El ascensor desciende suavemente hacia la planta baja, y aunque el viaje dura apenas unos segundos, siento que el tiempo se extiende interminablemente. Edward se mantiene a mi lado, hablando con su habitual entusiasmo, pero yo apenas puedo concentrarme en sus palabras. Mi mente está atrapada en un torbellino de pensamientos, todos girando en torno a Yonel. ¿Cómo reaccionará al verme aquí? ¿Qué dirá? ¿Sabe algo Edward sobre mi vida pasada? Respiro hondo, intentando calmarme, pero el aire me parece pesado. Cuando las puertas del ascensor se abren, me encuentro ante un escenario completamente diferente. La planta de producción es imponente. El techo, altísimo, deja colgar enormes lámparas industriales que iluminan el lugar con una luz fría y blanca. Las máquinas, dispuestas en filas organizadas, producen un zumbido constante que llena el espacio. A medida que caminamos, noto el aroma distintivo que impregna el aire: una mezcla de uva fermentada y un ligero toque a alcohol que me resulta
Yonel se acerca peligrosamente, su mano intentando deslizarse bajo la tela de mi traje. El corazón me late con fuerza, pero no de miedo, sino de una furia que apenas logro controlar. Con un movimiento brusco, lo empujo hacia atrás. —¡No te atrevas! —mi voz suena más firme de lo que esperaba—. Si vuelves a tocarme, se lo diré a Gabriel. Yonel me observa con una mezcla de rabia y desprecio. Sus ojos oscuros parecen calcular cada movimiento mío, como si estuviera evaluando mis límites. Sin decir palabra, se dirige a la puerta, la abre de golpe y me indica con un gesto seco que salga. Obedezco, creyendo que me ha echado de su oficina, pero su voz, cargada de sarcasmo, me detiene. —Es hora de presentarte con los trabajadores de la planta. Mis piernas casi no quieren moverse, pero lo sigo por el pasillo que conduce a la zona principal de producción. Cuando salimos al espacio abierto, me vuelve a abrumar la magnitud del lugar. El ruido de las máquinas, el olor a uva fermentada y un tenue
El restaurante griego es un lugar encantador, una joya escondida en Shaftesbury Avenue. Desde el momento en que cruzamos la puerta, me envuelve el aroma embriagador de especias mediterráneas, aceite de oliva y pan recién horneado. Las paredes están decoradas con tonos cálidos y mosaicos que evocan paisajes de islas griegas. Sobre las mesas de madera oscura hay pequeños floreros con flores frescas, y la luz natural se filtra por grandes ventanales, creando un ambiente acogedor y relajado. Un ligero murmullo de conversación y música tradicional en el fondo completan la experiencia. Es un lugar que invita a sentarse, disfrutar y desconectarse del mundo exterior. Edward, que camina a mi lado, parece tan emocionado como yo. Hoy lo estoy conociendo realmente por primera vez. Es un hombre algo más bajo que yo, incluso sin que llevase puesto mis tacones, tiene una figura ligeramente redondeada que da un aire de calidez a su personalidad. Sus ojos achinados y oscuros, herencia evidente de su
El amanecer me encuentra en casa, sentada frente a la ventana con una taza de café humeante entre las manos. El aire fresco entra por la rendija de la ventana, pero no logra disipar la extraña sensación que se instala en mi pecho. Este sería el momento en que Bárbara llegaría con su sonrisa despreocupada y un comentario sarcástico sobre el café demasiado cargado que siempre preparo. Pero ya no está aquí. El club la consume, y no la culpo; yo misma pasé por lo mismo. Lo entiendo, pero no puedo evitar sentirme extraña sin esa rutina. Danna también está ausente. No sé nada de ella últimamente. Su risa, su manera de transformar cualquier problema en algo manejable, se siente como un recuerdo lejano. Estoy sola, y aunque trato de mantenerme ocupada, la falta de ellas hace que esta nueva vida, esta nueva rutina, pese más de lo que debería. No es solo mi trabajo lo que ha cambiado; toda mi vida lo ha hecho. Suspiro y dejo la taza sobre la mesa. Es hora de prepararme para otro día en Hikari’
Murgos me lleva casi a rastras hacia la puerta que da salida al jardín. La fuerza con la que su mano rodea mi brazo me sorprende, pero no digo nada; el brillo en sus ojos y el ceño fruncido anuncian una tormenta que no estoy segura de poder detener. Apenas cruzamos la entrada, me suelta de golpe, dándome tiempo apenas para recuperar el equilibrio.—¿Qué demonios estabas pensando, Miriam? —empieza, mirándome con un resentimiento que rara vez le había visto antes—. ¿Creías que no me iba a enterar? ¿Que podías renunciar al club y aparecer aquí, como si nada, trabajando para mi esposo?—Murgos, déjame explicarte... —trato de calmarla, pero su mirada furiosa me corta las palabras.—¿Explicarme qué? —su tono es un látigo que corta el aire—. Que dejaste el trabajo conmigo sin siquiera decirme la verdad, ¿para venir a Hikari’s y meterte en la vida de mi marido? ¿Qué clase de amiga hace eso?Amiga. La palabra me golpea como un mazo. Claro que lo éramos, o al menos eso creía. Pero ahora, con el
No recuerdo que fecha era, si era de día o de noche, no lo sé, quizás llovía y creo que hasta hacía un poco de frío… bueno, tampoco estoy segura. Lo que sí recuerdo con claridad es que ese día recibí el ultimátum que oscurecería mi vida.Recuerdo la carta deslizada debajo de la puerta y el sello de la universidad estampado en el sobre, solo eso; así que no me pregunten por el contenido, porque no lo memoricé. Mejor pregúntenme por cómo me sentí, porque aún me estoy sintiendo fatal.Cada noche, el insomnio se apodera de mí, devorando mis sueños. Me cuesta un mundo esforzarme en los estudios y concentrarme en clase; todo se ha vuelto tan difícil para mí... Hace más de dos meses que intento conseguir un pequeño préstamo, y me siento frustrada al ser rechazada en cada intento de encontrar un trabajo. Aceptaría cualquier cosa, no importa qué, necesito con urgencia algo que me ayude a pagar el alquiler de este apartamento y las cuotas atrasadas de la universidad. Si no lo logro, no podré vol
Desde aquí abajo se nota la clase de personas que ocupan el área VIP, la mayoría son hombres que visten igual de elegante que Murgos.Le regresa la mirada y la veo con un rostro pasivo. Creo que no hay manera que yo termine rechazando su propuesta. Muero por subir a aquella zona y conocer a todos esos hombres con rostro de chequera. Así que asiento a su invitación y nos ponemos en marcha.Luego de subir el último escalón del área VIP, veo a cuatro hombres rodeando una mesa que soporta varias botellas de vinos, todo visten trajes de etiqueta, zapatos excesivamente lucrados, peinados acicalados y un olor a tabaco que se mezcla con una suave y exquisita fragancias de Christian Dior.No nos sentamos con los radiantes caballeros, Murgos termina sentándose en una mesa que está distante a ellos. Yo me siento frente a ella sintiéndome un poco intrigada y desilusionada.—Creí que estabas con ellos —digo muy cerca de su oído, el escándalo del bar me obliga alzar la voz.—Sí estoy con ellos… Es
La idea de tener relaciones sexuales con un extraño no sonaba tan complicada hace una hora. Me da un poco de susto verle desprenderse del nudo de su corbata con tanta desesperación, como si se tratara de un león hambriento frente a una atemorizada cervatilla. No me extrañaría si, de repente, tirara un rugido y se lanzara sobre mí para devorarme con todo y ropa. Le veo desabrochar los botones de su camisa y librarse de su cinturón; tardo un poco en reaccionar para también empezar a hacer lo mismo, levanto la basta de mi sweater hasta quitármelo por completo y me quedo solo con el oscuro sostén strapless que cubren mis senos, dejando a aquel hombre embelesado por el tamaño de estos. Él no pierde tiempo y de un solo bajón se saca el pantalón, dejando a la vista un boxer blanco que se amolda hermosamente hasta la parte baja de su entrepierna, lo cual me roba el aliento, hace que pierda el susto y me hace rogar para que aquella bocanada de aire no sea lo único que vaya a tragarme esta noche