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Capítulo treinta y dos.

No sé que diablos debería decir.

El silencio que hay entre todos incomodo menos para la mujer que tengo enfrente, que no ha desistido de su sonrisa en un solo puto segundo. Hay una gran ola de sentimientos rondando dentro de mi, no sé como debería sentirme, pero claramente no debería ser de esta forma: acorralada.

Quiero hacer miles de preguntas, saber el porqué de su regreso y como es que Max no dijo ni una sola palabra después de todas las veces que hemos hablado. No tendría que sentir desconfianza, pero lo hago.

Quito la mano que ella me tenía aferrada y de manera poco disimulable paso la palma por mi pantalón, quitando de alguna manera su rastro.

—Un placer conocerte—hablo entonces. La voz me sale un poco ronca. Ella me vuelve a sonreír y se corre a un costado, dejando a los demás ahora parte de la conversación.

—No tenía idea de que llegabas hoy, Max apenas me había comentado. ¿De donde vienes?

Nada en su tono de voz ni en su forma de hablar parece sincera. La miro a los ojos de
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