Cuando Carol regresó a la universidad se enteró de los últimos pormenores con respecto a Julián. Los chismes no tardaron en llegar a sus oídos y, contrario a lo que había esperado, nadie la señaló por las fotos íntimas que habían sido publicadas. Al parecer el asunto había sido silenciado por alguien con el poder suficiente como para ordenar que no se tocará ese tema nunca más. Y la única persona con ese poder que conocía era Gustavo.El mismo Gustavo, al que había informado sobre su embarazo hacía más de tres meses y el mismo que aún no la había contactado.En otro lugar, la habitación se llenó de tensión cuando Adeline le exigió a su hermano que dejara de autocompadecerse y asumiera sus responsabilidades. —Me gusta estar a cargo de la empresa, no lo voy a negar, pero no podré hacerlo más —le anunció esa mañana con el deseo de presionarlo y hacerlo recuperar su productividad—. Así que ahora te toca a ti, hermano. Es tu turno de hacerlo.—Buen intento —sonrió cínicamente, mientras se
Susana comenzó a masajear sus pechos ante la atenta mirada de su jefe. Anhelaba escuchar palabras lascivas de esos labios masculinos y ardientes. Sin embargo, nada de eso sucedió. —Vístete inmediatamente. Gustavo apartó la mirada con hastío y murmuró una maldición, que Susana no supo exactamente a quién iba dirigida. —Señor, pero…—Recoge tus porquerías y ni te atrevas a presentarte mañana. Está de más decir que estás despedida —soltó, dejando a la mujer sorprendida. Evidentemente, Susana no se esperaba este tipo de reacción, por lo que recogió su ropa rápidamente y salió corriendo lejos de esa oficina. La mujer lloraba luego de haber sufrido una de las peores humillaciones de toda su vida. «¿Qué le pasaba a este hombre?», pensó, mientras corría lejos de esas cuatro paredes. «¿Acaso era gay?», fue lo único que se le ocurrió para justificar su rechazo y para sentirse un poco mejor consigo misma.Pero Gustavo no era gay. Desde luego que no. Sin embargo, no lograba entender por qué
“Es tuyo, ¿no?”Cuando Gustavo quedó solo en su oficina, cayó en cuenta del peso de esa última interrogante planteada por su hermana. La posibilidad de que esa criatura no fuese su hijo era alta. Después de todo, tenía meses sin ver a Carol y recordaba haberla visto en compañía de otro hombre que se mostraba demasiado cercano para tratarse de un simple extraño.Ante este hecho, Gustavo enfureció, lanzando todas las cosas que se encontraban sobre su escritorio. No quedó nada en pie. Todo fue arrojado al suelo con una fuerza descomunal. Odiaba la posibilidad de que Carol estuviese esperando el hijo de otro. La nueva secretaria no tardó en entrar a la oficina atraída por el fuerte ruido, rápidamente se horrorizó ante la escena que estaba presenciando. —Llamaré al personal de limpieza —dijo la mujer, perdiéndose por la puerta antes de ser víctima también de su malhumor. Horas más tarde, Gustavo se encontraba de vuelta en aquel lugar, aquel lugar donde empezó su más reciente pesadilla.
La comunicación entre Gustavo y Carol comenzó a restablecerse poco a poco. El intercambio de palabras seguía siendo frío y cortante entre ambos, únicamente se decían las cosas más importantes, como por ejemplo: cómo marchaba el embarazo, la fecha prevista para el parto y otros temas relacionados con los gastos.Todos estos asuntos eran tratados por vía telefónica, así que básicamente las semanas siguieron transcurriendo sin que llegarán a verse. Pero había algo que Carol desconocía, y eso era que desde el mismo instante en que Gustavo confirmó su embarazo había decidido contratar a varios hombres para que la siguieran a todas partes, esto con la finalidad de protegerla. —¿Y qué es lo se supone que debe hablar conmigo? —preguntó Mattia, mostrándose reacio ante la inesperada invitación de ese sujeto. —Sé que es usted quien paga la clínica y todos los gastos relacionados con el embarazo de Carol —Gustavo fue directo al punto.Mattia puso su expresión más escéptica y luego Gustavo exte
Carol había querido comunicarse con Gustavo luego de la conversación con Adeline, pero no sabía cómo tocar ese duro corazón. Amaba a Gustavo, pero había momentos en los que su frialdad la dejaban desarmada, y no quería volver a ser víctima de sus crueles palabras. Estaba segura de que, en su estado, su rechazo le dolería demasiado. Así que decidió darle tiempo al tiempo. Pero el tiempo era implacable en ocasiones. —Gustavo —gimió Carol, a través del teléfono. —¿Qué pasa, Carol? ¿Qué ocurre?—la voz preocupada del hombre no se hizo esperar. —E-es hora —anunció la joven, apoyándose de la pared, mientras sentía un dolor intenso que la atravesaba desde la parte baja de su abdomen. —Bien, no te preocupes. Mis hombres te llevarán al hospital —habló con confianza, transmitiéndole la seguridad que tanto necesitaba. Sin embargo, Carol no entendió su último señalamiento. «¿Sus hombres la llevarían? ¿Cuáles hombres?», pensó confundida. Y mientras ella reflexionaba sobre esto,
Carol abrió la puerta de la habitación sintiendo una mezcla de emoción y curiosidad. Sus ojos inmediatamente se llenaron de lágrimas al ver el hermoso lugar que había sido preparado para su bebé. Sophie se adelantó y entró corriendo, mientras señalaba todo a su alrededor, abriendo sus bracitos preguntó: —¿Te gusta?—sus ojitos se iluminaron. —Me encanta —reconoció Carol. Se había mostrado escéptica ante la idea de mudarse por unos meses a la mansión Cooper, pero luego de la insistencia de la pequeña Sophie de querer tener cerca a su hermanito, no pudo hacer otra cosa que rendirse. Gustavo, aunque no se lo había pedido directamente, era evidente que estaba detrás de todo esto; pensó, al detallar mejor el lugar. La habitación estaba pintada de un suave color azul, creando un ambiente cálido y acogedor. En el centro, se encontraba una cunita de madera blanca con delicados detalles tallados. La cuna estaba vestida con sábanas de algodón suave y una manta tejida a mano por su madre.A
Gustavo quiso alejarse por la fuerza, pero nuevamente el hecho de estar atado a una silla de ruedas lo dejó en clara desventaja y eso lo hizo sentir muy enojado. Carol notando esto lo soltó rápidamente, suplicando: —Por favor, solo escúchame. El hombre no dijo nada, pero Carol supo que esta era su oportunidad de oro. No le daría ninguna otra. —Yo sé que es difícil para ti entenderlo, realmente no pretendía que las cosas entre nosotros se tornarán tan complicadas. Pero más allá del contrato y de todo lo que pasó entre los dos, yo me enamore de ti, Gustavo —confesó con la mano en el corazón y los ojos rebosantes de lágrimas. —No digas esas palabras, Carol —contestó él apartando la mirada. —¿Por qué no?—se acercó un poco más—. Es lo que siento, Gustavo. No estoy esperando que me correspondas si es lo que te preocupa —dijo lo último, sintiendo un poco de tristeza ante la posibilidad de no ser correspondida nunca—. Pero el amor es así, irracional. No puedo mandar en mi corazón ni en
Cuatro años después… El césped verde y bien cuidado se extendía como alfombra bajo sus pies descalzos. Carol, con una gran sonrisa, no dejaba de perseguir a sus hijos, mientras estos corrían entre risas, cada vez más rápido. Sus cabellos ondeaban al viento, mientras las carcajadas eran el único sonido que imperaba muchos kilómetros a la redonda. En la puerta corrediza que daba al jardín, se encontraba Gustavo, viendo a su mujer y sus hijos extender sus piernas libremente, sin ningún tipo de ataduras. Sería tonto si dijera que no sentía el deseo de también pararse y perseguirlos, porque la verdad era que sí lo sentía. Quería correr al igual que ellos, alcanzarlos, jugar como lo haría cualquier padre con sus hijos. Quería ser más que un espectador en momentos como estos. —¡Carol! —llamó a la mujer, haciendo que su rostro se girará con una gran sonrisa. —¡Oh, amor, estás ahí!—corrió hacia él. Gustavo le regaló una mirada dura y entonces Carol detuvo sus movimientos, transformán