Cap. 38.2

En algún lugar de Turquía, cerca del estrecho de Dardanelos y con otro auto, el grupo de aventureros recorrían el lugar en busca de un buen sitio para aparcar y ocultar el vehículo “adquirido”, el sol ya comenzaba a ocultar su luz en el ocaso, mezclando en el cielo un matiz de azul y naranja con algo de amarillo, un paisaje armonioso para el momento y un lugar tan silencioso, recreando cierta sensación de paz al verlo, donde las aves ya cantaban sus horas de dormir. Una vez encontrado el lugar, encienden la luz dentro del auto, sacan el mapa. ─ ¿Y bien?, ¿Dónde sugieren que comencemos? ─ pregunta Sebas apoyándose en el respaldo del asiento del copiloto. ─ Cómo dijo Darién, deberíamos buscar cerca de los aposentos y cámaras mortuorias ─ Pero solo hay extensiones de nada ─ opina José mirando por la ventanilla. ─ Cuando dices cámaras mortuorias, te refieres a… ─ Rosa se obligó a cortar su comentario. ─ Si, a los cementerios familiares ─ afirma Youlin, eso no sonaba bien para los oíd
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