Murgos me lleva casi a rastras hacia la puerta que da salida al jardín. La fuerza con la que su mano rodea mi brazo me sorprende, pero no digo nada; el brillo en sus ojos y el ceño fruncido anuncian una tormenta que no estoy segura de poder detener. Apenas cruzamos la entrada, me suelta de golpe, dándome tiempo apenas para recuperar el equilibrio.—¿Qué demonios estabas pensando, Miriam? —empieza, mirándome con un resentimiento que rara vez le había visto antes—. ¿Creías que no me iba a enterar? ¿Que podías renunciar al club y aparecer aquí, como si nada, trabajando para mi esposo?—Murgos, déjame explicarte... —trato de calmarla, pero su mirada furiosa me corta las palabras.—¿Explicarme qué? —su tono es un látigo que corta el aire—. Que dejaste el trabajo conmigo sin siquiera decirme la verdad, ¿para venir a Hikari’s y meterte en la vida de mi marido? ¿Qué clase de amiga hace eso?Amiga. La palabra me golpea como un mazo. Claro que lo éramos, o al menos eso creía. Pero ahora, con el
El aroma del café aún flota en el aire mientras Bárbara me acompaña a desayunar en la mesa de la isleta de la cocina. Ella lleva una camiseta holgada y un par de pantalones deportivos que parecen más míos que suyos, pero su expresión, a pesar de estar relajada en apariencia, muestra rastros de inquietud.—¿Intentamos llamar otra vez? —pregunta de repente, dejando su taza a un lado.No necesito que me aclare a quién se refiere. Danna ha estado ausente en nuestras vidas desde hace más de veinte días, y ambas estamos igual de preocupadas. Asiento, limpiándome las manos en una servilleta antes de levantarme para tomar el teléfono que está sobre la mesita de la sala.Marco el número de la mansión Hikari, sintiendo un ligero nudo en el estómago mientras espero a que alguien conteste. No pasa mucho tiempo antes de que una voz femenina y educada responda del otro lado.—Mansión Hikari, buenos días.—Hola, buenos días. Estoy tratando de comunicarme con Danna —digo, enredando el cordón del telé
El placer humano es un enigma fascinante. Es increíblemente diverso, subjetivo, único para cada persona. Algunos lo encuentran en los sabores de una comida exótica, otros en la adrenalina de un deporte extremo o en el roce delicado de una caricia. El placer puede estar en un beso robado, en esa música que nos eriza la piel o incluso en el silencio de un amanecer.Mientras estoy aquí, frente a Gabriel, no puedo evitar pensar en lo que me confesó hace un momento. Su voz temblorosa aún resuena en mi mente: «El sexo para mí es una tortura». Fue tan valiente al decirlo. La mayoría de los hombres no se atreverían ni a pensarlo, mucho menos a compartirlo.Lo miro. Está de pie junto al ventanal, sosteniendo su vaso de licor, con la mirada perdida en el horizonte de Londres. Su silueta imponente parece indestructible, pero ahora sé que incluso alguien tan fuerte como él lleva sus propias cicatrices.—Gabriel —le digo suavemente, rompiendo el silencio.Él gira apenas el rostro hacia mí, sus ojos
El almuerzo transcurre en una atmósfera agradable, pero mientras sostengo mi copa de vino, no puedo evitar que mi mente divague hacia lo extraño de la negativa de Gabriel a que visite a Danna. Sus razones, o la falta de ellas, me parecen un rompecabezas incompleto. No es propio de él esquivar situaciones complicadas, mucho menos si se trata de algo tan simple como ayudarme a ver a una amiga.Decido abordarlo directamente.—No entiendo por qué no te parece buena idea.Él levanta la mirada de su copa, su expresión es tranquila, pero sus ojos reflejan cierta incomodidad.—Es complicado.No puedo evitar fruncir el ceño.—¿Complicado por qué? No tiene sentido que no pueda ir a visitarla. Soy su amiga.Él suspira, deja la copa a un lado y se recuesta en la silla como si se preparara para una conversación larga.—No es que no quiera que la veas, Miriam, pero la Mansión Hikari no es... no es el mejor lugar para recibir visitas.—¿Por qué no? —insisto, cruzando los brazos.Él duda por un momen
Estoy sola con Gabriel en el salón de billar. La puerta se ha cerrado tras Danna, y el ambiente parece transformarse, como si una corriente invisible fluyera entre nosotros, una energía que me ata a él, manteniéndome anclada a este instante, robándole las palabras a cualquier despedida que pudiera brotar de mis labios. Camino hacia la mesa de billar, dejando que mis dedos rocen la superficie de terciopelo verde, y comienzo a mover las bolas bajo las palmas de mis manos, sintiendo su frialdad lisa mientras intento disimular el peso de su mirada en mí.—Gracias por traerme. —Mi tono es sincero, con un matiz de calidez que no puedo evitar.Él se queda de pie cerca de la puerta, con las manos en los bolsillos de su pantalón. Me lanza una mirada cómplice y arquea una ceja.—Deberías sentirte privilegiada. Eres la primera colaboradora que traigo a esta casa.Me río, sorprendida y divertida a la vez.—¡Oh, vaya! Me siento tan importante, como si fuera la primera novia que un chico trae a cas
Yonel se levanta del suelo con una mano en la mandíbula, claramente afectado por el golpe que Gabriel le ha propinado. Su mirada, una mezcla de furia y orgullo herido, recorre la habitación antes de posarse en su hermano. Se sacude el polvo de la ropa con movimientos deliberados, como si intentara recuperar algo de la dignidad perdida. —¿Así es como decides defenderla? —pregunta con una sonrisa cínica, su voz impregnada de veneno—. Siempre el héroe, ¿no? Qué predecible, Gabriel. Gabriel permanece entre Yonel y yo, su postura firme y protectora. Su mirada no se desvía ni un segundo del hombre frente a él. Hay algo implacable en su expresión, un aviso silencioso de que no tolerará más provocaciones. —No vuelvas a tocarla. —La voz de Gabriel es baja, pero tiene un peso que llena la habitación. No es una simple advertencia; es una orden. Yonel da un paso hacia adelante, su sonrisa creciendo como un desafío. Sin embargo, el brillo en sus ojos delata su frustración. Su semblante cambia
No recuerdo que fecha era, si era de día o de noche, no lo sé, quizás llovía y creo que hasta hacía un poco de frío… bueno, tampoco estoy segura. Lo que sí recuerdo con claridad es que ese día recibí el ultimátum que oscurecería mi vida.Recuerdo la carta deslizada debajo de la puerta y el sello de la universidad estampado en el sobre, solo eso; así que no me pregunten por el contenido, porque no lo memoricé. Mejor pregúntenme por cómo me sentí, porque aún me estoy sintiendo fatal.Cada noche, el insomnio se apodera de mí, devorando mis sueños. Me cuesta un mundo esforzarme en los estudios y concentrarme en clase; todo se ha vuelto tan difícil para mí... Hace más de dos meses que intento conseguir un pequeño préstamo, y me siento frustrada al ser rechazada en cada intento de encontrar un trabajo. Aceptaría cualquier cosa, no importa qué, necesito con urgencia algo que me ayude a pagar el alquiler de este apartamento y las cuotas atrasadas de la universidad. Si no lo logro, no podré vol
Desde aquí abajo se nota la clase de personas que ocupan el área VIP, la mayoría son hombres que visten igual de elegante que Murgos.Le regresa la mirada y la veo con un rostro pasivo. Creo que no hay manera que yo termine rechazando su propuesta. Muero por subir a aquella zona y conocer a todos esos hombres con rostro de chequera. Así que asiento a su invitación y nos ponemos en marcha.Luego de subir el último escalón del área VIP, veo a cuatro hombres rodeando una mesa que soporta varias botellas de vinos, todo visten trajes de etiqueta, zapatos excesivamente lucrados, peinados acicalados y un olor a tabaco que se mezcla con una suave y exquisita fragancias de Christian Dior.No nos sentamos con los radiantes caballeros, Murgos termina sentándose en una mesa que está distante a ellos. Yo me siento frente a ella sintiéndome un poco intrigada y desilusionada.—Creí que estabas con ellos —digo muy cerca de su oído, el escándalo del bar me obliga alzar la voz.—Sí estoy con ellos… Es