La noche había caído al llegar las ocho de la noche, cuando Hanako vio en claro la inflexible actitud de su hija.
Todo ocurrió después de ver que había llegado a casa, acompañada de ese…hombre.
Y maldita sea su suerte si no fuese en serio ahora, aunque en sus adentros, Hanako sentía que esto ya no era un berrinc
¿Qué era lo que había pasado?La pregunta parecía reacia a alejarse de la mente de Luke en el transcurso interminable de aquellas últimas tres horas de clase. No le importaba nada más salvo esa maldita interrogante.Y lo que seguía sin entender es por qué le importaba tanto.Ya no era el hecho de que –aunque fuese de manera inconsciente- sentía que había quedado en un completo ridículo al permanecer en la cafetería, estúpidamente inmóvil después del almuerzo. Tampoco el que Jax había tomado a burla el suceso y menos importaba tanto que siendo el primer día de clases ya se había convertido en la noticia principal del cuerpo estudiantil.No, eso ya no era lo primordial en su lista de "severas preocupaciones". Ahora su interés se desviaba hacia el encabezado de "Alexa me ignora y… ¿ya no le importo?"
Alexa aun seguía meditándolo.Su casa, sus reglas. Eso era exactamente lo que había dicho su madre. Sus palabras se aferraron a su mente desde aquella noche y aunque ya hubiesen pasado horas, todavía podía escucharla con la nitidez del momento.Y su "yo" interno no ayudaba en nada. En más de una ocasión había pensado que su alter ego conspiraba en confabulación con las situaciones del destino contra ella.Ahora y para su asombro, las cosas eran distintas.Claro, tiene algo de razón. Vives en su casa, ella te mantiene. Es tu madre, después de todo…-comenzó a decirle aquel intento de sub-Alexa interna-Pero, ¿no crees que se acabaría todo esto de una vez por todas si no estuvieras allí?—Rayos…cállate —se dijo a sí misma, mascullando entre dientes como si simulara un reproche mer
—Vaya…¿Así que el polluelo abandonó el nido, eh?...no me lo esperaba, chico listo. –la voz cascada de Kizart sonaba ligeramente más hosca de lo normal.Sus ceñudos y pequeños ojos estaban fijos en la máscara de indiferencia que se proyectaba en el semblante de Santino.—No creo que el asunto sea de importancia…—dijo secamente, mientras sacaba las llaves del auto del interior de su bolsillo—¿Cómo fue que te enteraste?Ambos caminaban hacia el estacionamiento del modesto motel donde el había pasado la noche. Al cernirse las once de la mañana, su teléfono móvil timbró con la premisa de una llamada anónima. Contestó, pero la línea se cortó al instante. Al bajar hacia la entrada, dispuesto a recoger el auto y marcharse de allí, se encontró con el macilento rostro de Kizart.&mdas
Ya pasaban de las cinco y el ya había recorrido los confines aledaños a la zona metropolitana de Kuri, hasta que por fin encontró algo.El edificio de departamentos presentaba leves grietas en la fachada. El revestimiento de estuco seguía con el color y textura original en unas cuantas partes del exterior, como piel reluciente al sol. El inmueble de modesto exterior, se inclinaba hacia cuatro abedules desgarbados que se estiraban para apreciar la vista, aunque fuera borrosa, de los atardeceres anaranjados de un tono artificial que sólo la contaminación de área urbana de Kuri podía producir, y que los hacía parecer tarjeta postal retocada. La edificación quedaba a veinte minutos y una considerable distancia de La Nube Roja. Una agradable coincidencia, para Santino.La rentera, una mujer de edad mediana que hablaba sin parar, se peleó con la llave de uno de los departamentos durante cinco minuto
—¿Alexa?No hubo respuesta. Hanako se había quedado dormida, pero sólo por quince minutos más, nada de qué alarmarse. Y sabía perfectamente que su hija siempre se procuraba el desayuno y el arreglo de sus cosas antes de irse a la escuela. Alegaba de su autosuficiencia –y lo incrementó en las últimas semanas, Hanako lo notó- y eso no era motivo de preocupación para su madre. Pero ahora, no le había escuchado bajar corriendo por la escalera, ni el escándalo de la secadora de cabello prendida ni su alegato personal en el baño, frente al espejo.Un silencio que no agradó del todo a la señora Bell y el comienzo de su ira personal se incrementaría. No lo sabía, pero lo presentía muy, muy dentro de su sentido común maternal.El pasillo hacia la habitación de su hija seguía igual de mudo. Tomó el picaporte
—Vaya que eres rápido, muchacho—Pixis entró al cuarto de la hora en su oficina, a la cual Santino había acudido al edificio desde la mañana.—Y pensar que el perezoso de Kaz tarda horas en organizar los malditos remanentes.Simples transacciones. Movimientos meramente digitales…casi como estar en casa.Santino no ahondó en esto último, sólo contempló su reloj de pulso.—Hmp. Los saldos también están completos –dijo Santino, cerrando cada una de las ventanas y archivos antes de apagar el ordenador—Creo que es todo por hoy.—Efectivamente –completó Pixis, con una leve expresión de complacencia.Estando a momentos de oprimir la tecla de OFF, una carpeta alejada y solitaria en el espacio deldisplayde la barra de estado llamó su atención y lo preguntó en voz alta.&mdas
Habían estado inmersos en una plática corta pero consistente, no en la sala sino en la alcoba.Santino no había terminado de desempacar el resto de sus pertenencias y aun se hallaba un montículo de ropa sobre una de las sillas del escueto comedor y el resto en el sofá; la sala lucía como si hubiera pasado un ventarrón. Ya se organizarían, ya habría tiempo de más cosas. No había televisor y ella había desistido de la idea de llevarse el modular sobre su buró, pero hubiera sido demasiado bulto, después de empacarse hasta la más insignificante prenda. El sonido de sus voces aun recriminaba un escaso eco.Olió un débil aroma de cerezo cuando ella le abrazó por la espalda. Se volvió para mirarle. La luz tenue de la lámpara de mesa se reflejaba en sus ojos jade y los cabellos rosas caían sobre sus hombros, como la tranquila marea
El la contemplaba toda. Los músculos, los pequeños músculos del interior de sus muslos, alzándose incontrolados. El deseo temblaba en su interior.Tal vez el amor sea tan divino como dicen los poetas, pero el sexo es el pacer efímero del mortal. No, no era sexo simplemente. Esto procedía a un sentimiento mutuo e inmaculado, una entrega completa.Sí…eso era.—Esta bien. –Repitió él, su aliento rozó deliciosamente el área íntima.—. Me gusta.Ella le escrutaba. El brillo de sus ojos resplandecía. El agua de lluvia al caer por la ventana, formaba ondulantes dibujos en su cara, cuello y pecho. Recostada y bajo las oscilantes sombras, sus senos parecían tener un poco de más volumen. Es perfecta en un instante.No, para el ha sido perfecta siempre.—Santino… –la recorrió un estremecimiento, haci