58.

Lo había matado.

Había matado a un hombre.

Podía verlo ahí en el suelo, con los ojos abiertos clavados en los míos, juzgándome. Su alma ya había escapado de su cuerpo, pero su cuerpo inmóvil, que comenzaba a enfriarse porque ya no tenía un corazón, me observaba. Me juzgaba. Yo sabía que era lo que hacía.

Lancé un grito de terror, apretando con fuerza mis puños. La fuerza del hielo en mi pecho se concentró aún más, pero ya no quería dejarla escapar. Seguramente mataría a alguien más.

No fue como cuando maté a los cazadores. Ellos me estaban atacando, sin importar que yo había ido a buscarlos en busca de venganza. En ese momento había pensado en mi rabia, pero ellos me atacaron. Fue en defensa propia. Solamente creé hielo a su alrededor y, lamentablemente, murieron congelados.

Pero esto era diferente.

Había desviado el poder del hielo hacia mis manos.

Había apuntado con mi dedo hacia el pecho del hombre.

Tal vez en el fondo yo sabía lo que iba a pasar.

Tal vez en el fondo yo sabía que l
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