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Capítilo setenta y tres

— Ni de coña — Suspira Milo y me fijo en la hora; son las ocho y treinta y dos.

Milo se ha estacionado y los policías se han ido, corremos a sacar a las bebés sin tomar el cochecito triple, no tenemos tiempo para eso.

Las llevamos en las cunitas portátiles y cuando entramos a la alcaldía, Melissandre se encuentra con mi bolso en sus manos y la madre de Milo nos observa con cara de pocos amigos.

— ¿En serio, Milo? — No me saluda, empieza  a caminar por el lugar, como poseída.

— Los padres de Vico ya han entrado, tenían la primera cita, que mi madre logró cambiar para ustedes, pero como no llegaban, los han hecho pasar a ellos — ¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda!

Todo esto es un desastre y de verdad soy la peor madre del mundo.

—  Pensé en hacerme pasar por ti, pero como vez, no me he bronceado lo suficiente y no tengo el certificado de nacimiento del hospital, no estaba en tu bolso.

— ¿Cómo que no lo tienes? — Me pregunta Milo y yo l

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