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Capítulo treinta y cuatro.

—Vaya, pensé que me recibirías de una mejor manera. Ya sabes, un café, un trago, ¿un “¿como estás, cuñadito?” “que bonito volver a verte”? —sacude la cabeza en negativa y estira su cuerpo con flojera.

Le doy una mirada incrédula.

—Te metiste en mi apartamento a la fuerza.

—Si lo dices de esa manera, haces que parezca que soy un ladrón.

—Ladrón, matón, mafioso. No hay mucha diferencia.

Él sonríe para luego acercarse hasta la cocina como si se tratara de su propia casa y abre la nevera, sacando una botella de cerveza. Me echa una breve mirada antes de abrirla y darle un trago.

—Tantos años han pasado, Samita y no has cambiado—señala. Se apoya contra la barra de desayuno—Me temes pero antes muerta que decirlo, ¿cierto? Me agrada.

—Lo único que me apetece ahora es lanzarte la botella por la cabeza—gruño rodando los ojos. Me cruzo de brazos, estos mismos se encuentran con la piel de gallina—¿Me vas a decir que haces aquí?¿Donde está mi prima?

Lo escucho bufar, tira la cabeza hacía atrás y
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