Cap. 43.1

Tal y como se esperaba de la Eterna Milosevic, una Eterna que por más milenios pudiera tener, siempre era la misma mujer atenta, cálida, amena, siempre un consejo y una palabra oportuna cuando se debía, nunca se le había visto molesta o alterada por algo, aunque Steffany recorría curiosamente los silenciosos corredores del recinto en busca de algo que le diera una pista de que cosas pudieran alterar a la mujer en algún momento, o algún signo de molestia, durante varios días, en sus tiempos libres lo intentó, solo terminó rindiéndose sentada en un banco con los hombros caídos, nunca dio con lo que quería, solo para que un día-noche la hermana Milosevic se sentara a su lado con una sonrisa traviesa y le contara su secreto de su incorruptible armonía, que cosas la alteraban y como hizo para que no sucediera más.

La misma Eterna Milosevic daba sus serenas instrucciones a uno de los grupos en las azoteas de uno de los edificios, tenía una buena vista de toda la infinita procesión
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