El aroma del café aún flota en el aire mientras Bárbara me acompaña a desayunar en la mesa de la isleta de la cocina. Ella lleva una camiseta holgada y un par de pantalones deportivos que parecen más míos que suyos, pero su expresión, a pesar de estar relajada en apariencia, muestra rastros de inquietud.—¿Intentamos llamar otra vez? —pregunta de repente, dejando su taza a un lado.No necesito que me aclare a quién se refiere. Danna ha estado ausente en nuestras vidas desde hace más de veinte días, y ambas estamos igual de preocupadas. Asiento, limpiándome las manos en una servilleta antes de levantarme para tomar el teléfono que está sobre la mesita de la sala.Marco el número de la mansión Hikari, sintiendo un ligero nudo en el estómago mientras espero a que alguien conteste. No pasa mucho tiempo antes de que una voz femenina y educada responda del otro lado.—Mansión Hikari, buenos días.—Hola, buenos días. Estoy tratando de comunicarme con Danna —digo, enredando el cordón del telé
El placer humano es un enigma fascinante. Es increíblemente diverso, subjetivo, único para cada persona. Algunos lo encuentran en los sabores de una comida exótica, otros en la adrenalina de un deporte extremo o en el roce delicado de una caricia. El placer puede estar en un beso robado, en esa música que nos eriza la piel o incluso en el silencio de un amanecer.Mientras estoy aquí, frente a Gabriel, no puedo evitar pensar en lo que me confesó hace un momento. Su voz temblorosa aún resuena en mi mente: «El sexo para mí es una tortura». Fue tan valiente al decirlo. La mayoría de los hombres no se atreverían ni a pensarlo, mucho menos a compartirlo.Lo miro. Está de pie junto al ventanal, sosteniendo su vaso de licor, con la mirada perdida en el horizonte de Londres. Su silueta imponente parece indestructible, pero ahora sé que incluso alguien tan fuerte como él lleva sus propias cicatrices.—Gabriel —le digo suavemente, rompiendo el silencio.Él gira apenas el rostro hacia mí, sus ojos
El almuerzo transcurre en una atmósfera agradable, pero mientras sostengo mi copa de vino, no puedo evitar que mi mente divague hacia lo extraño de la negativa de Gabriel a que visite a Danna. Sus razones, o la falta de ellas, me parecen un rompecabezas incompleto. No es propio de él esquivar situaciones complicadas, mucho menos si se trata de algo tan simple como ayudarme a ver a una amiga.Decido abordarlo directamente.—No entiendo por qué no te parece buena idea.Él levanta la mirada de su copa, su expresión es tranquila, pero sus ojos reflejan cierta incomodidad.—Es complicado.No puedo evitar fruncir el ceño.—¿Complicado por qué? No tiene sentido que no pueda ir a visitarla. Soy su amiga.Él suspira, deja la copa a un lado y se recuesta en la silla como si se preparara para una conversación larga.—No es que no quiera que la veas, Miriam, pero la Mansión Hikari no es... no es el mejor lugar para recibir visitas.—¿Por qué no? —insisto, cruzando los brazos.Él duda por un momen
Estoy sola con Gabriel en el salón de billar. La puerta se ha cerrado tras Danna, y el ambiente parece transformarse, como si una corriente invisible fluyera entre nosotros, una energía que me ata a él, manteniéndome anclada a este instante, robándole las palabras a cualquier despedida que pudiera brotar de mis labios. Camino hacia la mesa de billar, dejando que mis dedos rocen la superficie de terciopelo verde, y comienzo a mover las bolas bajo las palmas de mis manos, sintiendo su frialdad lisa mientras intento disimular el peso de su mirada en mí.—Gracias por traerme. —Mi tono es sincero, con un matiz de calidez que no puedo evitar.Él se queda de pie cerca de la puerta, con las manos en los bolsillos de su pantalón. Me lanza una mirada cómplice y arquea una ceja.—Deberías sentirte privilegiada. Eres la primera colaboradora que traigo a esta casa.Me río, sorprendida y divertida a la vez.—¡Oh, vaya! Me siento tan importante, como si fuera la primera novia que un chico trae a cas
Yonel se levanta del suelo con una mano en la mandíbula, claramente afectado por el golpe que Gabriel le ha propinado. Su mirada, una mezcla de furia y orgullo herido, recorre la habitación antes de posarse en su hermano. Se sacude el polvo de la ropa con movimientos deliberados, como si intentara recuperar algo de la dignidad perdida. —¿Así es como decides defenderla? —pregunta con una sonrisa cínica, su voz impregnada de veneno—. Siempre el héroe, ¿no? Qué predecible, Gabriel. Gabriel permanece entre Yonel y yo, su postura firme y protectora. Su mirada no se desvía ni un segundo del hombre frente a él. Hay algo implacable en su expresión, un aviso silencioso de que no tolerará más provocaciones. —No vuelvas a tocarla. —La voz de Gabriel es baja, pero tiene un peso que llena la habitación. No es una simple advertencia; es una orden. Yonel da un paso hacia adelante, su sonrisa creciendo como un desafío. Sin embargo, el brillo en sus ojos delata su frustración. Su semblante cambia
Es sábado por la mañana y el sol invernal apenas comienza a filtrarse por las persianas de mi apartamento. El sonido suave de la respiración de Bárbara me recuerda que no estoy sola. Llegó anoche, llena de energía y con una sonrisa que no pudo borrar ni siquiera el sueño. La emoción de ver a Danna la tiene flotando, y es imposible no contagiarme un poco de su entusiasmo.Nos levantamos temprano, preparando todo para el día. Mientras nos alistamos, Bárbara no para de hablar de Danna: de lo inteligente que es, de su sonrisa, de lo mucho que extraña oír su voz y de todas las cosas que siente por ella. Se le nota lo enamorada que está, y aunque intento enfocarme en buscar el bloqueador y mi vestido de baño, su felicidad me arranca más de una sonrisa. Antes, escuchar a alguien hablar con tanta pasión por alguien de su mismo sexo me habría resultado incómodo, pero ahora, ya no siento ni asco ni repulsión. Es amor, simplemente eso, y verlo tan claro en Bárbara me hace comprenderlo.Cuando es
La tarde avanza y seguimos disfrutando del ambiente relajado junto a la piscina. Las risas de Danna y Bárbara resuenan mientras chapotean en el agua, ambas apartadas del grupo, compartiendo anécdotas y bromas como si no hubiera preocupaciones en el mundo. Yo estoy sentada en la tumbona, a un lado de Murgos, disfrutando del calor que envuelve el área social. Observo cómo el agua refleja destellos de luz en el techo mientras me giro hacia ella con una sonrisa curiosa.—Así que… ¿próximamente exesposa? —pregunto con un tono casual, como si realmente no supiera nada del proceso de divorcio.Murgos mantiene su mirada fija en mí, sus ojos brillan con una mezcla de desdén y algo más que no logro descifrar del todo. Se recuesta en la tumbona, acomodándose con elegancia.—Eso parece —responde con indiferencia, aunque noto un leve temblor en su voz.La observo en silencio, esperando ver si su fachada se rompe, pero Murgos es experta en mantener su compostura. Sin embargo, ese pequeño temblor me
Camino por los pasillos con paso firme, sintiendo la frescura del mármol bajo mis pies descalzos. La mansión está tranquila a esta hora, solo se escuchan ecos lejanos de conversaciones provenientes del área social y el suave murmullo del viento colándose por alguna ventana entreabierta. Mientras busco a Edward, mi mente divaga inevitablemente hacia Stephen y la impresión que me ha dejado. Hay algo en su presencia que resulta…agradable.Encuentro a Edward en la cocina, sentado en una de las sillas altas de la isla central. La luz cálida del atardecer resalta su perfil serio mientras permanece concentrado en un periódico que reposa sobre la encimera. Parece absorto, pero cuando me acerco, noto que no está leyendo, sino jugando con el crucigrama de la última página. Su bolígrafo se mueve lentamente, con distracción.—¿Problemas con las palabras? —pregunto con suavidad, apoyándome en la encimera.Levanta la vista, su expresión es indescifrable al principio, pero después esboza una sonrisa