Estas letras son inspiradas en un hombre que me conoció cuando aún yo no sabía que existía. Su nombre es Miguel Sepúlveda Martinez, y en mi árbol genealógico aparece como abuelo: padre de mi madre, esposo de esa abuela a quien si me tocó conocer aunque pronto se me fue.
Será difícil el rodeo. Miren que partió del mundo cuando yo tenía seis meses, en una fea tarde en la que los paramédicos me confundieron con él, y quizás ahí estuvo la única anécdota que compartimos.
Fue pionero en el arte de sacarle sonrisas a las botellas y suspiros a las damas. Amigo de la gente y de la soledad, de la alegría y la adversidad. Alguna vez confesó que le importaba poco el apreció del tercero, pues se quería un chingo y con eso le bastaba.
Los rayos del sol golpetean mi cara con tremenda fuerza, como si alguien le hubiese contado al Creador que esta noche me suicido.Me llamo Andrés, pero puedes recordarme bajo el insulto que quieras. Fui un hombre de mil temores e infinitos deseos. Gasté mil días previniendo heridas que nadie temía, y millones invirtiendo nervios a cada paso dado, a cada acierto atinado.Aún no logro comprender cómo fue que me casé. Algo me ayudaron los ojos heredados por papá y la sonrisa de mamá. Esa que en nada se parece a la mía, pero que de tanto convivir con ella materializó una copia exacta, aunque fuera de mentiras.¿En qué momento perdí el gusto por la vida?Sé que muchos la juzgarán a ella, pues un divorcio en plena navidad trastorna a cualquiera. Pasa que no fue ella quien lo pidió, sino yo
Todos nos hemos enamorado alguna vez en nuestras vidas. Acabamos en la tumba con el pecado bajo el brazo, con el sacrilegio de haber empeñado el corazón a cambio de una vaga ilusión.El amor entra en forma violenta, no hace tregua con la razón ni atiende coherencias o corduras. Nos ciega, nos hace pensar que todo saldrá bien. Dentro del rectángulo verde, hay varios enamorados. 22, para ser exactos. O 24, metiendo a los entrenadores. O pocos más, si incluimos a quienes esperan una chance desde el banquillo. O miles, si tomamos en cuenta al hincha que alimenta la cancha. O todos, si entendemos que el juego es una enfermedad que abarca, incluso, al peor de los escépticos.Hace tres años, los enamorados más libres y locos de la ciudad se permitieron una ilusión peligrosa. La de levantar a nombre de México un torneo jamás ganado; dulce prohibido, reservado
No sé en qué momento perdí la cabeza, o el ‘’juicio’’, como diría mi abuela. Sin embargo, voy consciente de mi loquera mientras me aferro a una botella y a los recuerdos de dos mujeres: la que me dio la vida, y la que endulzó mis días.Mi nombre lo olvidé hace semanas, meses o años después del borrón y cuenta nueva. Quizás aún no lo olvido, y ni siquiera me doy cuenta. Voy perdido en un mar cuya profundidad desconozco, pero me aferró a la lancha para no correr riesgos.Ciertos lapsos de lucidez me dicen al oído que no estoy sólo, que a mi lado hay quien perdió la batalla y que juntos jugamos una peculiar partida de demencia bandida. Ni sé, ni me interesa.Esta mañana recib&iacu
Olvidemos el año. Da igual si estamos en los mil o en los dos mil. ¿La causa? Limitemonos a decir que el orgullo jugó partida, poniendo a dos naciones a luchar por un cachito de agua.No acostumbro a darle nombre y apellido a mis villanos, pero en este cuento la omisión va más allá de la manía. Si no menciono sus nombres, no es por defenderles. Pasa que desconozco quién es el bueno y quién es el malo en esta historia.El territorio le pertenecía a los dos. En un mundo perfecto podrían compartirlo, mas no en el nuestro que se parece mucho al de este invento. ¿Para que lo querían? Turismo no daba, tampoco belleza estética ni honra nacional. O quizás sí, pero no de la real. ¿Entonces? Describo la batalla -enseguida narrada- como un gol marcado por la razón. Esa que odiamos
11 de septiembre…La gente aplaude, y el mundo merece poco de mí. Quizás una sonrisa malograda y algún gesto desigual. Rasco la guitarra al son de una melodía que suena, que gusta aunque sea fea. Me ajusto a la gente, y ella se entrega a mi soberbia. Al llegar a casa, la cosa en nada cambia. Soy el callado que todos escuchan cuando habla. Soy el hermano comprensivo y el hijo ejemplar. Soy eso y más, pero todo lo contrario en el mundo real. Me llamo Fernando, y esta es mi historia.Siempre he sido diferente. Algunos culpan a mi signo zodiacal, otros a una arrogancia que aún no detecto. Yo simplemente soy como quiero ser. Eso sí, cada seis meses quiero algo distinto. Primero el juego y ahora la guitarra. Voy alma gitana y clavada. Perpetuo enamorado; desde el primero hasta el último grado. Sostengo un noviazgo en el que soy feliz, pero…16 d
La única mentira que Dios no castiga ni cuestiona es aquella arrojada para el sacrificio de una más grande. ¿O no? Da lo mismo. El cordón va bien fijo a mi cuello, la cafetera pilla de lo vacía que está y la cajetilla de cigarros sin uno solo me confirma la suerte. Estoy a punto de suicidarme. Que el barbas me perdone.Cinco años antes¿Te acuerdas cuando nos quisimos? Eran tiempos de prosperidad, días de esperanza en los que me atrevía a esperar lo mejor de las cosas. Claro que no fue sencillo. ¿Olvidas la mañana en la que estuve a nada de matarte? Ibamos rumbo a la escuela, cuando manos y lengua se echaron a dormir en plena hora pico. Recuerdo que te paraste en carril de alta velocidad y más de uno saludó a tu madre sin saber que estabas a punto de morir.En aquellos días no fumabas, aunque abusabas de la b
Están las vulgares, por no llamarles comunes y restarles mito a sus labores. Ellas se entregan al placer ajeno por mero gusto al dinero, necesidad o amor al arte. Están las encubiertas, que muy distintas no son a las vulgares. Llegaron ocultando su investidura policiaca, mas el tiempo les cambió la cara.Muchas han muerto en el camino, otras botaron las placas y cambiaron de oficio. Las que se mantuvieron firmes a la causa, fracasaron. Hoy no tienen cabida ni en la mentira ni en la amarga realidad. De más está decir que ellas son las diosas más tristes.Un buen amigo ha cuestionado ene veces mi manía por divinizarlas. ¿Cómo no hacerlo? -pregunto con desespero- si ellas entregan lo mejor que tienen; la corona íntima a quien ni plebeyo merece ser.Es molesto
Diciembre, 2001. Un tal Tigres de la Universidad Autónoma de Nuevo León ha perdido la final del torneo local, y la gente llora con desesperación. Entiendo poco de qué va el juego, pero me resulta imposible no sentirlo, no vivirlo, ir ajeno a la pasión.La ilusión sale por la puerta trasera y mi familia lo sabe. Digo mi familia para que Martha Laura, Ludivina, Gerardo y Daniela no se sientan excluidos, pero solo el otro Gerardo: el grande -que buen lugar tendrá en esta pieza- y Martina entienden de lo que hablo. Yo no sé si entiendo del todo, pues a los siete años uno navega entre la fantasía y la realidad. Situemonos en medio.Una canción jamás escuchada me eriza la piel, me obliga a cantarla. Sé que es un himno, sé que es de Tigres, pero… ¿por qué reproducirlo?, ¿para qué presumir la derrota? Lo lógico