***CAROLINA*** —¿La doctora Ferri? ¿Ecografía? —había sorpresa en su voz. —Sí, mi cielo, estaba preparando el ecógrafo y quise venir con el bebé mientras se desocupa. —Vale —tragó saliva—. Ya... Ya regreso. Me quedé ahí extrañada por su repentina actitud. Acomodé al bebé en las piernas para abotonarme la blusa y lo metí en la incubadora con ayuda de una enfermera. Caminé a la sala de ecografías y noté que Abel estaba con ella. Me acerqué lentamente y alcancé a escuchar a la doctora hablar con mi esposo. —¿Cuándo lo harás? —le preguntó ella. —No lo sé —suspiró profundo—, supongo que pronto. Entré a la sala haciendo notar mi presencia y lo vi estremecerse un poco. —¿Hola? —Cariño, ya la doctora está lista —dijo besándome y caminando fuera de la habitación. —¿No te quedas, cielo? —No, cariño, debo atender una cesárea —se quedó mirando a la doctora con preocupación. Regreso hasta mí, me besó de nuevo y salió. —¿Pasa algo, doctora? —cuestioné. —¡Ehhh! No. Ven, acuestate en la
***CAROLINA*** Esa semana decidí ir con Abel por las mañanas al hospital para quedarme con el bebé. Cuando él terminaba su turno laboral, regresabamos a casa juntos. El niño fue mejorando en el transcurso de los días y mis sentimientos hacia él iban creciendo. Abel lo cargaba con ternura y podía ver en sus ojos que también lo quería, pero no había sido capaz de mencionar el tema de la adopción. ●●● Recaí una tarde al ver en el calendario una fecha que me removió las entrañas. Con ilusión habíamos encerrado la semana en la que posiblemente nacería nuestra Abby, la número 40 del embarazo. Había ido por algo de merienda a la nevera y vi que no habíamos arrancado algunos papeles del calendario que mostraban la fecha. Cuando llegué a la de ese día y la vi marcada, llena de corazones hechos por ambos, se vino el dolor encima como una avalancha y me dejé caer al suelo. —¡Mi amor! —escuché a mi esposo llamarme con angustia tirándose a mi lado, abrazándome. Le mostré el calendario. —Me
***ABEL*** Una tarde en familia y una noche fascinante. Era de madrugada, la tenía en mi costado contemplándola dormir con la luz de la lámpara de mesa, agradeciendo al cielo como cada día y cada noche por ella; pero sobretodo agradeciendo que siguiera conmigo. Escuché al bebé llorar y me levanté con cuidado de la cama para no despertarla. Lo tomé en brazos y fui a la cocina a prepararle la formula del tetero. —Vamos pequeño tienes que comer —el bebé no quería el biberón—. Te entiendo, esos pechos son deliciosos y adictivos, pero ahora no están disponibles. En ese momento la escuché reírse suavecito. Levanté la mirada y estaba apoyada en el marco de la puerta mordiéndose el dedo índice y con su hermosa sonrisa. Le sonreí de vuelta admirándola, estaba semidesnuda. —Los pechos despertaron —dijo caminando hacia nosotros. —No quería despertarte, cielo. —No te sentí en la cama, ni vi al bebé en el corral, supuse que estabas alimentándolo y vine a ayudar. Tengo los senos ya cargados,
***CAROLINA*** Nos permitieron tener al bebé mientras se hacían los procesos, aunque no era lo usual, pero por las circunstancias de él y gracias a la ayuda de Marina, dejaron que se quedara con nosotros. —Aquella vez no puede ayudarte por los requisitos, pero esta vez cuenta con todo mi apoyo —me había dicho Marina el día de la cita en el bienestar. El proceso duraría unos meses y el niño sería legalmente nuestro. Mis suegros recibieron al bebé con alegría; sin duda, Nick estaría rodeado de mucho amor. Abel y yo estábamos enamorados de nuestro pequeñito y Becky era feliz con su hermanito. Tres meses después, Nicolás Cardona Guerra, era oficialmente nuestro hijo... La casa de la ciudad estaba en venta y habíamos trasteado lo que realmente necesitábamos, las cosas de Abby las guardamos como un tesoro intocable, lo demás lo habíamos donado. A Lola la llevamos y se adaptó rápido al campo. Se relacionaba bien con Lana, no obstante, no se llevaba nada bien con Beethoven y Mozart, huí
***ABEL*** «¡Oh! ¿Qué hice?!». A penas los gritos salieron de mi boca, me arrepentí y quise poder retrocederlos. Se separó de mi. Sus ojos se llenaron de sorpresa y decepción. Levantó el dedo índice y abrió la boca para decir algo, pero su labio inferior tembló avisando el llanto que se aproximaba. —¡Lo siento amor, lo siento! —quise tocarla, pero volvió a retroceder. —No me toques —habló con los dientes apretados. Giró su cuerpo y se metió en el baño encerrándose. —¡Amor, lo siento! ¡Perdóname! —¡Déjame sola! —gritó desde adentro y escuché su voz quebrarse. Puse mis manos en la cabeza lamentándome por lo sucedido e intentando encontrar una manera de arreglar el daño que hice. —Lo siento, mi amor. Perdóname, no debí gritarte, lo lamento tanto, cariño. Ábreme por favor, lo solucionaremos. —No quiero verte y no quiero hablar, no ahora —la escuché sollozar y vomitar. Debía decirle, debía contarle lo que sucedió aquel día por lo que no podía estar embarazada, ni lo podría estar
***CAROLINA*** «¿Qué?». No sé cuánto tiempo quedé muda tratando de procesar lo que mi esposo me estaba diciendo. Esa era la razón por la que lo sentía extraño y por la que se ponía tenso al hablarle de tener un bebé nuevamente. Comprendí las palabras de la doctora Lily y la expresión de su rostro el día que me hizo la ecografía. Abel me miraba con angustia en sus ojos y en su rostro solo se veía preocupación. —Cielo, mírame —dijo en un susurro limpiando un par de lágrimas que corrían por mi cara y no me había percatado. Me sentía confundida y aturdida. Negué con la cabeza—. Cielo, di algo. —¿Q... Qué probabilidades hay de que pueda embarazarme? —pregunté cortando el silencio. Negó con la cabeza. —Con ovulos tuyos, solo un milagro. «Un milagro, pero...» —Amor, podemos seguir adoptando —dijo con la voz angustiada. Negué con la cabeza intentando concentrarme. —Un milagro —dije en un susurro. Lo miré con las lágrimas brotando sin control por mis ojos. Pegó su frente a la mía s
***Abel***—Ya es hora —dijo mientras agarraba su vientre y justo en ese momento arrugó la cara en medio de una contracción.Había llegado el día de recibir a nuestros bebés.Me senté en la cama de inmediato y acaricié su rostro y su abdomen duro.—¿Hace cuánto empezaste, mi cielo?—A eso de la 1:00 am —contestó a penas pasó la contracción—. Pensé que eran contracciones falsas.—¡Oh, mi amor! ¿Por qué no me avisaste antes? —miré el reloj eran las 5:41am, había estado aproximadamente 4 horas en el proceso.—Porque no lo vi necesario, el dolor es soportable.—Mi reina, debiste avisarme para estar contigo desde entonces. Este es un trabajo de los dos.Sonrió y me besó los labios con suavidad.—Estoy en 20 minutos o menos de cada contracción. Debemos llamar a Rita y a Ana y debemos alistarnos.—Así es, mi mujer fuerte.Llamé a Rita y ella a Ana. Después de colgar la abracé de espaldas y la hice bailar con suavidad. Tuvo otra contracción y apretó mis brazos con fuerza.—Inhala... Exhala —le
Carolina se acurruca en su lugar favorito, el pecho de su esposo, acariciandole el lunar después de haber hecho el amor todo el día y toda la noche.Abel no la había dejado salir ese día de la cama, incluso pidió la comida al cuarto de hotel donde se alojaban en París en su luna de miel.Ella mira desde su altura la mandíbula de su amado y él baja el rostro y le estampa uno de esos besos en la frente que ella tanto ama. Inhala el exquisito olor que desprende su hombre y él le acaricia la espalda con la yema de sus dedos.—Cielo —le llama ella.—Díme, mi amor.—¿Si hubiese decidido seguir con mi plan de inseminarme, lo habrías hecho?—Sí —contesta él sin titubear.—¿Y te hubieras enamorado de mi sin importar que fuese a tener el hijo de quién sabe que otro hombre? —pregunta ella con curiosidad.—¿Y quién dice que habrías tenido el hijo de otro?