La ceremonia de graduación llega a su fin con aquel gesto simbólico que todos hemos esperado: siguiendo la indicación de la rectora, desplazamos el hilo de nuestros birretes de un lado a otro. Es un movimiento pequeño, pero su significado es enorme; es el punto final a estos años de esfuerzo, dedicación y crecimiento. Las luces del anfiteatro brillan con más intensidad, como si la sala entera se llenara de una energía vibrante. —¡Felicidades a todos los nuevos egresados de negocios! —anuncia la rectora con un orgullo evidente en su rostro. Al instante, se desata una explosión de júbilo cuando todos lanzamos nuestros birretes al aire en un movimiento sincronizado. El cielo se llena de pequeños trozos de tela negra y, por un momento, parece que estamos suspendidos en un espacio de pura celebración y libertad. El anfiteatro se llena de risas y felicitaciones. Nos abrazamos, compartimos sonrisas, y me giro para buscar a Giovanni. Nuestras miradas se encuentran, y antes de que pueda pensa
Tal vez este día no sea exactamente como lo imaginé, pero sí se siente justo como quería: estoy rodeada de mis padres y mis amigos, con esa sensación de logro en el pecho y una alegría que me llena por completo. Una alegría que debería haber sentido en el podio, pero que no apareció hasta después del discurso de Giovanni, que me emocionó como si las palabras fueran mías. Ahora, me encuentro caminando hacia la entrada de un restaurante que destaca por su elegancia, junto a mis padres, Danna y su madre, y con Giovanni, que viene caminando atrás del grupo. Y es que, antes de salir de la universidad, mi padre le preguntó a Giovanni por su familia y él le respondió con franqueza, que sus padres murieron en un accidente aéreo y que su tío es demasiado ocupado como para perder su «valioso tiempo» en la graduación de su sobrino. Ver la sinceridad en sus ojos de seguro hizo que a mi padre se le revolvieran los sentimientos, y no dudó en invitarlo a unirse a nuestro almuerzo. La madre de Danna,
La discoteca está en su máximo esplendor, un lugar vibrante y lleno de energía que parece sacado de una película de Jhon Travolta. Las luces giratorias bañan el espacio en tonos rojos, verdes, amarillos y azules, mientras la bola de disco en el centro del techo proyecta destellos de luz que danzan por las paredes y el suelo. Sobre los sofás de cuero y las mesas se han colocado abrigos que han quedado relegados allí, olvidados por un rato, ya que dentro de este lugar reina un calor que es casi imposible de conseguir en una noche tan helada como lo es afuera.«Funky Town» de Lipps Inc. resuena con fuerza a través de los altavoces, una melodía pegajosa que invita a moverse. Bárbara, siempre la más animada del grupo, comienza a mover las caderas al ritmo de la música apenas ponen un pie dentro, y Danna, siguiéndole el ritmo, se une a ella con risas y movimientos exagerados que hacen que varios volteen a mirarlas. Giovanni y yo no podemos evitar sonreír, contagiados por la alegría de las ch
Un manto de tensión se teje alrededor de nuestra mesa, y todos fingimos que no pasa nada, moviéndonos al ritmo de My Prerogative. Giovanni asiente al compás, mientras Bárbara se mece de izquierda a derecha, simulando estar despreocupada mientras contempla la zona VIP al otro extremo de la disco. Yo, de pie junto a la silla, meneo mis caderas sutilmente, intentando distraer mi mente con la música de fondo. Frunzo el ceño al ver que un chico regordete pasa torpemente tras la espalda de Danna, provocando que choque de frente con Bárbara. Mi rostro cambia drásticamente al notar lo que sigue: una situación extrañamente incómoda y, al mismo tiempo, cargada de una química inesperada. Los ojos de ambas chicas se conectan brevemente, pero se desvían rápidamente, solo para enfocarse en los labios de la otra. La música contribuye a la atmósfera cargada de seducción. Bárbara sonríe con una coquetería abierta, mientras que Danna, ligeramente sonrojada, parece atrapada entre la sorpresa y el deseo.
El veinticuatro de diciembre amanece lentamente, y la luz tenue del sol se filtra entre las cortinas. Abro los ojos y siento la calidez del cuerpo de Giovanni junto al mío. No quiero moverme. Su respiración profunda me calma. En el momento que abre sus ojos, se percata de que le he estado observado. Me acaricia la mejilla y me sonríe con esa mirada adormilada que me derrite.— Buongiorno, bella —murmura, su voz aún ronca.—Buenos días —respondo con una sonrisa.Él suspira y, de repente, se incorpora. Sé que tiene algo que decirme antes de que lo haga.—Devo partire temprano. Hoy Quiero tener tutto listo para la primera Navidad con mio bambino.Me quedo en silencio por un instante, observándolo mientras se sienta al borde de la cama y se despereza lentamente, estirando los brazos hacia el techo. Luego, pasa una mano por su cabello, despeinándolo aún más, como si intentara sacudirse el sueño por completo, y se levanta con esa elegancia natural que tiene, dirigiéndose al baño sin prisa.
Patric me toma de la mano, conduciéndome hacia su grupo de amigos. Mientras nos acercamos, puedo sentir la mirada de algunos de ellos sobre mí, curiosos, evaluándome como la «nueva novia» del chico millonario. Las sonrisas que me lanzan son cordiales y educadas, y cada uno me saluda con naturalidad, extendiendo la mano como si yo fuera una más del círculo. Entre ellos, está él. Trigueño, ojos cafés. Su sonrisa tiene un matiz diferente, una mezcla de burla y cinismo que me resulta tan familiar. Claro, él sabe quién soy, o al menos, quién fui. Nos hemos visto antes... hasta desnudos, de hecho. —¡Stephania, qué gusto conocerte! —exclama con un tono que sólo yo puedo descifrar, y extiende su mano con una sonrisa que casi me provoca náuseas. Me esfuerzo por mantener la calma. No puedo dejar que esto me afecte. Le devuelvo la sonrisa como si fuera la primera vez que lo veo en mi vida, como si no supiera nada de él. —El placer es mío —le respondo, fingiendo una naturalidad que no siento,
El desgraciado frente a mí espera que sucumba a su chantaje, pero no puedo permitirlo. No después de lo bien que me ha tratado Patric, uno de los pocos hombres que ha demostrado ser decente. No voy a dejar que lo humillen por mis vivencias del pasado. Mi mente corre buscando una solución. Respiro profundo y, con calma, le digo: —No voy a entrar al baño contigo, no voy a caer en tu jueguito sucio. Tampoco voy a permitir que dejes en ridículo a Patric frente a todos. El trigueño levanta una ceja, su sonrisa burlona se ensancha. Cree que tiene todo bajo control. —¿Y cómo piensas evitarlo? —me dice en tono desafiante, acercándose un paso más—. Unas pocas palabras de mi parte, y tu perfecto disfraz se cae a pedazos. Solo pido un pequeño favor, cariño. No me hagas la noche difícil. Este tipo no va a ceder solo porque le pida que me deje en paz. No es de los que se compadecen de su prójimo. Entonces, debo usar las cartas que tengo, aunque no sea mi estilo. A veces, las palabras que uno n
La luz invernal se cuela suavemente a través de los altos ventanales de mi habitación, acariciando las sábanas de esta cama que se siente tan suave y reconfortante. Es mi primera Navidad despertando en un lugar así, aunque otra más en la que despierto sola, rodeada de una calma absoluta... Oh, vaya... De pronto, un pensamiento a empezado cruzar por mi mente: ¿Cuánto tiempo pasará hasta que mis navidades estén llenas de risas infantiles, de la alegría de un par de niños saltando emocionados sobre el colchón de mi cama? Mis futuros hijos... No es algo en lo que suela detenerme, pero hoy, en esta soledad, me pregunto cómo se sentiría ser madre, tener pequeños ansiosos de abrir regalos al pie del árbol de Navidad. Esa idea maternal, que rara vez aflora en mí, empieza a agitarse dentro de mi ser, y me asusta. Mi vida es demasiado oscura para pensar en niños... ¡Mierda! No puedo permitirme deprimir hoy... ¡No hoy! Me levanto de la cama y me dirijo al baño, buscando en el agua caliente un a