Ella se alejó lentamente, sus manos aún permanecían en su pecho, como si intentara sellar aquellas palabras en su corazón. Carter la miró, sus ojos brillantes de gratitud y una sombra de miedo que aún persistía en ellos.El abogado, ahora con sus papeles recogidos y metidos en su maletín de cuero, se volvió hacia ellos una vez más. —Voy a necesitar todos los detalles Carter, no importa cuán pequeños o insignificantes creas que sean. Un detalle minúsculo podría ser la diferencia entre una pena menor o toda una vida tras las rejas.Carter asintió, comprendiendo la gravedad del asunto. —Te sugiero descansar mi niño, que lo que viene no será fácil —dijo su madre y él asintió.Mientras en su casa, Alejandra, cuando escuchó de su tía que Carter no había admitido los cargos de violación y tortura, sino que había decidido ir a juicio, sintió la rabia agitarse dentro de él.—Sabía que solo actuaba ¡Es un falso! Él sabe lo que me hizo… pero él debe pagar… debe ir a la cárcel, no quiero que an
El abogado defensor pareció prepararse para un combate, sacándose la corbata y desabotonando la chaqueta de su traje. Se levantó con una lentitud deliberada y caminó hacia el podio. Se quedó viendo al médico y esbozó una leve sonrisa.—Doctor Argotte, ha mencionado que mi cliente maltrató a Alejandra —dijo—. ¿Es correcto?El doctor asintió.—Así es —respondió.—Pero usted solo examinó a Alejandra después del hecho. ¿Cómo puede estar tan seguro de quién le infligió estos daños? —preguntó la defensa con firmeza.El doctor Argotte se tomó un momento para responder antes de exclamar:—No puedo. Solo puedo decir que las heridas que tenía eran consistentes con el abuso físico.El abogado defensor emitió un suspiro visible de alivio antes de volver a su asiento, dejando un aire tenso en el tribunal. El silencio se hizo palpable antes de que el juez finalmente rompiera el impasse.—¿El fiscal tiene alguna pregunta más para el testigo? —preguntó el juez.El fiscal levantó la vista hacia Argott
Clara se acercó lentamente, cada paso que daba resaltaba su peligrosidad. Parecía una serpiente deslizándose, lista para atacar a su presa. La luz dibujaba sobre ella una especie de halo macabro. Después de jurar decir solo la verdad y nada más que la verdad, se sentó sobre la silla dispuesta para los testigos y miró hacia el frente, con una sonrisa maliciosa. —Señorita Kistong ¿Conoce usted al señor Carter Hall? —comenzó interrogando el fiscal. —Lo conozco, hemos sido amantes por más de diez años —respondió con seguridad. —¿Conoce a Alejandra Durán? —continuó el fiscal. —La conozco, es la chica con la que se casó Carter para vengar la muerte de su hijo, porque él murió en un accidente cuando andaba en un paseo en un barco en compañía de Alejandra. —¿Cómo sabe usted que quería vengarse? —Porque me pidió ayudarlo. Su intención siempre fue que ella terminara en la misma condición de su hijo; estaba lleno de odio. Al principio… debo confesar que yo estaba de acuerdo… porque pensé
Antes de que pudiera responder, Carter se inundó de una tristeza tan profunda que pareció tomar todo su ser. Sintió su cuerpo temblar por unos segundos, había alojado en su corazón la esperanza de que su hijo pudiera estar creciendo en el vientre de Alejandra, pero ese fragmento de esperanza y felicidad que había albergado, se derrumbó como un castillo de naipes. —Lo siento Carter —dijo el abogado, al ver la expresión de tristeza en el rostro del hombre, su voz llena de compasión que no hizo más que añadir sal a la herida. Carter luchó por mantener las lágrimas. Se sintió débil y vulnerable, dos cosas que nunca se había permitido sentir hasta ahora. Pero en ese momento, con su mundo derrumbándose a pedazos, no podía evitarlo. —Pero por lo menos… ella está viva… bien, eso es bueno, ¿Verdad? —preguntó, con voz temblorosa. —No, Carter, ella no está bien. En el informe que presentaron, ella está en tratamiento psicológico, dice que se despierta en la noche gritando, producto de lo que
A Alejandra le había costado dar ese paso, se negaba a ver a Carter, tenía miedo de él, porque cada noche, cuando cerraba los ojos, un hombre la perseguía, la atrapaba y la torturaba y al verle la cara, su verdugo era él.Finalmente, convencida por su tía, accedió a sentarse allí en el despacho, a dar su declaración, colocando el teléfono en un trípode mientras hablaba. Solo rogaba al cielo que no pudiera verlo. Comenzó a hablar con voz entrecortada.—Yo lo conocí mientras trabajaba… en un centro comercial, me enamoré a primera vista, y pensé que también él lo había hecho, pero no era así… solo se casó para vengar la muerte de su hijo quien tuvo un accidente y cayó al mar… apenas nos casamos y llegué a la celebración me di cuenta de lo que me esperaba… desde ese mismo día supe que no se casó por amor, lo encontré siéndome infiel —se limpió las lágrimas que empezaron a caer—, y cuando lo vi me humilló frente a todos, quise huir y me mandó a agarrar con sus hombres y llevarme a su isla.
Las puertas de la sala se abrieron, un silencio se apoderó de ellos mientras la familia regresaba en una solemne caminata a los bancos de madera. Carter mantenía la mandíbula en un silencio impasible, con la mirada fija en el frente, sin revelar nada de la agitación que sentía en su interior. Parecían moverse a través de una espesa niebla, cada paso más pesado que el anterior, el peso de lo que había ocurrido, anclándolos a sus propias sombras.No pasó mucho tiempo antes de que el juez reanudara la audiencia.—¿Tiene la acusación más testigos? —preguntó el juez, mirando desde arriba con expectación.—Tengo el último testigo —respondió el fiscal, allí presentó al trabajador que ayudó a Alejandra a intentar huir de la isla. Su declaración dejó en evidencia que Alejandra había estado en contra de voluntad en la isla, se escapó del hospital e hizo hasta lo imposible de huir, pero fue atrapada cuando escapó.Luego de interrogar al testigo, el juez dio por terminado los testigos de la fi
El eco del martillo atravesó la sala como una cuchilla, cortando el tenso silencio en un millón de fragmentos susurrantes. Carter permaneció rígido, con los hombros erguidos ante el peso de lo inevitable. Un leve suspiro de alivio brotó de sus labios, no por el veredicto, sino por el cierre que prometía. Los ojos de Thalía, sin embargo, contaban una historia diferente; eran estanques gemelos rebosantes de pavor maternal, la aceptación de su mente racional en guerra con un corazón que no conocía la ley ni la lógica.Y es que en lo más profundo de su corazón, Thalía había esperado que el jurado se conmoviera un poco de la situación de su hijo y lo dejaran libre, pero el saber que lo habían declarado culpable de secuestro, su llanto no tardó en correr por sus ojos. Zachary la abrazó con un gesto de protección, mientras el juez anunciaba que la sentencia se dictaría al día siguiente.—Cinco días —anunció el juez, con voz impasible como la piedra—, para preparar la sentencia definitiva.
La mirada de Alejandra se detuvo en el paisaje, donde el perfil de la ciudad se fundía en una tenue acuarela de azules y grises. Ahora ella sentía que sus días eran iguales, tristes y desolados.Se sentó tranquilamente en un banco del pequeño parque que Pierina había insistido en que visitaran, con la esperanza de que el aire fresco le sentara bien y pudiera alentar un poco su alma.La suave brisa fresca que susurraba entre las hojas otoñales no ayudaba a disipar la niebla oscura que parecía instalarse perpetuamente sobre el espíritu de Alejandra.—Mira —dijo Pierina en voz baja, señalando a una madre que acunaba a su recién nacido. —Es hermoso, ¿verdad? La vida... continúa.La escena pretendía ser conmovedora, pero no hizo más que cimentar la frialdad dentro de Alejandra. La visión del bebé sólo le recordó la creciente distancia entre ella y su propio hijo que crecía en su vientre. Un niño que se agitaba en su interior, pero que sentía como un extraño.—Precioso —murmuró Alejandra,