuve que intervenir. Lo que dije acerca de la tía Raquel es verdad y estoy seguro de que ese tipo quería engañarte, él y su madre… —Basta —Jessica se dirigió a Pol con desdén—. Basta de pensar que porque no fui a la escuela soy tonta. Yo sé lo que hago, Pol, y no necesito de tu ayuda. Axel iba a subirnos el sueldo con el cual habríamos empezado a gozar de una mejor vida y tú lo impediste. —Pero… —Pero nada. Ve y empaca tu maleta, antes de que nos saquen a patadas. —Yo solo… —La voz de Pol se quebró— quería ayudar. El chico no pudo controlar las lágrimas de arrepentimiento y desolación, y en aquel momento Jessica recordó que s
Jessica se apresuró a dejar todo listo para tener el tiempo suficiente de arreglarse para la cita, pero justo cuando iba atravesando el pasillo rumbo a su habitación se dio cuenta de que no tenía ropa decente que ponerse. El mejor de sus atuendos siempre fue el uniforme de sirvienta que vestía y los otros dos que tenía de repuesto. Aquel vestido azul que usaba para ir a las reuniones de Pol en la escuela ya estaba muy desgastado.—Mirna —llamó a la mucama con quien se topó en el pasillo—. Usted podría hacerme un favor.—Claro, Jess, si no es de plata porque estoy ilíquida.—No, no se trata de eso —Jessica dudó por un segundo. Mirna y ella tenían un cuerpo y una forma de vestir muy diferente—. Usted me puede prestar algo de ropa —se decidió—, es que tengo una cita esta noche y no hay nada decente en mi armario.—¿Una cita con un hombre?—Sí.Su amiga se mostró sorprendida y alegre ante la noticia. La cogió de la mano y tiró de ella, dirigiéndola a su habitación. Jessica quería omitir d
—No entiendo, ¿qué pasa por tu cabeza? —Riñó Virginia a su hijo—. ¿Cómo te fuiste a enredar con el ama de llaves?—Ya te dije que no es nada serio —Axel apuró su copa de vino blanco—. Solo me pareció una mujer interesante y quise darme la oportunidad. Además, Natalia no es una simple ama de llaves. Sus padres son ricos, con clase. Ella solo está pasando por una difícil situación.La charla continuó mientras disfrutaban de su almuerzo en el Tablón de San Bernardo, uno de los restaurantes más lujosos de la ciudad.—¿Cuándo piensas hacer que esa mujer firme los papeles? —Dijo Virginia después, refiriéndose a Jessica—. No puedes distraerte, Antonio. En donde la sirvienta se llegue a enterar de lo que está pasando, vamos a quedar en sus manos.Axel no respondió y Virginia lo miró con sospecha.—Me gustaría enfocarme en mi carrera —dijo después—. Podría hacer la misma fortuna que nos dejó la tía Raquel.—¿Y dejarle todo a la sirvienta? Ni lo sueñes.Después de los pocos días que había convi
No podía ser cierto… Esa mujer estaba mintiendo. Jessica deseó que se tratara solo de una pesadilla. Esto era lo último que se imaginó que alguna vez llegaría a pasarle. Con un gran esfuerzo, se obligó a contener la calma y escuchó lo que la mujer tenía para decirle: Eva había dado a luz a su hijo en Francia, pero sus padres jamás lo aceptaron. Aunque en aquel tiempo ella tenía veinte años, aún no era libre de tomar sus propias decisiones. Estaban en juego fortunas y el buen nombre de dos familias por cuya historia Jessica no se interesó mucho. —Escapé de casa con ayuda de mi hegmana mayog —conitinuó Eva con su relato—, pego los hombres de mi padre no tagdaron en encontragnos. Sabía que tenían ogdenes de acabag con la vida de mi hijo, así que me enfrenté a ellos mientras mi hegmana y Hadrien escapaban. Hadrien era el nombre que Eva había puesto a Pol. Ella aclaró a Jessica unos cuantos datos más y prosiguió: —Cuando Sophie se encontraba en el avión, los hombres la alcanzagon. Ella
Jessica lo miró sin entender. —Me refiero a la historia que me contaste —repuso Axel con los ojos fijos en los de ella—. Me dijiste que habías tenido a Pol cuando eras muy joven, pero no es verdad. Tú lo adoptaste y causa de él pasaste dificultades. Jessica se volvió para contemplar el agua azul de la fuente y guardó silencio por un momento. Nunca le dijo a nadie la verdad y se prometió que sería un secreto que se llevaría a la tumba, pero debido a las circunstancias era una promesa que ya no podría cumplir. —Yo… lo encontré —dijo Jessica al cabo de un tiempo—. Aquella tarde caminaba de vuelta a casa del colegio. Había unas chicas quienes me molestaban y tomé un atajo a través de un callejón… escuché el llanto de un bebé y lo hallé entre las bolsas de la basura. La lluvia caía a cántaros y los truenos retumbaban en el cielo. Jessica tenía mucho miedo de regresar a casa porque sabía que aquellas chicas la estarían esperando para golpearla. Jessica estaba cansada de los continuos a
Jessica se sentó a un extremo de su cama y a través de la ventana contempló la noche henchida de estrellas. Estaba luchando contra el arrepentimiento que pugnaba por embargarla. A lo mejor, no debió decirle todo aquello a Axel, no era necesario. Pero necesitaba compartir su peso con alguien y él estaba allí con sus ojos y voz que le dieron confianza. Llamaron a la puerta de su habitación y fue a abrir para encontrarse con Pol. El chico estaba preocupado porque la veía triste, pero Jessica le hizo saber que no era nada. Fingió estar solo un poco cansada. —¿Y a qué venía aquella señora? —Preguntó Pol después. —Quería saber la disponibilidad que tenías para viajar a otro país —contestó Jessica—. Si aceptas, es muy seguro que vayas. —¿Y tú irías conmigo? —A lo mejor pueda hacerlo. Pol le dio una pequeña sonrisa y en aquel momento, Jessica tuvo la intención de contarle toda la verdad. Después de todo, tarde o temprano se enteraría, pero no tuvo la suficiente fuerza de voluntad para ha