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A Mariah le ha causado risa el nombre que le han puesto a las escaleras en el corazón del castillo.

“Escalinata mortal, ¡Ja!”, se mofa para sí, “¡Vaya si que está bien puesto ese nombre!”.

Y es que es cierto, porque es tan estrecha que un mal paso podría conducirte hasta el fondo del abismo que se crea dentro de la montaña.

Pero eso no es lo que la inquieta, sino la otra noticia, la desaparición de Adele en ese lugar tan peligroso.

Entonces se pregunta qué habrá pasado con ella y con los soldados que la estaban custodiando y solo esperaba a que la estuvieran llevando por otra ruta dentro del castillo, de la misma manera en que Salamanca la había conducido hasta las mazmorras.

―Pero, yo sé cómo hacer para que esa perra sucia de Adele aparezca―le dice con sorna Freya, sacándola de sus elucubraciones―porque todo el mundo sabe que es tan blandengue como su marido, Noah, y si sabe que estás en peligro, de seguro querrá venir a rescatarte―le asegura y Mariah le hace un bufido, porque es