Carlos agarró con furia el cuello de la camisa de Sergio mientras gruñía entre dientes: —Eres un miserable.Estaba a punto de intervenir, cuando Sergio respondió con amabilidad: —¿Me llama miserable porque usted nunca fue capaz de tratar a Sara con la dedicación que yo le he mostrado?—Estos trucos baratos para impresionar chicas no funcionan con Sara —le recriminó Carlos, con la mirada encendida—. Ella odia todas estos protocolos, ¿te queda claro?Me quedé pensando en sus palabras. ¿De verdad las detestaba? Es cierto que alguna vez se lo dije, pero fue más una excusa que la verdad. Todo se limitaba a nuestro primer San Valentín como pareja: ni un detalle, ni una cena, absolutamente nada. Al día siguiente, durante un almuerzo con Miguel y los demás, la vergüenza me consumió cuando preguntaron sobre nuestra celebración. Cuando Carlos se disculpó diciendo que lo había olvidado, no me quedó más remedio que fingir que esas cosas no me importaban para evitar los comentarios. Pero, ¿qué muj
—Sé sincero, ¿te acostaste con Sara?La voz grave se coló por la rendija de la puerta, frenándome en seco justo cuando iba a entrar.Por la abertura, vi a Carlos recostado en su sillón, con los labios apretados.—Ella se me insinuó, pero no me interesa.—Vamos, Carlos, no seas tan quisquilloso. Sara es toda una belleza, muchos andan tras ella —dijo Miguel Soto, el mejor amigo de Carlos y testigo de nuestra historia de una década.—Es que la conozco demasiado, y no hay ninguna chispa entre nosotros, ¿me entiendes? —repuso Carlos con el ceño fruncido.A los catorce años me habían enviado a vivir con los Jiménez. Ahí fue que conocí a Carlos, y todos comenzaron a decir que algún día nos casaríamos.Desde entonces hemos vivido juntos, y así, entre ir y venir, se nos fueron diez años.—Claro, si trabajan en el mismo lugar, se ven las caras todo el santo día, y encima viven juntos. Seguro hasta saben cuándo el otro va al baño.Miguel soltó una risita y chasqueó la lengua.—Ya no estamos para
Carlos levantó la mirada al escucharme entrar y sus ojos se posaron inmediatamente en mi rostro. Sin necesidad de mirarme demasiado, sabía cómo me sentía.—¿Te sientes mal? —preguntó curioso, frunciendo el ceño ligeramente.En silencio, me acerqué a su escritorio. Tragando la amargura que sentía, y, con severidad, le dije:—Si no quieres casarte conmigo, puedo decírselo a Alicia, tu madre.El ceño de Carlos se arrugó aún más, comprendiendo de inmediato que había escuchado su conversación con Miguel.—Nunca pensé que en realidad me convertiría en algo tan prescindible para ti, Carlos... —añadí con un fuerte nudo en la garganta.—Para todos, ya somos prácticamente marido y mujer —me interrumpió Carlos.¿Y eso qué? ¿Se casaría conmigo solo por las apariencias? Lo que yo realmente deseaba, era que me pidiera matrimonio por amor, porque quisiera pasar su vida conmigo.Con un ligero chirrido, Carlos cerró su bolígrafo y miró los papeles del Registro Civil en mis manos.—El próximo miércoles
Estuve dándole vueltas a aquel asunto durante todo el día, sin llegar a ninguna conclusión. Cuando Carlos vino a buscarme por la tarde, aún no tenía respuesta, pero igual lo seguí.Después de diez largos años, me había acostumbrado a él y a volver a casa de los Jiménez después del trabajo. ¡La costumbre es algo bastante terrible!—¿Por qué tan callada? —preguntó Carlos en el camino, notando mi estado de ánimo al instante.—Carlos, tal vez deberíamos... —comencé a decir, tras unos segundos de silencio.No pude terminar la frase, ya que su teléfono sonó, interrumpiéndome y mostrando un número sin nombre en la pantalla del auto, tras lo cual noté cómo la mano de Carlos se tensó un poco en el volante.Estaba nervioso, y eso era algo poco común en él. Instintivamente, miré su rostro mientras él con agilidad desconectaba el altavoz del auto y se ponía el auricular. —Hola... Sí, voy para allá.La llamada fue breve. Al colgar, me miró y dijo:—Sara, tengo un asunto urgente que atender. No pod
Nunca imaginé que terminaría en la comisaría acusada de acoso. El jovencito con el que choqué apenas tenía diecisiete años, era un menor de edad, y juraba que yo había intentado propasarme con él. Aunque lo negué con insistencia, insistía en que realmente lo había tocado.—¿Dónde te tocó? —preguntó el policía con detalle.El joven, que se llamaba Alberto Hernández, me miró y señaló su pecho y luego más abajo. —Aquí y aquí... Me tocó en todas partes.«¡Mentiroso de mierda!», pensé y casi lo grito furiosa. Ni siquiera había tocado de esa manera a Carlos, que es guapísimo, ¿y ese simple mocoso creía que lo iba a manosear a él?—No lo toqué, solo choqué con él por accidente —aclaré, cuando el policía me miró.—¿Ha tomado algo de alcohol? —preguntó el oficial con una mirada un tanto insinuante.En esta sociedad, un hombre borracho es normal, pero una mujer que bebe es muy mal vista.—Sí —acepté.—¿Cuánto bebió? —insistió el policía, sin que yo entendiera muy bien qué relación tenía con lo
La mano me dolía por la fuerza con la que me sujetaba Carlos. Era evidente que estaba muy enojado.No me pude evitar preguntar si acaso estaba celoso, en el mismo momento en el que Carlos me soltó y me miró con frialdad. —Sara, ¿así es como me pagas por lo que dije? ¿Con venganza?Al escuchar esto, me quedé atónita. Realmente, no esperaba esa acusación.—No es así, yo... —intenté explicar, pero me interrumpió.—¿Dónde lo tocaste? ¿De verdad le tocaste ahí? —preguntó Carlos, con la mandíbula tensa y los ojos llenos de furia.Rara vez, lo había visto de esa manera. Definitivamente, estaba celoso. Por un momento, mi malestar se disipó un poco, al pensar que parecía que aún le importaba. Si solo me viera como una hermana o amiga, no le molestaría que tocara a otros hombres.—No lo hice —negué de nuevo.En ese momento, Alberto salió y me silbó. —Pervertida, ¿ahora estás coqueteando con mi cuñado?«Maldito mocoso», pensé. ¿Qué karma estaba pagando con él?Al ver acercarse a los hermanos, e
Una vez a salvo, tanto ella como el bebé, Beatriz fue trasladada a una habitación del hospital. Su rostro estaba pálido y demacrado, sus ojos rojos, y, con su fingida actitud, parecía realmente frágil y digna de lástima.—No te preocupes, el bebé está bien —la tranquilizó Carlos con cariño.—Carlos, tengo mucho miedo —repuso Beatriz y comenzó a llorar desconsolada.Carlos le tendió un pañuelo y, al tomarlo, Beatriz también le agarró la mano, apoyando su rostro lleno de lágrimas en el dorso.Aunque en verdad daba lástima, ¿acaso eso le daba derecho a tratar al prometido de otra como si fuera su hombre?—Beatriz, el doctor dijo que las emociones fuertes no son buenas para el bebé —dije, tras acercarme—. Apenas lograste salvarlo, si sigues llorando de esa manera podrías tener problemas de nuevo.Mientras hablaba, la sostuve con suavidad y la aparté de Carlos con sutileza.Sin embargo, al ver las lágrimas en la mano de Carlos, me sentí bastante incómoda, como si en ese momento algo mío hub
Aunque mi cuerpo no estaba completamente encendido por la pasión. Si Carlos decidía atender el teléfono o, peor aún, marcharse en ese preciso instante, sería algo profundamente humillante para mí. Observé cómo su nuez de Adán se movía con agilidad mientras rechazaba la llamada, un gesto que denotaba cierta tensión. Sin embargo, continuó besándome el cuello y la clavícula con una dedicación que parecía querer borrar cualquier duda...Pero el teléfono sonó de nuevo. Sabía que, si no contestaba, ni Carlos ni yo podríamos estar tranquilos.Giré mi rostro y le dije: —Mejor contesta.Carlos me miró con inquietud, me cubrió con una manta y salió apresurado al balcón con el teléfono.Aunque cerró la puerta corrediza, pude escuchar con claridad su voz grave.—No puedo ir... Consigue mejor una enfermera...—No dije que no te cuidaría... Sé que es mi culpa... Está bien, no llores, iré ahora mismo...Después, solo escuché el chirrido de un encendedor. Carlos estaba fumando, por primera vez dentr